Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Mentiras piadosas
2014-06-13 | 22:27:31
En la parte inferior -muy inferior- de esta columnejilla viene el chiste más pelado en lo que va del año. Ese cuento roza en verdad el último extremo de la sicalipsis. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y sufrió un accidente de constipación que le duró seis meses.
Su médico de cabecera le administró dosis caballunas de aceite de cherva, pero ni así recobró la ilustre dama el gobierno de su estómago. El facultativo, entonces, hizo que doña Tebaida comiera todos los días una docena de piescos verdes, infalibles para inducir a carrerillas. Tampoco el tal remedio funcionó.
Durante medio año padeció la desdichada señora esa penosísima astricción. Las personas con tendencias a la estiptiquez deben abstenerse por lo tanto de leer dicho vitando chascarrillo, y ni siquiera posar en él los ojos.
Antes de narrarlo pondré aquí algunos cuentecillos lenes y un brevísimo comentario de política.
Pepito fue con el dentista. El odontólogo esgrimió su taladro y se dispuso a trabajar en la caries que el chiquillo presentaba en una muela. En el momento en que iba a taladrar sintió que el niño lo tomaba por los testes, dídimos o compañones. Con ominosa voz le dijo Pepito al estupefacto -y asustado- médico: “¿Verdad, doctor, que no nos vamos a lastimar?”.
Pirulina vio el atributo varonil de Meñico Maldotado y le comentó: “Me hace pensar en un billete de 10 mil pesos”. “¿Por valioso?” -preguntó Meñico. “No -respondió Pirulina-. Por difícil de encontrar”.
La mujer le informó al psiquiatra: “Me dicen que soy ninfomaníaca”. Replicó el facultativo: “Si me quita la mano de ahí podré tomar mis notas”.
La tremenda derrota sufrida ayer por España en la Copa del Mundo acentuará en los españoles el deseo de dejar de ser monárquicos y volverse republicanos, a ver si así mejora su futbol. Los mexicanos, en cambio, podemos dejar que en México las cosas sigan como van, al fin que ya ganamos un partido.
Viene ahora El Chiste Más Pelado en lo que Va del Año. Quienes tengan escrúpulos morales deben suspender aquí mismo la lectura.
Una monjita vestida con el hábito gris de las Velinas subió a un taxi. El taxista notó que la religiosa tenía garboso cuerpo y agraciado rostro. Un insano deseo de fornicio lo poseyó en el acto.
En vez de llevar a la monjita a la dirección que le había dado, la condujo a un lugar de soledumbre que las nocturnas sombras hacían más solitario aún. (Carajo, las cosas se están poniendo buenas).
Ahí le dijo: “Reverenda Madre: mi nombre es Camelino Patané y soy, ya lo ve usted, taxista. Desde que vi en mi juventud ‘Don Juan Tenorio’, el celebrado drama de Zorrilla, he sentido el íntimo deseo de hacerle el amor a una monjita.
La ocasión se me presenta ahora, y espero de su prudencia monacal que no oponga ninguna resistencia, pues me vería entonces en la penosa necesidad de conseguir por fuerza lo que de grado no quiso darme usted”.
“¡Ay de mí! -exclamó, pesarosa, la desdichada sóror-. ¡Guardar mi doncellez por tanto tiempo para venir a perderla ahora a manos y demás de un chafirete!”. “Le pido mayor respeto, madre -se atufó el taxista-. Nada ganamos con apartarnos de las buenas maneras”.
“Le ruego me disculpe -se azaró ella-. La súbita noticia de mi perdimiento me dejó sotaventeada. Una cosa he de rogarle. Entiendo que para su disfrute hay varias vías. Le suplico que escoja una que no me haga perder la gala de mi virginidad, pues hice perpetuos votos de guardarla, y quiero al menos conservar esa entereza, y seguir siendo sor Inocente del Perpetuo Candor, que así me llamo”.
“Entiendo lo que me dice -respondió el taxista-, y obsequiaré con gusto su deseo. Al fin y al cabo todo es monja”. Cumplió, pues, el inmoral sujeto su ilícito deseo. De regreso sintió remordimiento por haber cebado su lúbrico erotismo en aquella cándida ovejuela.
Le dijo lleno de pesar: “Quiero confesarle algo, reverenda madre. Ni me llamo Camelino Patané ni soy taxista. Mi nombre es Libidiano Pitonier, y uso este taxi para saciar mis inmorales rijos”.
“No te preocupes -oyó decir el asombrado conductor-. Yo también quiero confesarte algo. Ni soy monja ni me llamo sor Inocente del Perpetuo Candor. Mi nombre es Wilderiano Carininfo; soy gay, y voy a una fiesta de disfraces”. FIN.

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