Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
El poder de elegir bien
2015-06-18 | 09:56:31
El hijo de don Hamponio, el narco de la esquina, le pidió a su padre que le comprara un rompecabezas. Don Hamponio le compró un martillo... Al final de esta columnejilla viene el chiste más breve y más pelado de la temporada veraniega. Lo sometí a la consideración de doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, y la ilustre dama sufrió una fanfurriña que la llevó a retirarme el saludo, no sin antes espetarme una conción severa. Ahora cuando nos topamos en la calle la señora tuerce el gesto y acelera el paso. Si doy a los tórculos ese cuentecillo es porque la palabra “tórculos” me gusta mucho: sonorosamente esdrújula, es más elegante que el vocablo “prensas”. Lean, pues, mis cuatro lectores ese chiste, el más breve y pelado de la época estival. Después de la tundente y contundente victoria en Nuevo León de Jaime Rodríguez, El Bronco, ha surgido en los ciudadanos una euforia que debe ser tomada en cuenta por los grandes electores -los que en verdad lo son y los que creen serlo- y por los partidos. Equivocarse en la designación de un candidato puede dar origen a una candidatura independiente que eche por tierra el supuesto poder de los dedazos y de las maquinarias partidistas, por más poderosas y eficaces que parezcan. Los tiempos ya son otros. Ahora se debe oír a la gente; hacer encuestas reales, no dirigidas; reconocer que pesa más la voluntad de la ciudadanía que el capricho de cualquiera. No son pocos los estados en los cuales existen, mutatis mutandis -cambiando lo que haya que cambiar-, circunstancias semejantes a las que se presentaron en Nuevo León, y que ocasionaron la estrepitosa derrota del PRI. Este partido, supuestamente el más fuerte y poderoso, puso en obra todos sus recursos y toda su estructura, y sin embargo no logró sacar adelante a su candidata. Lean los hombres del poder el ominoso Mane, thecel, phares que se ve hoy por hoy en los muros de la política nacional. Esas palabras de advertencia, que significan algo así como “Has sido pesado y contado, y tu reino será dividido”, aparecieron de pronto, misteriosamente escritas por invisible mano, en una pared de la sala donde el rey Baltasar celebraba una orgía mientras Ciro, su mortal enemigo, entraba con sus tropas por la gran puerta de Babilonia. Dicho en modo más llano, apliquen los grandes electores y los partidos el popular adagio según el cual quien ha visto las barbas de su vecino cortar debe poner las suyas a remojar. ¡Brrr!... Era de noche, y sin embargo llovía. Un viajero iba en su automóvil por el campo. El vehículo cayó en una zanja y no pudo ya seguir. Vio el hombre una lucecita a lo lejos, que resultó ser la de la casa de un granjero. Le pidió alojamiento para pasar la noche. El hombre le dijo que le permitiría compartir el lecho de su hija a condición de que le prometiera que no intentaría nada con ella. “Señor -dijo solemne el individuo-, soy Caballero de la Legión Condal, y entre nuestros principios está deshacer entuertos y defender doncellas”.
Ya acostados el viajero y la muchacha, ella le dijo en la oscuridad de la habitación: “¿Así que uno de sus principios es defender entuertos y deshacer doncellas?”. Él la corrigió: “Al revés, señorita; al revés”. Preguntó la moza: “¿Entonces no intentará nada conmigo?”. “Señorita -volvió a decir el visitante-, soy Caballero de la Legión Condal. No le tocaré ni un pelito”. “Nada me importaría que me tocara varios -replicó la muchacha-. Valoro más el arrojo de un hombre que su puntería”. El viajero hizo caso omiso de esa acotación, y cumplió lo que le había prometido al padre: no intentó nada con la chica. Al día siguiente estaban los dos en el jardín cuando pasó por el camino un joven de modales adamados. “¿Quién es?” -preguntó el viajero. “No lo conozco -respondió la chica-. Ha de ser otro Caballero de la Legión Condal”... Viene ahora el cuento más breve y más pelado de la temporada veraniega. Quien lo lea lo hará bajo su riesgo. Zurdina, linda chica cubana, era de izquierda maoísta. Cierto día le dijo a un camarada: “El que no ama a Mao no es revolucionario”. “¡Ah, pues vamos!” -se apuntó de inmediato el camarada. (No le entendí). FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que escucha canto gregoriano, dio un nuevo sorbo a su martini y continuó: -La pena de muerte es un grave pecado contra el hombre y contra Dios. Ningún país que se precie de cristiano debería tenerla. -En el hacha del verdugo de Friburgo -prosiguió Cusset- se leía una inscripción. “Señor: tú eres el juez; yo sólo soy tu mano”. Decir tal cosa constituye un enorme sacrilegio. La Iglesia debería condenar ese castigo en forma terminante, y trabajar para que las naciones lo excluyeran de sus códigos. Dejar de pronunciarse en tal sentido, por negligencia o por política, es hacerse cómplice de esa barbarie que es la pena capital. Por el contrario, reprobarla expresamente es señalar que la persona, creación divina, está por encima del Estado, creación humana. Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa “...Paga el gobierno federal los sueldos a los ‘maestros’ de la CNTE...”. Personas muy poco finas, en modo nada feliz, dicen que en este país ya no ponen las gallinas.

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