Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Anécdotas del psiquiátrico
2013-03-30 | 10:36:25
Todos los médicos del hospital psiquiátrico
trabajaron con afán durante meses para
quitarle a un alienado la idea de que era Napoleón
Bonaparte. Finalmente el director del
establecimiento llamó al hombre y le dijo:
“Ya está usted curado. Puede irse a su casa”.
“¡Ah! –exclamó el hombre lleno de alegría-.
¡El polvo que le voy a echar a Josefina hoy
en la noche!”… La esposa de Empédocles
Etílez, el borrachín del pueblo, lo abandonó
a causa de sus continuas ebriedades. Con tal
motivo el temulento redobló su beodez. Le
aconsejó un amigo: “No uses la botella como
sustituto de tu mujer”.
“Eso es imposible -replicó Empédocles-.
Ni siquiera cabe”. (No le entendí)... Muy
contento le dijo un tipo a otro: “Acabo de
ser admitido en una nueva congregación religiosa.
Nuestro Decálogo no tiene el sexto ni
el noveno mandamientos, y los otros ocho son
simples recomendaciones’’... En el romántico
sitio llamado El ensalivadero la chica
le preguntó al muchacho: “¿Quién te dijo
que podías besarme?”. Respondió él con
laconismo: “Todos”… El Sábado de Gloria
se celebraba en todos los pueblos y ciudades
de México la tradicional quema de los judas.
Monigotes de papel eran colgados de
una cuerda tendida de un poste a otro en
las esquinas, y se les prendía fuego entre la
ruidosa alegría de la turba.
A veces se les ponían cohetes que estallaban
ruidosamente, con lo cual aumentaba
el regocijo de la concurrencia. Aquellos peleles
adoptaban diferentes formas, según las
circunstancias y los tiempos.
La figura de algún odiado gobernante
ya ido era quemada en medio del aplauso
general. En los años de la guerra cristera los
elementos del Gobierno quemaban peleles
vestidos con sotana de cura, en tanto que en
los pueblos donde mandaban los rebeldes
era quemado el Turco, que así llamaban los
católicos a Plutarco Elías Calles.
El nombre de Judas aparecía en los dichos
populares como símbolo de maldad y alevosía.
“Ese muchacho es como el alma de Judas”,
decían del mal portado. ¡Pobre Judas! En
este día yo no lo quemo. Prefiero pensar que
amaba a Cristo, y que el Señor le impuso el
penoso sacrificio de entregarlo, de hacer el
papel terrible de traidor para que se pudiera
consumar el hondo misterio de la Redención.
Pero esas son imaginaciones mías.
Existe la maldad humana, que ni duda,
y debemos vivir con ella hasta que llegué el
día glorioso que soñó Teilhard, aquel en que
todos nos uniremos en el seno de la divinidad
como fruto de una evolución espiritual que
indefectiblemente nos llevará a la perfección.
Todo es gracia, decía Bernanos, y al final
de los tiempos todos estaremos inmersos
en su plenitud.
Todos, incluso el Iscariote. Ni siquiera
Judas está excluido de la gracia; también a
él le debe haber llegado la obra de la redención.
Por eso yo no quemo a Judas.
Eso sería como prenderme fuego a mí
mismo. Y ya no le sigo, porque me estoy
poniendo demasiado serio. Mejor daré salida a
un par de chascarrillos finales, y luego saldré
yo… Simpliciano, joven cándido, ingenuo,
pacato y pudibundo, contrajo matrimonio
con Pirulina, muchacha con bastante ciencia
de la vida.
En la noche de bodas el novio no daba traza
alguna de disponerse a cumplir el grato débito
a que el connubio obliga. Pirulina, anhelosa,
lo aguardaba en el tálamo nupcial, poseída
por esas inefables y vagarosas ansias que la
naturaleza imbuye en sus criaturas a fin de
moverlas a continuar la vida.
Simpliciano, sin pensar en aquellas realidades,
se entretenía viendo caricaturas en
la televisión. Por fin Pirulina se impacientó.
Cubierta sólo por vaporoso y flámeo negligé
se levantó del lecho, apagó el televisor, y se
acercó, sinuosa, al tontaina de su marido.
Lo estrechó en dulce abrazo; lo besó con
voluptuosos besos; lo llenó de caricias urticantes,
y por último le murmuró al oído con
voz provocativa de Dalila o Salomé: “¿No
recuerdas, Simpli, aquello de ‘Creced y multiplicaos’?’’.
“Sí lo recuerdo -contestó el desposado
respirando con agitación-. Y creo que ya
estoy creciendo’’. (No le entendí)... Susif lor
llegó muy cansada aquella noche. Le dijo a su
compañera de cuarto: “Voy a darme un baño
de pies, Rosibel. Hoy los usé mucho’’. “Ah,
vaya -contestó Rosibel-. Entonces yo tendré
que darme un baño de asiento’’. (Tampoco
le entendí)...
FIN.

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