Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2015-06-16 | 09:51:20
Se aburría. Se aburría mortalmente.
Su vida, pensaba cuando alguna
vez pensaba, era un tedioso tedio.
Eso de estar todo el día atrás de un
mostrador, aunque fuera de joyería
de lujo, y aunque la joyería fuera
suya, era algo vacío de sentido, vacío
de todo.
Quiso vivir, viajar, ir por el mundo
con su cámara como fotógrafo
profesional. Pero era joyero porque
su padre fue joyero, y joyero el padre
de él. Desde muy joven aprendió el
negocio.
No había mucho que aprender:
unos cuantos proveedores y unos
cuantos clientes cuyos gustos y caprichos
debía satisfacer. Era muy fácil
halagarlos. Una sonrisa untuosa
y algunas estudiadas reverencias.
“Madame, nos acaba de llegar un
pendentif de brillantes que parece
hecho especialmente para usted”.
Había que decir “madame” y no “señora”.
Para eso llevaba ese apellido
francés que tanto impresionaba a su
clientela y que estaba en el nombre
de la tienda: “Camelinat, joyeros”.
A aquel gordo empresario enriquecido
en su trato con políticos,
comprador asiduo: “Mon cher ami!
Permítame mostrarle un brazalete
de esmeraldas que puede ayudarle
mucho en sus relaciones... públicas”.
Al decir eso una sonrisa pícara y
un guiño de complicidad que hacía
que el ricacho se pusiera como el
sapo cuya ilustración venía en El
tesoro de la juventud, que inf laba
la piel de la garganta para atraer a
la hembra.
Fuera de eso jamás pasaba nada.
Nada. Hasta el día en que llegó a
la tienda aquel muchacho. Aunque
llevaba traje y corbata se veía de
condición modesta. Dijo que buscaba
un anillo de compromiso. El
joyero, que con un golpe de vista
podía medir las posibilidades económicas
de un cliente, sacó la caja
con fondo de terciopelo negro donde
tenía los anillos más baratos.
“No -rechazó el joven-. Quiero
algo mejor”. El joyero se inquietó.
Dirigió una mirada a su asistente
para prevenirlo. ¿No sería ese individuo
un ladrón? Podía tomar
un anillo o varios y salir corriendo
de la tienda.
El ayudante se colocó discretamente
junto la puerta para impedir
cualquier intento de escape. El muchacho
no advirtió eso, ocupado
como estaba en ver los anillos de la
otra caja que sacó el joyero. Escogió
uno de los más caros. “¿Cuánto
cuesta?” -preguntó. El hombre le
informó el precio. Dijo el joven:
“Me lo llevo. Envuelva el estuche
para regalo, por favor”. Preguntó,
cauteloso, el de la tienda: “¿Cómo
lo va a pagar? ¿En efectivo o con
cheque?” “En efectivo” -respondió
el muchacho.
El joyero no salía de su inquietud.
Mientras envolvía el estuche trató
de entablar conversación para saber
el terreno que pisaba. “Escogió usted
el mejor -le dijo-. Seguramente a
su novia le va a encantar”. “No tengo
novia -sonrió el joven-. El anillo es
para mi mamá”.
El de la tienda se sorprendió:
“¿Un anillo de compromiso para su
mamá?” “Sí -respondió él-. No conocí
a mi padre. Cuando mi madre
quedó embarazada de mí su familia
le aconsejó que no me tuviera.
Había medios para eso, le dijeron.
Ella no los escuchó. Me dio la
vida a pesar de todos y de todo. Con
sacrificios me educó. Terminé mi
carrera, y por mis calificaciones
obtuve un buen trabajo. Con mis
primeros sueldos le compro a mi
mamá este anillo.
En él va mi compromiso de ver
siempre por ella, de corresponder
a todo lo que hizo por mí”. El joyero
no supo qué decir, cosa muy rara en
él, que sabía decirlo todo. Trató de
encontrar algunas palabras de felicitación,
pero su oficio no le había
enseñado esas palabras. Terminó
de envolver el estuche y lo puso en
manos del muchacho.
Aquello no era un asalto... En
este punto me asaltó a mí una insana
tentación. ¿Qué tal si escribo
que el joven tomó el anillo y salió
corriendo de la tienda apartando
con un empellón al ayudante? Eso
le quitaría al relato cualquier asomo
de cursilería y le daría un final al
mismo tiempo sorpresivo e irónico
que gustaría a otros escritores.
Pero en el fondo tengo buen natural,
y no soy capaz de inventar un
final así. El final de esta historia
real es otro. Cuando el muchacho
fue a pagar el anillo el joyero le dijo
a su asistente: “Hazle al joven el
descuento que hacemos sólo a los
clientes importantes”... FIN.

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