Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Tiempos de guardar
2013-03-28 | 09:23:31
La mamá de Pepito le ordenó que fuera a confesarse con motivo de los Días Santos. El chiquillo se resistía a ir, pues tendría que confesar todas sus culpas, y el catálogo era largo y variado. Llegó, sin embargo, al confesionario, y le dijo al Padre Arsilio: “Acúsome, Padre, de que cometí tres adulterios”.
“¿Tres adulterios? -repitió el buen sacerdote al mismo tiempo asombrado y divertido-. ¿Sabes tú, criaturita del Señor, lo que es un adulterio?”. “Sí, respondió Pepito-. Es hacer cosas malas con una mujer casada”. “Vaya, vaya –empezó a preocuparse el señor Cura- Y tú ¿qué hiciste?”. Responde Pepito: “Desobedecí tres veces a la esposa de mi tío”...
Otro de Pepito. Se trataba de aprender a sumar. El profesor puso en el pizarrón tres cantidades de dos dígitos, y dirigiéndose a Pepito le dijo: “A ver, niño”. Y le señaló las cifras. Pepito las leyó: “90, 55, 89”. En seguida arriesgó cautelosamente: “¿Miss México?”…
El loquito del pueblo estaba sentado en una silla afuera de su casa. Sostenía en las manos una caña de pescar cuyo anzuelo estaba dentro de una tina vacía. Pasó un sujeto. Para divertirse a costa del infeliz le preguntó con sorna: “¿Cuántos llevas, Oratino?”. “¡Contigo ya son cinco, indejo!” -respondió con voz triunfal el alienado...
El recién casado le dijo a su mujercita: “Me gustaría que hicieras los suéteres que hace mi mamá”. Respondió la muchacha: “Y a mí me gustaría que hicieras la lana que hace mi papá”...
Un individuo llegó a la oficina de cierto personaje público a pedir trabajo. Le preguntó el político: “¿Tiene usted antecedentes penales?”. “No -respondió el sujeto-. Pero puedo aprender”…
Hacíamos la visita de las Siete Casas. Las calles de la ciudad se llenaban de mujeres y hombres enlutados que acudían a los templos a demostrar su pena, a acompañar a la Madre en su dolor por la pasión y muerte de Jesús.
Aunque brillara el sol flotaba en el ambiente un aire de profunda tristeza. La gente hablaba en voz baja; ninguno se atrevía a reír. Las campanas enmudecían; no se escuchaban músicas ni voces en los radios.
El poeta de Jerez dijo aquello de “la cuaresma opaca”. Y ciertamente lo era. En las casas se cubrían los espejos, símbolo de la humana vanidad; en las iglesias las imágenes de santos desaparecían bajo lienzos de color morado. Los cines se vaciaban: aunque sus dueños exhibían películas de devoción –”Rey de reyes”, “Misión blanca”-, para sacar al menos los gastos de ese día, nadie iba a la función.
Cambian los tiempos; las costumbres cambian. Ese ayer ya casi nadie lo recuerda hoy. Algunos reirán al ver cómo en aquellos años las costumbres no variaban: los hijos hacían lo mismo que sus padres y que sus abuelos. Y sin embargo esas firmes tradiciones eran fuente de cohesión social; unían a las familias y a los vecinos entre sí, y daban identidad a las comunidades.
En estos tiempos de violencia y cotidianos crímenes habrá que preguntarnos si con aquellos usos no se fueron también los valores de los cuales derivaban aquel orden antiguo, aquella perdida tranquilidad. Pregunta inútil será ésa, me temo, igual que inútil es toda nostalgia. Y sin embargo…
Temulencio Etílez, ebrio con su itinerario, fue convencido por su abnegada esposa de que asistiera a unos ejercicios espirituales en los que un famoso orador sagrado predicaría contra los males del alcohol. Al terminar el ciclo de sermones Temulencio fue invitado a ayudar en la misa de clausura.
Llegado el momento el sacerdote le hizo una discreta seña a Temulencio y le pidió: “El vino, por favor”. Preguntó Etílez en voz baja: “¿Derecho, padre, o con agua mineral?”...
A aquel muchacho le decían “El Pollito”. Nació exactamente 21 días después del matrimonio de sus padres...
Doña Abusivia estaba siendo operada. En la sala de espera del hospital aguardaban su hija y el esposo de ésta. Después de un par de horas salió el médico y le dijo al yerno: “La operación de su suegra terminó felizmente”. Con mal disimulado gusto preguntó el grandísimo bellaco: “¿A qué horas pasó a mejor vida la señora?”...
Un indocumentado llevaba tres años lejos de su casa. Cuando regresó se encontró con una interesante novedad: su esposa tenía un bebé de un año de nacido. “Es tuyo, Bracerio” -le dijo desfachatadamente la mujer.
“¿Cómo puede ser mío -estalló el tipo-, si tengo tres años sin venir?”. “Ya lo sé -concedió la señora-. Pero me escribías todos los días; por eso quedé embarazada”. (¡Ah, mujer! ¡Ni que tu marido tuviera la pluma tan larga!)... FIN.


Mirador
Armando Fuentes Aguirre

Más allá de lo humano y terrenal, trascendiendo las cosas naturales, está el hondo misterio de la Redención.
Los hombres, aun en su limitada humanidad, fueron capaces de concebir la idea de un hombre que dio su vida por redimir a los demás. Esa sola concepción redime al género humano de todo el sórdido egoísmo que, dicen algunos, es consubstancial a la criatura humana.
Dios hecho hombre se entregó como hombre para salvar a todos los hombres.
De ahí deriva la dignidad de los humanos, cualquiera que sea su modo de ser o condición: todos merecimos ser depositarios de ese supremo sacrificio. Por todos, aun por los más viles, se entregó el Señor.
La Redención no hizo excepción de personas. ¿Cómo podemos hacerla nosotros?
¡Hasta mañana!...


MANGANITAS
POR AFA

“...Ya casi no se ven en México las comidas de Cuaresma...”.
Hombres de mentes torcidas
murmuran bajo sus mantos
que hemos de darnos de santos
de que aún haya comidas.

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