Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Rumbo a la anarquía
2014-01-23 | 11:12:04
El médico le dijo a la chica de tacón dorado: “Tómese estas cápsulas, y en un par de días estará de nuevo en la cama”…
Un astroso vagabundo se acercó a don Algón y le pidió un poco de dinero. “Si te lo doy –opuso el ejecutivo- te lo gastarás en vino, en mujeres o en el juego”. “Señor –respondió el pedigüeño con lamentoso acento-, no bebo, no juego ni ando con mujeres”. “Si es así –le indicó don Algón-, entonces ven conmigo a mi casa. Quiero que mi mujer vea en lo que acaba un hombre que ni bebe, ni juega ni anda con mujeres”…
Le dijo un preso a otro: “Te agradezco que me invites a escaparme contigo, pero allá afuera está mi esposa”…
“Le tengo buenas noticias, señora”. “Señorita, doctor”. “Ah, entonces le tengo malas noticias”…
Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, iba a asistir a una entrega de premios. A tal fin se puso un vestido tan breve que por arriba se le veía hasta abajo y por abajo se le veía hasta arriba. Súbitamente, sin embargo, se sintió indispuesta, y decidió no asistir a la ceremonia. Le dijo su marido: “Entonces vístete y vámonos a la cama”…
Hay algo que me preocupa mucho. Véanme y díganme si no estoy muy preocupado: tengo la mirada perdida, el gesto evanescido, secos los labios y muda la palabra. Si alguien me pregunta: “¿Te pasa algo?” –vuelvo de mi malaestanza como de un trance y pregunto lleno de confusión: “¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde?”.
Ahora bien (mejor dicho, ahora mal): ¿qué es lo que causa mi preocupación? Me preocupa el hecho de que haya quienes aprueben, y aun aplaudan, la existencia de los llamados grupos de autodefensa, o defensas comunitarias.
Cuidado con tal complacencia. Esas bandas de hombres armados vulneran el principio básico según el cual el Estado es el único que puede detentar fuerza legítima dentro de un territorio establecido. La existencia de grupos armados así a nada bueno puede conducir, y más temprano que tarde dará origen a toda suerte de problemas.
Por otra parte, no está claro su origen, y menos aún se conocen sus fuentes de financiamiento. ¿Quién los dota del armamento que usan, moderno y de alto costo? ¿A quién obedecen, y qué estructura tienen? Los que forman esas defensas comunitarias deben ser desarmados y quedar reducidos a su estricto papel de ciudadanos.
Admito que los tres niveles de autoridad –federal, estatal y municipal- han fallado en su tarea de garantizar a los particulares el ámbito de seguridad que necesitan para vivir y trabajar en paz. Pero tal cosa no significa que éstos puedan hacerse justicia por su propia mano. Eso conduce a la anarquía, al caos.
No se dé trato de héroes a los integrantes de esos grupos armados, ni a quienes se ostentan como sus voceros. Se han apartado de la legalidad, y como violadores de la ley deben ser tratados. Eso sí: su presencia ha de servir de recordatorio a las autoridades, para que no se olviden del deber que tienen de restablecer el dominio del Estado ahí donde se ha perdido, ya a manos de los delincuentes, ya por la acción de esas defensas comunitarias.
Perdonarán mis cuatro lectores este desahogo, pero me sirvió para aliviar un poco mi preocupación. Tengo todavía la mirada perdida, el gesto evanescido y secos los labios, pero al menos recuperé ya el uso de la palabra. Me valdré de ella para narrar un cuentecillo final…
Un profesor americano de sociología decidió dedicar su año sabático a hacer un libro sobre las costumbres sexuales de los italianos. Viajó a Italia –ahí hay bastantes italianos-, y al ir en su automóvil por el campo vio a un hombre vestido con pantalón negro y camisa blanca que trabajaba en su pequeña viña junto al pueblo.
Fue hacia él, le habló acerca del estudio que estaba haciendo y le dijo que iba a hacerle algunas preguntas. Después de sacar su cuaderno de apuntes empezó. “¿Cuántas veces hizo usted el sexo el pasado año?”. Respondió el hombre después de pensarlo: “Unas catorce veces, creo, o quince”.
“¿Catorce o quince veces en un año? – se asombró el sociólogo-. Eso es tener poco sexo, ¿no?, sobre todo para un italiano”. Respondió el otro: “Creo que no está mal para un hombre que dispone de muy poco dinero, que no tiene coche y que además es cura párroco”… FIN.

mirador
armando fuentes aguirre
Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Don Juan estaba recordando.
Los donjuanes tienen siempre mucho qué recordar.
Evocaba la tenue figura de doña Inés, aquella inocente joven a quien sedujo con palabras: “¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?”.
Muchos años habían pasado de eso. Ahora Don Juan vivía en su quinta sevillana, con su hija, hermosa doncella que era su única dicha y el consuelo de su ancianidad.
Ruido de voces sacó de sus recuerdos a don Juan. Abrió un poco la puerta de su cámara y se asomó a la sala donde estaba su hija. Sentada en un sofá oía embelesada las palabras de un apuesto mancebo que de rodillas junto a ella le decía con sinuosa voz:
-¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor…
¡Hasta mañana!...

manganitas
por afa
“…Hay inflación…”.
Nada más no la resienten,
ni padecen su crudeza,
esos que por su riqueza
ni la sufren ni la sienten.

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