Al renunciar a la presidencia del PRI Manlio Fabio Beltrones resaltó los dos aspectos más importantes que pesaron en los resultados del proceso electoral de junio: “Los electores dieron un mensaje a políticas equivocadas y a políticos que incurrieron en excesos porque no tuvieron conductas transparentes”. Las políticas equivocadas de Peña y los excesos de políticos como Duarte en Veracruz no sólo hicieron que les fuera mal a los priístas, sino que nos han llevado a una situación desastrosa tanto en el escenario nacional como en el veracruzano. La inconformidad resultante sí que pesó en los votos de los electores. No obstante, a pesar del reconocimiento a toro pasado del renunciante sonorense, se sigue insistiendo tanto en las políticas equivocadas como en la carencia de conductas transparentes. Estamos viviendo los coletazos de fin de régimen en Veracruz con un sainete de denuncias cruzadas que reflejan el grado de deterioro de la política y de la clase política que ha gobernado nuestro estado por décadas. El nuevo deporte de lanzamiento de lodo que se ha inaugurado en Veracruz, coincidiendo con la apertura de los Juegos Olímpicos en Brasil, es premonitorio de lo que estará en juego los próximos dos años de gobierno yunista: la disputa por quién ocupa el primer lugar en corrupción, dineros mal habidos, enriquecimiento inexplicable y la inercia de las políticas federales de corte neoliberal, reflejadas fielmente en el ámbito estatal, no harán sino configurar dos años más de rezagos, de pobreza, de marginación, de inseguridad y, finalmente, de angustias e intranquilidad para la mayoría de las familias veracruzanas. La caída de los precios del crudo a nivel internacional, que ya se avizoraba desde los tiempos de la aprobación legislativa de la reforma energética, dio al traste con la joya de la Corona de las reformas estructurales y colocó al país en una situación de riesgo mayor al debilitar sus finanzas públicas y no atraer inversiones de las que, según los promotores de dicha reforma, vendrían a raudales a inundar al país con sus beneficios. Los dos últimos gasolinazos a principios de julio y agosto, así como el incremento en las tarifas que maneja la CFE, son un claro mentís de la publicidad que acompañaba a dicha reforma, en el que la palabra
presidencial estaba empeñada. Las últimas noticias sobre el pobre desempeño de la economía: los problemas deficitarios en exportaciones, cuentas nacionales y finanzas públicas, el repunte de la inflación a los niveles de 2012, la devaluación de la moneda nacional que parece no tener fin, revelan que el conjunto de las reformas laboral, fiscal y energética, no contribuyeron a sacar la economía del bache que se viene arrastrando desde 2009, sino que se avizora un horizonte muy negro para el desarrollo económico y el bienestar social. Y con ello el riesgo de una debacle similar o mayor a la de 2009. Ni la inscripción acelerada de millones al seguro popular, ni la política fiscal represiva para reducir la informalidad y “crear” cientos de miles de empleos, ni la frenética carrera contra el tiempo de los programas sociales para atender al mayor número de personas (aunque con menores recursos y más focalizados) lograrían influir significativamente en el principal componente de la desigualdad en México, el ingreso familiar. Se insiste en tratar de ocultar el desastre nacional mientras se porfía en las mismas políticas que conducen a ese desastre. Por otro lado, en el ámbito estatal también se evade cualquier responsabilidad en la catástrofe que vivimos localmente. La privatización de los servicios públicos, como la del agua en los municipios de Boca del Río, Veracruz y Medellín en favor del grupo trasnacional MAS; los golpes sistemáticos al sistema estatal de pensiones; la falta de apoyo a los presupuestos municipales; el abandono de los hospitales públicos; la carencia de obra púbica; el deterioro de carreteras y caminos; los desastres naturales que asolan cíclicamente a los más pobres (como los que vivimos actualmente en 15 municipios con saldo de 6 muertos por el paso de “Earl”). La falta de apoyo a los sectores productivos del estado; la inseguridad reinante y las tumbas clandestinas (el último hallazgo en Ixtaczoquitlán); el ataque a comunicadores, jóvenes y mujeres; en fin, todo el desastre en que se ha convertido el territorio veracruzano, no está ni en la preocupación de Duarte ni en la de Yunes. La justa olímpica que enfrentan hoy es ver quién ocupa el primer lugar en el pedestal de la impunidad, los excesos y la falta de trasparencia. Los lectores tienen la palabra.