No cabe duda de que el trabajador mexicano debe de ganar más de lo que actualmente percibe. Solo que para que dicho incremento no genere inflación, un aumento al salario debe de ir aparejado también con un incremento en la productividad laboral.
No se trata de trabajar más horas, sino de hacerlo con mayor eficiencia y calidad, lo cual se logra con capacitación, orden, disciplina y responsabilidad compartida.
Esto hay que entenderlo muy bien para no caer en la trampa del populismo pernicioso que ya padecimos en México durante los años 70s y principios de los 80s del siglo pasado, donde llegaron a otorgarse dos aumentos salariales al año.
Dichos aumentos, en lugar de ayudar a los trabajadores, los perjudicaron por dos razones muy simples:
No todas las empresas podían pagarlos, lo que generó despidos y cierre de fuentes de trabajo.
Además, en la carrera precios y salarios siempre ganaron los precios.
A manera de ejemplo: Si en un año los salarios subían 40%, la inflación provocaba aumentos del 60% ó más. Ganar más produciendo menos es como querer alimentar a una familia cada vez más numerosa, echándole mayor cantidad de agua a la sopa.
Desesperado porque la inflación llegó a ser del 160% anual, lo que afectaba nuestra economía y generaba un severo descontento social, el Gobierno Federal tuvo que instrumentar los llamados pactos, donde todos los precios se congelaron. Adicionalmente a esto, los empresarios ofrecieron un 3% de descuento en todos sus precios.
Mediante esta medida y otras más radicales, como el cierre o la venta de empresas paraestatales improductivas, cuyos enormes déficits tenían que cubrirse con recursos públicos, logró controlarse un poco la inflación galopante.
El gobierno mexicano debió también apretarse severamente el cinturón y dejar de tirar el dinero en programas de escasa justificación y pobres resultados.
Al final, después de mucho esfuerzo y múltiples sacrificios porque infinidad de empresas cerraron y el desempleo cundió, se logró bajar la inflación a un solo dígito, cuando antes era de tres.
Como todo se olvida y la historia con frecuencia se repite, empiezan a plantearse nuevamente soluciones idénticas a las que en el pasado nos condujeron al desastre.
El último aumento al salario mínimo fue del 16%. Dice el presidente que no generó inflación, lo cual es cierto, por la sencilla razón de que muy pocos trabajadores lo ganaban. La mayoría percibía un sueldo mayor, por lo que el efecto del aumento al salario mínimo fue más bien propagandístico, que real.
Sin embargo, otro incremento similar para el año próximo, puede causar más perjuicios que beneficios, porque hay micro y pequeñas empresas que definitivamente no podrán pagarlo. Si las obligan a hacerlo, tendrán que repercutirlo en sus precios y esto las sacará del mercado obligándose a cerrar sus establecimientos o a despedir personal con tal de sobrevivir.
Hay otro problema más complicado:
Los sindicatos estadounidenses y canadienses presionan a sus respectivos gobiernos para que le exijan a México el pago de salarios más altos, como condición para ratificar el T-MEC, ya que consideran una competencia desleal el que los sueldos que se pagan aquí sean tan bajos en relación con lo que los trabajadores de esos países ganan.
Esa actitud aparentemente solidaria, está muy lejos de pretender ayudarnos, sino todo lo contrario. Ellos simplemente no quieren competencia.
Es muy triste decirlo, pero si tenemos en México combustibles más caros que allá, tarifas eléctricas más elevadas también, cuotas más altas por el uso de autopistas y aparte una inseguridad creciente que les cuesta cada día más a las empresas, la única forma de competir y poder vender nuestros productos es teniendo salarios bajos.
Si los salarios suben demasiado, simplemente no habrá quien nos compre y para poder exportar deberá devaluarse nuestra moneda, lo cual resultará peor porque provocará mayor inflación.
En el caso del campo, un aumento salarial desmedido hará todavía más incosteable la producción del café y de la caña de azúcar, entre otros productos. El café se está pagando actualmente a la mitad de lo que valía hace 8 años, cuando los costos de producirlo se han duplicado en ese mismo lapso.
¿Es esto algo que no tiene remedio?.
Si hay soluciones, solo que estas no son fáciles ni gratuitas. Implicarán un gran esfuerzo por parte del gobierno.
Para muestra un botón:
Suponiendo que los combustibles y la electricidad costaran en México lo mismo que en USA, tendrían nuestras empresas un gran ahorro.
¿Qué pasaría si dicho ahorro se canalizara a pagarles mejores salarios a los trabajadores?. Se incrementaría su poder de compra, sin que subieran los costos globales de las empresas. El impacto en la inflación sería nulo.
Los precios de todo lo que producimos serían los mismos. La economía mexicana se reactivaría. Habría más empleo y mayor crecimiento.
Yo todavía no me explico cómo es que nos dicen que la luz y el petróleo son nuestros, si lo que cuestan aquí es el doble de lo que cuestan en USA, con la enorme diferencia de que allá las empresas petroleras y las que manejan la electricidad ganan dinero, mientras que aquí lo pierden por la corrupción, la incapacidad, el burocratismo y la colocación de políticos amigos de los que mandan en los cargos directivos de las empresas paraestatales; en lugar de poner al frente de éstas a administradores verdaderamente competentes.
Vivimos en el mundo al revés.
¿No les parece a Ustedes?
Muchas gracias. Buen fin de semana.
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