Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Temporada para amantes y enamorados
2013-10-27 | 09:45:55
La linda chica ponía objeciones a las amorosas demandas del obstinado galán concupiscente que con empecinamiento digno de mejor causa le pedía que le ofrendara su virtud. “Está bien, Susiflor -le dijo por fin el voluptuoso tipo-. Vamos a echar una moneda al aire. Si cae águila hacemos lo que yo quiero, Si cae sello hacemos lo que tú no quieres”...
Dos cocuyitas iban por el campo. Alrededor de ellas se encendían las pequeñas luces de los cocuyos que las convocaban al sempiterno rito del amor. De pronto se vio a la distancia la luz de un fuerte relámpago. “¡Vámonos con aquél! -exclamó entusiasmada una de las cocuyitas-. ¡Ha de estar bien grandotote!”...
La voluptuosa muchacha le ofreció al gerente de la compañía: “Quiero ser su secretaria, señor Mequínez. No sé hacer nada, pero puedo faltar de noche a mi casa”...
En la orilla de la carretera el viajero le preguntó a un lugareño: “¿Dónde está la próxima gasolinera?”. “A media hora de aquí, señor -respondió el hombre-, a vuelo de pájaro”. Preguntó otra vez el viajero, ahora con acento hosco: “¿Y si el maldito pájaro tiene que ir a pie y rodando una llanta ponchada?”...
Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le contó a un amigo: “Todas las noches tengo una pesadilla. Sueño que estoy casado”. “¿Con quién?” –le preguntó el amigo: “Con mi esposa -repuso el tal Capronio-. En eso está precisamente la pesadilla”...
El muchacho y la muchacha terminaron de hacer el amor. “Tus ideas feministas me parecen fantásticas, Casandra -le dijo él a ella-. ¿Cuánto me vas a pagar?”...
El viejito se quejaba con su esposa -bastante más joven que él- de fatigas y quebrantos diversos. Por fin ella lo convenció de ir con el doctor. A su regreso la señora le preguntó qué le había dicho el médico. “Dice que estoy bien en general -respondió el veterano-, pero que debo bajar el ritmo en algunas cosas. Debo trabajar menos, debo comer menos. Incluso debo hacer el amor menos. A propósito: ¿cuántas veces a la semana es bimestralmente?”...
Los dos amigos veían por la ventana del departamento vecino a un hombre y a una mujer que se besaban apasionadamente. Le dijo uno de los amigos al otro con tono de admiración y envidia: “¡Caramba! ¡Qué afortunado es Leovigildo de tener una mujer tan ardiente!”. “Sí -respondió el otro-. Y a propósito: ¿dónde andará Leovigildo?”...
El conde Drácula se apartó por fin de la doncella, que quedó desfallecida en el lecho, exangüe, agotada, feble, exánime, aniquilada. Le dice Drácula con una siniestra sonrisa de satisfacción: “Y da gracias, preciosa, de que esta noche no traía ganas de sangre”...
El maduro señor con aspecto de ser hombre rico y de mundo le pidió a la muchacha de la tienda: “Sugiérame por favor un regalo para una amiga”. La avispada chica, que reconoció de inmediato el tipo del cliente que era el hombre, le propuso con sugestiva voz: “Tengo una ropa interior preciosa, señor. Si quiere se la enseño”. “Después -contestó el ejecutivo, expeditivo-. Primero sugiérame algo para mi amiga”...
Doña Clorilia dio a luz su séptimo hijo. Le dijo a su esposo: “Estoy muy ocupada con el bebé, Fecundio, así que no me molestes con pretensiones amatorias. Ten este dinero y ve a una casa de mala nota”. Salió don Fecundio con el billete, y en la escalera del edificio halló a la vecina del piso bajo, a quien contó lo que su esposa le había dicho. “¿Para qué ir a ese lugar? -le dijo la mujer-. Yo puedo darte el mismo servicio”.
Lo brindó, en efecto, a satisfacción de don Fecundio, que le entregó el billete. Al regresar a su casa le informó a su esposa lo que había sucedido. “Y ¿el dinero?” -preguntó la señora. “Se lo di a la vecina” -respondió él. “¡Mira qué aprovechada! -se indignó doña Clorilia-. ¡Yo hice lo misma por ella cuando tuvo su último hijo, y no le cobré nada a su marido!”... FIN.

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