Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Todas las apariencias engañan
2013-11-03 | 10:05:59
En una playa de moda, Rosibel y Susiflor, chicas de buen parecer, aunque no de muy buen ser, veían a los atléticos mancebos que pasaban luciendo sus lacertosos cuerpos. Dijo en voz baja Susiflor señalando con admiración a uno: “¡Mira qué hombre! ¡Uno como ese me gustaría para alegrar mis noches!”.
Rosibel, con más experiencia de la vida, le recomendó: “No te fíes de las apariencias. Conozco a un tipo que vive en casa grande, con garage para cuatro coches, y no tiene más que una bicicletilla”. (Nota: Y para colmo a la hora de la hora se le desinfla siempre)...
El buen Padre Arsilio amonestó paternalmente a doña Chalina, una de sus feligresas. Le dijo: “Me he enterado, hija, mía, de que eres dada a chismorrear, cotillear, chinchorrear, cotorrear, charlatanear, murmurar y comadrear. O sea que te gusta contar chismes”. “Padre -se justificó doña Chalina-, ¿qué otra cosa se puede hacer con los chismes más que contarlos?”... El tabernero del lugar encontró una tortuga en la trastienda de la cantina. No supo qué hacer con ella, y concibió una idea: haría entre sus clientes un concurso a ver quién bebía más en una semana.
Al ganador le daría la tortuga como premio sorpresa. En efecto, se llevó a cabo el torneo, que fue ganado con facilidad por Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo. Le entregó la tortuga, pues, en una caja. Al día siguiente le preguntó al temulento: “¿Te gustó el premio?”. Respondió Etílez: “La carne de la torta estaba buena, pero el pan lo sentí bastante duro”...
Una chica vio en la estación del Metro una báscula de monedas, y fue a pesarse en ella. Sorprendida por lo que marcaba la aguja se quitó los zapatos y echó otra moneda. No quedó satisfecha, de modo que se quitó el saquito que llevaba y depositó una moneda más. Al parecer tampoco la satisfizo lo que la báscula indicaba.
Se quitó entonces el suéter y echó otra moneda. En eso se le acercó un señor y le dijo: “No se detenga, señorita. Aquí traigo más monedas”...
El joven recién casado estuvo un mes ausente del nido de amor por motivos de trabajo. Al regresar, tan pronto llegó al aeropuerto le pidió a su mujercita, que había ido por él en su automóvil, que se dirigiera a toda velocidad a casa a hacer lo que el marido y la mujer hacen en casa.
“¡Por Dios, Vehemencio! -le dijo con sentimiento la muchacha-. Llevamos un mes sin vernos, y cuando nos encontramos lo único que se te ocurre es pedir sexo. Ni siquiera me preguntaste cómo he estado”. “Tienes razón -se disculpó el muchacho-. ¿Cómo has estado? Ahora empieza a desvestirte”...
Un hombre se presentó ante el doctor Ken Hosanna. “Doctor -le dijo-, quiero que me haga la vasectomía”. “No hay problema -respondió el galeno-. Antes, sin embargo, quiero tener la certidumbre de que está usted consciente de todas las implicaciones que conlleva una operación como ésta. ¿Habló ya con su esposa?”. “Sí, doctor -contestó el tipo-.
Está de acuerdo”. “¿Y sus hijos?’’ -quiso saber el médico. “También los consulté, doctor -respondió el tipo-. Hicieron una votación, y estuvieron de acuerdo por 9 votos contra 5”... Dos compadres fueron de cacería, y la primera noche se tomaron algunas copas al amor de la fogata del campamento. Uno de ellos se veía meditabundo y cabizbajo, lleno de preocupación. “¿Qué le pasa, compadre? -le preguntó el otro con afectuosa solicitud-. Lo veo muy pensativo”. “Le diré la verdad, compadre -respondió el tipo con aflictiva voz-. Usted no conoce bien a su comadre, mi señora.
La verdad, no le tengo mucha confianza, y temo que en mi ausencia esté haciendo el amor con otro hombre. Quisiera regresar a mi casa mañana mismo”. “No se preocupe compadre -lo tranquilizó el otro-. ¿Con quién podría estar haciendo el amor mi comadre? Tanto usted como yo estamos aquí”...
Hoy hace una semana Eduardo Caccia escribió un bellísimo artículo acerca de mi persona y mi trabajo que llenó de orgullo y alegría a mi esposa, mis hijos y mis nietos, y que a mí me dejó profundamente conmovido.
Recibí innumerables felicitaciones de familiares, amigos y lectores por los conceptos que en ese texto vertió Eduardo. Sus palabras, desde luego, obedecen más a su noble generosidad que a mis merecimientos.
Aquí le doy las gracias por ellas. Quisiera tener la calidad humana y la bondad que él tiene, para poder expresarle bien mi gratitud. Gracias, Eduardo. Gracias siempre... FIN.

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