Por Catón
Columna: De política y cosas peores
México, en los ojos del mundo
2012-11-28 | 22:07:53
La colegiala estaba haciendo el amor con un muchacho al que acababa de conocer. Al tiempo que cabalgaba gozosamente sobre él exclamó con alegría: “¡Tiene razón la Madre Superiora! ¡Una chica no necesita beber ni fumar para pasar un buen rato!”…
Empédocles Etílez, borracho con perseverancia, llamó desde la cantina por teléfono a su esposa. “Prepárate –le dijo-, porque al rato vas a saber lo que es hacer el amor tres veces seguidas”. “¿Tres veces? –se burló ella-. ¡Mentecato! Tus continuadas libaciones te tienen cuculmeque, vale decir débil y enfermizo.
Tienes problema aun para cumplir una sola vez el débito conyugal que imponen tanto el Código Civil como la Santa Madre Iglesia. ¿Y me dices que me prepare para hacer el amor tres veces seguidas?”. Explica el temulento: “Es que voy con dos amigos”…
¡Mañana! Sí, mañana aparecerá aquí el horrísono epigrama debido a la prima Celia Rima, versificadora de ocasión. Recordarán mis cuatro lectores que pedí a un ilustre senado de cultos varones y sapientes damas una opinión acerca de si debía yo publicar o no esa tremenda badomía que en cuatro versos hace la síntesis de los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón.
Tan vitriólica es la redondilla que dudaba yo en darla a la luz pública. Hubo una primera junta, y la opinión de aquel senado se dividió de plano. En la segunda, sin embargo, se llegó a un acuerdo: el epigrama se publicará, pero por una sola vez. Luego, según reza el acta de la reunión, la cuarteta será confinada para siempre “en la sentina de la Historia”.
Leamos pues, mañana, los cuatro lapidarios versos de ese mínimo poema imputado a la prima Celia Rima. Si no lo hacemos perderemos la única oportunidad que habrá de conocer su vitando contenido…
Los ojos del mundo están puestos en México. O por lo menos uno de ellos. Ojalá en la toma de posesión de Enrique Peña Nieto se observen las formas democráticas, y el acto se lleve a cabo en modo tal que no nos desprestigie. Ni actitudes intransigentes ni violencias caben cuando se trata de cumplir una solemnidad prescrita por la Constitución.
A pesar de todo lo que se diga en contra, lo cierto es que en la elección presidencial reciente se mostró con claridad la voluntad de los electores. Las prácticas que se atribuyeron al PRI pueden atribuirse en igual forma a los demás partidos. Todos sin excepción han recurrido a ellas.
Las manifestaciones en contra del nuevo presidente son admisibles, pero han de sujetarse a los cauces que marcan la civilidad y el ejercicio democrático. Lo demás será torpe empecinamiento, injustificada tozudez. Y ya no digo más, pues veo que me estoy encaboronando por adelantado…
Don Astasio llegó a su casa y sorprendió a su esposa, doña Facilisa, en erótico godeo con el repartidor de pizzas, un toroso mancebo de gran musculatura. Pensó el mitrado esposo que, entretenida su mujer en esa ilícita refocilación, la pizza se iba a enfriar, de modo que apresuradamente colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba incluso en los días de más calor, y fue luego al chifonier donde guardaba la libreta en la cual tenía anotadas palabras de denuesto para fazferir a su mujer en tales ocasiones.
Volvió a la alcoba y le dijo a su esposa: “¡Bisunta!”. Con eso le estaba diciendo sucia, grasienta, resobada. “¡Ay, Astasio! –replicó ella mortificada-. Todavía ves lo ocupada que estoy, y aun así vienes a interrumpirme con terminajos que ni don Rufino José Cuervo entendería, aunque resucitara solo para ello.
Anda, ve y pon la pizza en el horno, para que se caliente. Es de salami”. Intervino en ese momento el repartidor. Dijo muy orgulloso: “Le pedí al cocinero que le pusiera doble queso, para que vea el señor que no soy un desagradecido”. Don Astasio no contestó. Salió del cuarto y fue a la estufa a calentar la pizza. Iba sumamente molesto con su esposa, pues nunca recordaba que la pizza que le gustaba a él no era la de salami, sino la de peperone…
El instructor de paracaidismo instruyó al recluta. “Cuando saltes del avión –le dijo- cuenta hasta diez y luego jala la argolla del paracaídas”. “¿Dónde está la argolla?” –preguntó el neófito con temblorosa voz. “A la altura de tus testículos” –le respondió el maestro. “No la hallo” –dijo con angustia el muchacho al tiempo que buscaba con desesperación a la altura de su garganta. (No le entendí)…
FIN.

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