Por Francisco J. Ávila Camberos
Columna: La pila puesta al revés
La pila puesta al revés
2016-05-21 | 10:40:53
La noticia más relevante de la semana resultó ser la iniciativa presentada por el Presidente de la República, en pro de la legalización de los llamados matrimonios entre homosexuales; disfrazados tendenciosamente por la propaganda imperante como matrimonios igualitarios. Esta propuesta es indiscutiblemente contra natura y se debe en buena parte a las presiones que los grupos gay organizados, incrustados en la ONU, ejercen sobre los gobiernos. Éstos últimos van poco a poco cediendo terreno ante la indiferencia de una sociedad cada vez más preocupada por el futbol que por su futuro. Estas propuestas tan radicales y otras similares, las reviven extrañamente en tiempos electorales como eficaces distractores, para que la gente no se percate de los severos problemas que enfrentamos, debido al saqueo, la corrupción, el endeudamiento, las devaluaciones, la contaminación y la inseguridad. Retomando el tema y como dato cultural, les comento que una interpretación del vocablo “matrimonio” tiene su origen en las palabras latinas matris que significa madre y monium que significa carga, porque se refiere a la carga que lleva la madre. Para otros expertos, la interpretación de la palabra matrimonio tiene un origen similar: Matris significa madre y monium se refiere al conjunto de ordenamientos legales, cuya principal función es la protección de la madre. El Código Napoleónico definió al matrimonio como: “La sociedad del hombre y la mujer que se unen para perpetuar la especie, para ayudarse mutuamente a llevar el peso de la vida y para compartir su común destino”. Una de las principales características del matrimonio -para la gran mayoría de las religiones-, es que debe ser entre un hombre y una mujer, porque su objeto primordial es la procreación para preservar la especie. Una vez planteada la definición que ha trascendido a través de los siglos, se concluye que a la unión de dos personas del mismo sexo no se le puede llamar matrimonio, porque carece de los elementos fundamentales de éste, como el que solo debe ser entre un hombre y una mujer, generando con ello una comunidad de vida que posee la natural posibilidad de procrear, es decir, la viabilidad de formar una familia con el nacimiento de nuevos individuos, producto de una relación sexual entre los esposos, cosa que entre dos personas del mismo sexo resulta imposible de lograr, porque éstos no pueden generar nueva vida. Llamarle matrimonio a la unión
entre dos personas del mismo sexo, sería tanto como confundir la gimnasia con la magnesia, digan lo que digan quienes desean aprovechar la polémica que esto genera, para crear distractores en plena contienda electoral. Para quienes siendo del miso sexo y desean vivir como pareja, existen otro tipo de uniones que para salvaguardar sus derechos pueden constituirse legalmente, como son las llamadas sociedades de convivencia. Sin embargo, jamás a este tipo de uniones se les puede ni se les podrá considerar como matrimonio. Más aberrante que la ocurrencia anterior, resulta el nuevo disparate planteado por algunos políticos que para captar votos de la izquierda, pretenden modificar la legislación vigente para que las parejas homosexuales puedan adoptar niños. Incluso un despistado ministro de la Suprema Corte, creyendo que su opinión es infalible, señala que de no autorizarse esto, estarían violándose los derechos de las parejas homosexuales. ¿No sabrá este señor que los derechos de cualquier individuo tienen siempre límites y que éstos deben acotarse cuando afectan los derechos de terceros? Ojalá haya alguien con dos dedos de frente que les explique a los políticos que impulsan la adopción de infantes por parejas homosexuales, que siempre deberán prevalecer los derechos de los niños sobre los de los adultos, porque finalmente son los niños los más desprotegidos, los que necesitan de la tutela obligada y solidaria de su propia familia y de la sociedad. Ya quisiera yo ver si pensarían igual quienes por moda y oportunismo político, impulsan la adopción de niños por parejas de homosexuales, si estarían dispuestos a que en caso de que fallecieran teniendo hijos pequeños, éstos fueran entregados en adopción a una pareja de gays. Nadie puede negar que los homosexuales como cualquier persona merecen respeto y tienen derechos, pero estos no son absolutos. Su límite son los derechos de los demás, especialmente de los niños, quienes son el mayor y más preciado recurso de nuestra patria. Por todo lo anterior, ¡cuidado! De seguir la sociedad durmiendo el sueño de los justos, corremos el riesgo de que las minorías gritonas y escandalosas impongan su criterio sobre las mayorías, porque estas últimas siguen desorganizadas y en la luna; mas ocupadas en trivialidades, telenovelas y tonterías, que en el futuro de México. Preocupante el caso, ¿no les parece a Ustedes? Muchas gracias y buen fin de semana.

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