Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-05 | 20:24:11
La esposa de Capronio tenía poco tetamen y mucho nalgatorio. Le pidió dinero a su marido para someterse a una intervención quirúrgica que le agrandaría las bubis. “No necesitas esa operación –le dijo el incivil sujeto-. Simplemente frótate el busto con papel sanitario”. Preguntó muy intrigada la señora: “¿Con papel sanitario me crecerán las bubis?”. “Claro que sí –le aseguró Capronio-. Nada más mira cómo tienes las pompas”… El harapiento pedigüeño le pidió al elegante señor: “Deme 100 pesos para una taza de café”. Acotó con molestia el caballero: “Una taza de café cuesta a lo sumo 25 pesos”. Replicó el mendicante: “Me gusta dejar buenas propinas”…El padre de Pepito le preguntó: “¿Qué aprendiste hoy en la escuela?”. Respondió el chiquillo: “Que 3 más 3 son 7”. El papá lo corrigió: “3 más 3 son 6”. “¡Uta! –exclamó Pepito con molestia-. ¡Entonces no aprendí ni mádere!”… Un especialista en relaciones familiares dictó una conferencia para esposas de ejecutivos. Se trataba de hacer que las señoras supieran algo acerca de lo que en la empresa hacían sus maridos. El conferencista dijo a las asistentes: “Deben ustedes interesarse en lo que hacen sus maridos”. Se dirigió a una de las presentes: “A usted, señora ¿le interesa lo que hace su esposo?”. “Desde luego que sí –aseguró la mujer-. Incluso contraté a un detective”… Me alegró la designación de Enrique Martínez y Martínez como secretario de Agricultura. Desde que Horacio Flores de la Peña formó parte del gabinete echeverrista Coahuila no había tenido un secretario de Estado. Conocí a Enrique –era yo secretario general de la Universidad- cuando fue director de la Escuela de Economía del Instituto de Estudios Profesionales de Saltillo. Extremadamente joven -no cumplía aún 25 años-, ya mostraba las cualidades que lo llevarían a hacer carrera en la política. Gobernador de Coahuila, fue hábil político y excelente administrador. Su labor como delegado del PRI en el Estado de México mereció ser calificada de relevante, lo que seguramente influyó en su designación. Tengo la certidumbre de que Enrique hará honor a la confianza que en él puso Peña Nieto. La responsabilidad es grande: nada menos que asegurar que el pueblo mexicano tenga alimentación. Ningún poder de la tierra puede conseguir tal cosa si falta un don del cielo: el agua. Cuando Miguel de la Madrid designó para ese mismo cargo a Eduardo Pesqueira, éste le aseguró: “Seré el mejor secretario de Agricultura en la historia de México, Miguel”. Y añadió luego, cauteloso: “Si llueve”. Enrique Martínez y Martínez conoce el campo, y se ha dedicado a trabajarlo. Admiro una labor a la que se entregó con pasión como ciudadano particular y como hombre que ama la naturaleza: hacer que en las extensas planicies norteñas haya otra vez berrendos, esos hermosos animales a los que cantó Manuel José Othón en su Idilio Salvaje. Al describir en sus espléndidos sonetos la estepa coahuilense –”… inmensidad abajo; inmensidad, inmensidad arriba…”- el bardo potosino evocó a esas criaturas del desierto: “… Silencio, lobreguez, pavor tremendos / que viene solo a interrumpir apenas / el galope triunfal de los berrendos”. El berrendo había entrado en vías de extinción, y Enrique se propuso evitar lo que habría sido una pérdida irreparable para México. Empresario agrícola, Martínez y Martínez ha hecho producir la tierra; político que se ha formado en el servicio público, tiene sentido social. Será un buen secretario de Agricultura. (Si llueve)… Dos fabricantes de perfumes no lograban hacer fortuna con sus productos. Dejaron de verse algunos meses, y de pronto uno de ellos apareció rico, boyante. Le dijo, feliz, a su amigo: “Elaboré un aroma que hace que la mujer huela a frutas. Con eso he hecho millones”. Pasó algún tiempo, y un buen día el otro inventor se le presentó a su amigo con mayor riqueza aún. “¿Cómo le hiciste?” –preguntó éste con asombro. Replicó el otro: “Me inspiré en tu invento, y elaboré un aroma que hace que las frutas huelan a mujer”… Lord Feebledick le informó a su esposa, lady Loosebloomers, que sus acciones en la Compañía de Indias no estaban dando ya los rendimientos de antes. Tendrían que hacer algunas economías. “Aprende a manejar –la apercibió-. Así podremos despedir al chofer”. “Está bien –aceptó lady Loosebloomers-. Pero si vamos a despedir al chofer, entonces tú aprende a follar”. (No le entendí)… FIN.

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