Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-04 | 20:56:32
Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dijo a un amigo: “En Navidad le voy a regalar a mi vecina un libro que se llama ‘Cocina vegetariana fácil, rápida y barata’. Le viene a la medida, porque no solo es vegetariana…”… La madura y robusta maturranga le pidió al taxista que la llevara al lupanar donde ejercía su antiguo y necesario oficio. Al llegar le informó: “No traigo dinero, guapo, pero te pagaré con éstas”. El taxista le preguntó: “¿No trae un billete más chico?”… El odontólogo le juró a su esposa, el día que se casaron, que jamás le diría una mentira. Siempre cumplió lo prometido. Se entendía con una de sus pacientes, y con ella se refocilaba en su consultorio. Si cuando estaba en eso lo llamaba por teléfono su esposa para preguntarle por qué no había llegado aún a su casa, el dentista le contestaba: “Estoy muy ocupado, mi amor. Tengo aquí una paciente, y le estoy llenando una cavidad”. (¡Descarado!)… El letrero en aquel camión decía: “Biblioteca Rodante”. El hombre que lo conducía atropelló a un peatón. En el suelo el infeliz atropellado se quejaba con dolorido acento: “¡Ay, ay!”. Bajó el chofer del camión, y poniéndose el índice en los labios le ordenó: “¡Shhh!”… Yo, lo confieso, tiendo a ser exagerado en mis admiraciones. No me arrepiento: si quieres vivir la vida con intensidad todo lo que no sea exageración será desperdicio. Pienso –y en esto no creo incurrir en hipérbole- que el Centro Histórico de la Ciudad de México es uno de los sitios más bellos del planeta. Me duelen por eso en el alma, y en otras partes más sensibles, los brutales ataques de los vándalos a sueldo contra ese lugar hermoso y contra quienes en él viven o trabajan. Esos irracionales individuos no son disidentes políticos; son delincuentes, y como tales han de ser tratados si no se quiere que la lenidad culpable y la rampante impunidad sigan siendo fuente de males para la ciudad. Pero regreso al Centro Histórico (siempre quiero regresar a él). Estoy agradecido con dos personas a quienes debo poder disfrutar de las calles, templos, plazas y edificios que describieron con magistral estilo don Luis González Obregón y mi insigne paisano Valle Arizpe. Uno de esos personajes es Carlos Slim; Marcelo Ebrard, el otro. El primero, que ama a ese lugar porque en él nació y ahí se forjó para el trabajo, ha invertido cuantiosas sumas para devolver su antiguo esplendor a palacios, casonas prestigiosas y sitios entrañables pertenecientes a la primera traza de la capital. Por su parte, Marcelo Ebrard, libró al Centro Histórico de los grupos que habían hecho de él su propiedad privada merced a la complacencia populista de López Obrador. Yo no conozco a Ebrard; jamás he cruzado palabra con él. Con Carlos Slim he hablado nada más una vez: me invitó a tomar un café, que él pagó. (“¡Lo hubieras pagado tú, abuelito! –me reprendió mi nieto mayor, Rafa-. Así habrías podido decir: ‘Yo le pagué un café al hombre más rico del mundo’”). Ahora que Ebrard termina su gestión al frente del Distrito Federal le agradezco habernos devuelto a todos los mexicanos el Centro Histórico de nuestra capital, y haber hecho de ella una de las ciudades más seguras del país. Le deseo un buen futuro, que de seguro le será estorbado por el pasado que representa su antecesor… El último día de cada diciembre suelo narrar en esta columnejilla “El chiste más pelado del año”. Pues bien, al final de este mes consumaré una hazaña inenarrable: ¡narraré “Los tres chistes más pelados del año”! Estoy tramitando ya el permiso de la Pía Sociedad de Sociedades Pías para dar a los tórculos –o sea a las prensas, que se oye menos mal- esa tripleta de execrables chascarrillos, capaces uno por uno, no se diga los tres juntos, de sacudir desde sus cimientos el edificio de la moral universal, de por sí tan endeble desde que Adán y Eva comieron la manzana. ¡No se pierdan mis cuatro lectores, el próximo día último, “Los tres chistes más pelados del año!”. En tanto llega el día de relatarlos pongo aquí otro de menos sustancia y entidad… El doctor le dijo a su bella paciente: “La veo débil, agotada. Dígame: ¿está comiendo tres veces diarias, como le aconsejé en la anterior consulta?”. “¿Comiendo? –se azoró la mujer-. ¡Qué barbaridad, doctor! ¡Yo oí con ge!”. (Caón, si este tremendo cuento es de menos sustancia y entidad que los que narrará el escribidor el último día del año, ¡cómo irán a estar ésos!)… FIN.

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