Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Consumista por naturaleza
2013-11-15 | 21:54:28
En el momento del amor, Meñico Maldotado le dijo lleno de pasión a Pirulina: “¡Quiero ser la luz de tu vida!”. Preguntó ella: “¿Con ese cerillito?”...
Facilda Lasestas, mujer que a ningún hombre le negaba un vaso de agua, cumplió el antiguo rito natural con su galán de turno. Al terminar el trance le pidió: “Enciende la luz”. Obedeció el sujeto, y abrió la puerta del coche...
La esposa de don Languidio, senescente caballero, le puso a su negligé numeritos y botones. Comentó: “A ver si me confunde con el control remoto de la tele. Es la única esperanza que tengo de que me agarre”...
Las voces más interesantes son las disonantes. El maestro había enseñado a sus alumnos a ponerse de pie cuando él entrara en el salón. Debían además saludarlo a coro con una fórmula ceremonial: “Muy buenos días, señor profesor”.
Sucedió que el mentor fue trasladado a otra escuela, y llegó en su lugar otro docente. Más joven que el anterior, y por lo tanto menos dado al ritualismo, les pidió a los niños que en adelante se abstuvieran de levantarse cuando entrara él, y que tampoco lo saludaran en la forma que les había impuesto el otro profesor.
Sucedió que el día en que el nuevo maestro dio esas instrucciones Pepito faltó a clases, y no se enteró por eso del cambio decretado. Al día siguiente, cuando el profesor entró en el aula, Pepito se puso en pie y recitó lo que siempre había dicho en medio del coro general: “Tizne a su madre, señor profesor”.
Hombre común y corriente soy, pero me gusta apartarme de lo corriente y lo común. Si hay dos caminos prefiero “the one less traveled by” que dijo Frost. La heterodoxia me atrae como mujer fatal; por ella dejo a esa esposa tranquila y fiel que es la opinión de la generalidad. Pongamos por caso la cuestión del consumismo. Los pensadores hablan mal de él. A fin de combatirlo se ha inventado una moral que esgrimen los savonarolas de este siglo, enemigos de que la gente tenga más de dos calzones.
Yo digo que el hombre es consumista por naturaleza. Y la mujer más. (Las estadísticas demuestran que en un matrimonio con dos hijos la esposa gasta el 85 por ciento del ingreso familiar, los dos hijos el 15, y el marido el resto).
Si no fuéramos consumistas de nacimiento Adán y Eva no se habrían comido la manzana, pues ni siquiera tenían hambre el día del feliz desaguisado. La verdad es que cada vez que alguien compra algo le da un empujoncito a la economía. ¿Se debe comprar únicamente lo necesario?
Sí, pero a condición de que se admita que muchas veces lo innecesario es absolutamente necesario. Pensemos en cosas como el automóvil, el teléfono, la computadora o el televisor. Nadie se moriría si le faltaran esas cosas, pero sin ellas no podríamos vivir. Para que alguien pueda tener lo estricto es necesario que alguien compre lo superfluo.
Por eso le doy un aplauso -y con las dos manos, para mayor efecto- al Buen Fin, que llegó ya para quedarse. Creación de Jorge Dávila Flores, saltillense, el Buen Fin es esperado por millones de mexicanos que gracias a sus promociones pueden comprar bienes o servicios que usualmente no podrían adquirir.
Los moralistas que antes dije predicarán en contra del Buen Fin; hablarán de endeudamientos y derroches; pero no cabe duda de que el comercio recibe un gran impulso en estos días, y por tanto la economía.
El dinero, dijo alguien, es como el estiércol que se usa como abono: para que sirva hay que dispersarlo. Esto no implica olvidar virtudes como el ahorro, la sobriedad o la previsión. Sin embargo bienvenido sea este Buen Fin que tiene un fin muy bueno: favorecer tanto a quienes venden como a quienes compran. Que se mueva el dinero, para que pueda moverse el país...
Un señor le dijo a su hija en edad de merecer: “Ten cuidado con los besos. El beso es el movimiento que el hombre hace en el piso alto para ocupar luego el piso bajo”...
Babalucas llegó con traje y corbata al elegante restorán. En la entrada vio un letrero que decía: “Únicamente con corbata”. Le preguntó al portero al tiempo que empezaba a quitarse el saco y a aflojarse el cinturón: “¿Dónde dejo lo demás?”...
La señora estaba embarazada, y junto con su esposo fue a consultar a una adivinadora, pues querían saber algo del futuro que les aguardaba como familia. La vidente fijó la vista en su bola de cristal y dijo luego con sombrío acento: “Veo algo terrible, como de tragedia griega: cuando nazca esta criatura su padre morirá”. “¡Loado sea el Señor! -exclamó, jubilosa, la mujer-. ¡Estás a salvo, esposo mío!”... FIN.

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