Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Desigualdad
2013-11-17 | 09:37:49
¿Qué le dijo una pierna de mujer a la otra? “Entre las dos podemos hacer mucho dinero”. (No le entendí)…
La ciencia médica acaba de inventar una píldora del día siguiente para hombres. Te la tomas y te cambia tu tipo de sangre…
Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. Cada año los avicultores le piden que pase frente sus instalaciones, pues con solo hacerlo congela toda la producción de pavos para la Navidad.
Su hijito más pequeño se quejó un día con su papá: “Mi mami nunca me cuenta cuentos”. “Qué raro –se extrañó don Frustracio-. A mí me cuenta dos todas las noches. Uno se llama ‘Estoy en mis días’, y el otro ‘Me duele la cabeza’”…
Se dice que en tiempos de la Guerra Fría quiso Gorbachev impresionar a Margaret Thatcher para hacerle temer el poderío militar de la URSS. A ese fin se comunicó con ella y le dijo: “Nuestras fábricas de condones son insuficientes para surtir a los millones de soldados que forman nuestro ejército.
“Te pido entonces que nos vendas un millón de preservativos. Deberán ser de 12 pulgadas, que es la medida estándar del atributo viril de nuestros hombres”. “No problem, Mike” –respondió The Iron Lady. Llamó a un fabricante inglés y le pidió:
“Necesito que me haga usted un millón de condones de 12 pulgadas cada uno”. “En una semana los tendremos, Your Grace” –ofreció el empresario. “Los preservativos -indicó la Thatcher- llevarán dos inscripciones. La primera dirá: ‘Made in England’”. Preguntó el fabricante: “¿Y la segunda?”. Contestó Margaret: “La segunda deberá decir: ‘Tamaño mediano’”…
La atractiva, pero liviana esposa de un sujeto le dijo al mejor amigo de éste: “Siento por ti un gran atractivo”. Él la tomó por los hombros y clavando en ella la mirada le preguntó: “¿Te gustaría que nos viéramos a escondidas en oscuros bares de las afueras, y que tuviéramos encuentros furtivos en sórdidos hoteles? ¿Te gustaría eso para nosotros?”.
La mujer se apenó al oír aquello. Bajó la cabeza, avergonzada, y respondió, contrita: “No. No me gustaría”. “Bueno –dijo entonces el otro-. Era una simple sugerencia”…
Bel Ami se enroló en la Legión Extranjera, y fue asignado a un puesto remoto en el desierto de África. No había mujeres en 20 leguas a la redonda. “Tranquilízate –le dijo uno de sus compañeros-. Dentro de seis meses nos darán un fin de semana libre. Entonces podremos tener sexo”.
Llegó por fin la ansiada fecha. Los 33 soldados que formaban el destacamento fueron llevados a un lugar cercano. Ahí, dentro de un corral, había un centenar de camellas.
Se suponía que en esas bestias los legionarios sedarían su concupiscencia. “¡Corramos! –le dijo a Bel Ami su compañero, al tiempo que se encaminaba hacia el corral. “¿Para qué? -respondió éste-. Hay más de cien camellas”. “Bueno –replicó el amigo apresurándose-. Pero después no me vayas a echar la culpa si te toca una fea”…
Don Cornulio llegó a su casa antes de tiempo y encontró a su esposa en brazos -y todo lo demás- de un vecino de la colonia. “¿Quién le dijo, señor mío -le preguntó iracundo al tipo-, que podía usted acostarse con mi esposa?”. Respondió con ejemplar laconismo el individuo: “Todos”…
Don Gerontino, octogenario caballero, se casó con Pomponona, frondosísima mujer en flor de edad. Los hijos del novio, temerosos de que aquel desigual matrimonio pusiera en riesgo la salud, y aun la vida de su provecto genitor, acordaron que los desposados durmieran en habitaciones separadas.
Estaba en la suya Pomponona cuando oyó discretos toquecitos en la puerta. Abriola, y he aquí que era don Gerontino. El maduro señor llevó a su mujer a la cama y ahí le hizo el amor cumplidamente.
Acabado que aquel ignífero arrebato pasional, el añoso caballero regresó a su habitación. Media hora después la novia oyó otra vez golpecitos en su puerta. Acudió a abrirla, y ahí estaba de nuevo don Gerontino.
Con la misma enjundia de la primera vez el añoso caballero hizo obra de varón, tras de lo cual volvió a su cuarto. Pasó una hora, y Pomponona, exhausta por el esfuerzo de aquel segundo juntamiento, volvió a oír que alguien llamaba a su puerta.
La abrió, y ahí estaba don Gerontino, que de nueva cuenta tomó en sus brazos a la agotada Pomponona y la agotó por vez tercera. “¡Caramba, Gero! –le dijo llena de admiración la ahíta novia a su octogenario esposo-. ¡
Muy pocos hombres serían capaces hacer lo que tú hiciste!”. Preguntó él desconcertado: “¿Qué hice?”. (¡Ya se le había olvidado!)… FIN.

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