Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Periodismo con honradez y dignidad
2013-11-08 | 09:03:18
Cuatro amigos bebieron hasta emborracharse, y así azumbrados decidieron ir a un lupanar, burdel o mancebía. Al día siguiente uno les reclamó a los otros con enojo: “Malos amigos son ustedes. Me dejaron la peor mujer: una arpía fea como un demonio, gruñona, insoportable”.
Le responde uno de ellos: “No sabes lo que dices. Como estabas demasiado borracho te llevamos a tu casa”…
Pepito fue corriendo a llamar a un policía. Le dijo: “Mi papá se está peleando en la calle con otro hombre”. Acudió el gendarme y, en efecto, vio a dos hombres tundiéndose a puñadas uno al otro. Le preguntó a Pepito: “¿Cuál de los dos es tu papá?”. “Quién sabe –respondió el niño-. Por eso se están peleando”…
Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le pidió a su esposa en el momento de la mayor intimidad: “Grita, mujer, grita. Así la vecina pensará que soy bueno para el amor, y quizá por fin me dé aquellito”...
Don Chinguetas asistió a una fiesta para hombres solos. Al día siguiente estaba callado, morriñoso. Le temblaban las manos, las sienes le palpitaban: tenía la mirada perdida en el vacío. Le dijo con disgusto doña Macalota, su mujer: “Estás crudo”. “No lo estoy -replicó él-.
Así estabas tú después de tener un hijo, y decías que tenías depresión post parto. Yo tengo depresión post party”…
Doña Pasita le comentó a su esposo: “Hoy me levanté de la cama, alcé los brazos y me crujieron. Alcé las piernas y me crujieron. Giré el cuello y me crujió. Doblé la espalda y me crujió. Ya estoy muy vieja”.
Le dijo el anciano señor: “No es que estés vieja, mi vida. Estás crujiente, como las papitas”. (¡Esos son maridos, no ingaderas!)…
Es muy difícil hacer periodismo independiente en la provincia, que así se llama todavía en México a todo lo que no es el Distrito Federal. Y sin embargo hay magníficos ejemplos de ese oficio practicado con honradez y dignidad. Uno de ellos lo tenemos en Coahuila. Se llama Espacio4, publicación editada por Gerardo Hernández, colega queridísimo cuya amistad disfruto y cuya calidad humana admiro.
Hoy por la mañana, quizá a la hora en que mis cuatro lectores estén leyendo esta columnejilla, nos reuniremos a almorzar en La Canasta, segunda casa de los saltillenses, uno de los mejores restaurantes de la República -incluido el Distrito Federal- y el mundo.
Ahí celebraremos un aniversario más de ese periódico en cuyas páginas vive y mora la verdad. Contra todos los vientos y todas las tempestades Gerardo, su esposa y sus hijos han mantenido ese espacio de periodismo bueno y le han dado calidad en la forma y en el contenido.
Siendo un periódico pequeño es un periódico grande. Quiero decir un gran periódico. Festejar su cumpleaños es rendir homenaje a un periodista que ha librado combates valerosos en defensa de valiosas causas.
De él he aprendido yo muchas lecciones, entre ellas –periodismo aparte- la de la amistad. Abrazo con afecto a Gerardo Hernández, amigo de la verdad, amigo de verdad, y otra vez le doy las gracias por haber estado conmigo lo mismo en las horas bonancibles que en las tormentosas. Que Espacio4 viva muchos años más. Y, si no es demasiado pedir, que yo los vea…
La adivinadora fijó la vista intensamente en su bola de cristal y luego le anunció con acento dramático a la señora que la consultaba: “Su marido tendrá una muerte trágica. Morirá envenenado”. “Eso ya lo sé -respondió la mujer-. Lo que quiero que me diga es si la policía sospechará de mí”…
Un hombre de la ciudad compró una cabaña en el bosque después de leer la Oda a la vida retirada, de Fray Luis de León: “Qué descansada vida / la del que huye el mundanal rüido…”, etcétera.
Al mes de estar ahí, solo y aislado como Thoreau en su Walden, se le presentó un hombrón de más de 2 metros de estatura y unos 200 kilos de peso. Le dijo: “Soy su único vecino en 50 kilómetros a la redonda, y he decidido hacerle una fiesta de bienvenida”. “¡Caramba, muchas gracias!” –se conmovió el recién llegado.
“Quiero advertirle –siguió el visitante- que en esa fiesta se beberá mucho alcohol”. Contestó el otro, sonriendo: “No me importa tomarme de vez en cuando un par de copas”. “Quizá también –continuó el otro- habrá algún pleito”.
“A todo me avengo” –replicó el citadino sin dejar de sonreír. “Además habrá sexo” –anunció el montañés. “¡Magnífico! –se alegró el forastero-. Ya llevo un mes sin trato con mujeres”. “No habrá mujeres –declaró con ominosa voz el gigantón-. Seremos solamente usted y yo”… FIN.

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