Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Factura electrónica
2014-06-05 | 10:02:53
El pequeño señor se presentó en la tienda de
departamentos a pedir un empleo de vendedor.
Le dijo el gerente: “Tengo dos podadoras
de césped que no he podido vender en medio
año, y eso que les he rebajado el precio. Si
vende usted una el trabajo será suyo”. En eso
llegó un cliente y pidió una bolsa de semilla
de pasto.
Le dijo el aspirante a vendedor: “¿Por qué
no compra también una podadora?”. Replicó
el individuo: “¿Para qué quiero una podadora
de césped, si apenas lo voy a sembrar?”. “Tiene
usted razón -admitió el pequeño señor-. Pero
en tres meses crecerá el pasto, y entonces la
podadora le costará el doble. Debería comprarla
ahora que está en oferta”. Dijo el cliente:
“Es cierto. Llevaré también la podadora”.
El gerente se asombró al ver la habilidad
del vendedor. Y más se asombró cuando 15
minutos después el señorcito le dijo que había
vendido ya la otra podadora.
Le contó: “Llegó una señora joven y me preguntó
dónde estaban las toallas sanitarias.
Le dije que en el departamento de farmacia,
y le sugerí: ‘¿Por qué no compra también una
podadora de pasto?’. Ella se sorprendió: ‘¿Para
qué quiero yo una podadora de pasto?’.
Le dije: ‘Durante tres días no podrá usted
follar. Aproveche ese tiempo para cortar el
césped’”...
Babalucas puso una tintorería. Fue al
convento del pueblo y le preguntó a la madre
superiora: “¿Tiene usted algunos hábitos
sucios?”. Don Astasio llegó a su casa después
de terminar su jornada de 8 horas de trabajo
como tenedor de libros en la empresa del
magnate don Algón. Colgó en el perchero del
corredor su saco, su sombrero y la bufanda
que usaba aun en los días de calor canicular
y luego encaminó sus pasos a la alcoba a fin
de recostarse un poco antes de cenar.
Ahí vio a su esposa Facilisa entrepernada
en el lecho conyugal con un desconocido. Fue
el mitrado señor al chifonier donde guardaba
una libreta en la cual apuntaba palabras
denostosas para decirlas a su mujer en tales
ocasiones, y al regresar le espetó la última que
había registrado: “¡Magancesa!”.
Ese vocablo tiene ilustre origen. El término
“magancés”, que significa aleve, desleal, es el
gentilicio de Maganza, o sea Maguncia, tierra
de origen del conde Galalón, que traicionó
a Roldán, el del Cantar famoso, y lo llevó a
caer en la emboscada de Roncesvalles, donde
perdió la vida.
Desde luego doña Facilisa no conocía esos
antecedentes, motivo por el cual ni siquiera
interrumpió sus eróticos meneos para preguntarle
a su marido qué quería decir esa
palabra: “magancesa”. Don Astasio, entonces,
apostrofó con justa indignación al sujeto
con el cual su esposa se estaba refocilando en
modo por demás indebido e irregular.
Le dijo: “Y usted, gurripato, esto me lo va
a pagar”. “Desde luego, señor -respondió el
hombre-. Pero tendrá usted que darme un
recibo electrónico apegado a las nuevas disposiciones
prescritas por la reforma fiscal”.
Don Astasio no había pensado en esa
complicación tributaria. Iba a preguntarle
al individuo si no aceptaría una factura impresa,
pero en eso intervino doña Facilisa. Le
sugirió a su esposo: “¿Por qué no manejamos
esto como economía informal?
Es lo que está haciendo mucha gente en
vista de las dificultades que entraña el cumplimiento
de esa complicada normatividad,
por la cual hasta un destapador de caños
necesita los servicios de un contador público
certificado”. “No se trata aquí de un destapador
de caños -opuso don Astasio-.
El caso que nos ocupa presenta particularidades
muy sui géneris”. Habló en ese punto
el abarraganado: “Me permito hacerle notar,
caballero, que el caso a que usted se refiere
nos estaba ocupando únicamente a su esposa
y a mí. Usted llegó como espectador ocasional
y -debo decirlo- inoportuno.
Si la señora y yo hemos accedido a este diálogo
es sólo por consideración a su persona,
y para no faltar a las reglas de la urbanidad”.
Don Astasio se apenó al oír ese réspice. Dijo,
conciliador: “Está bien. Por el momento dejaremos
este asunto. En lo que hace al recibo
electrónico o factura impresa consultaré a
la ONU.
Quizá dicho importante organismo internacional
pueda desentrañar esa complicadísima
cuestión”. Tras decir eso fue a la cocina
y se hizo un té de tila para recoger la bilis que
se le derramó tanto por el penoso incidente
acontecido como por la reforma fiscal. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Llueve una lluviecilla pertinaz en el
Potrero de Ábrego.
Llueve, y parece que no está lloviendo.
Pero si sales a descubierto quedarás
empapado en un minuto.
Estamos en la cocina el amigo que
me visita y yo. Nos acompaña don
Abundio, el viejo socarrón que ha estado
en la cocina desde antes de que
estuviera yo en el mundo.
Por la ventana vemos la lluvia, esa
lluvia que casi no se ve. Comenta mi
amigo:
-En mi pueblo a esta lluvia la llamamos
“mojapendejos”.
Don Abundio da un trago lento a su
té de yerbanís y dice luego:
-En el Potrero la nombramos “chipichipi”,
señor. Porque, dicho sea con el
mayor respeto, aquí no hay pendejos.
El visitante, desconcertado, me dirige
una mirada de interrogación como
preguntándome qué debe responder.
Yo vuelvo la cabeza hacia otro lado y me
llevo la taza a los labios, no para beber
de ella, sino para esconder la risa.
¡Hasta mañana!...

“...A punto de empezar la Copa del
Mundo”.
En Brasil, Copa Mundial
entre mil algarabías.
Y aquí en México, esos días,
la gran Hueva Nacional.

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