Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Todas lloran
2013-12-29 | 09:13:23
El médico del pueblo llegó al pequeño hospital comunitario. Todas las mujeres con las que se topaba iban llorando, y todas proferían con lamentoso acento: “¡Murió Longino! ¡Murió Longino!”. Al entrar vio que las enfermeras lloraban también. “¡Murió Longino! -gemían todas-. ¡Murió Longino!”. El cortejo de plañideras parecía venir de la morgue.
Hacia allá fue el médico. En torno de una de las mesas del anfiteatro estaba otro coro de mujeres que lloraban. “¿Por qué te fuiste, Longino? -clamaban gemebundas-. ¿Qué vamos a hacer sin ti?”. Se abrió paso el doctor y vio tendido sobre la plancha el cuerpo de un individuo joven y excepcionalmente fornido y musculoso.
Por él lloraban todas las mujeres. Cuando volvió a su casa el médico le dijo a su esposa: “Ahora que fui al hospital todas las mujeres lloraban por un individuo que murió. Estaba en la morgue: jamás había visto yo a un hombre tan excepcionalmente bien dotado”. “¡Santo Cielo! -exclamó la señora al tiempo que se echaba a llorar llena de congoja-. ¡Murió Longino!”...
Babalucas le contó a su amigo: “Compré un reloj a prueba de agua, a prueba de golpes, a prueba de magnetismo, a prueba de cambios bruscos de temperatura...”. Pidió el otro, interesado: “Déjame verlo”. Responde con tristeza Babalucas: “Lo perdí”. Ya veo -dice entonces el amigo-. El reloj no era a prueba de pendejos”...
La sequía duraba ya ocho meses. El Padre Arsilio, cura párroco del lugar, anunció que haría una rogativa para pedir la lluvia. Les prometió a sus feligreses que si todos, hombres, mujeres y niños, se congregaban en la iglesia, llovería antes de que acabara el oficio religioso. El templo, claro, se abarrotó de fieles. El buen sacerdote rezó una hora; rezó dos; rezó tres, y no sucedió nada.
Siguió rezando el Padre Arsilio. Cayó la noche, y ni señal de lluvia. Los feligreses empezaron a salir del templo, desilusionados. Uno de ellos le dijo al sacerdote: “De nada valieron sus oraciones, padre. A pesar de sus rezos no llovió”. “Ustedes tienen la culpa –le respondió el párroco-. No tienen fe”. “Sí la tenemos” –replicó el sujeto. “¡Claro que no la tienen! –repitió con energía el Padre Arsilio. ¿Viste a alguien que viniera con paraguas o impermeable?”...
La nueva secretaria de don Algón le preguntó al jefe de recursos humanos: “¿Cuántos días tendré de vacaciones?”. “Un mes al año -le contestó el encargado-. 15 días cuando salga usted, y 15 cuando salga don Algón”...
El forastero les comentó a los lugareños: “La ciudad donde vivo tiene un clima muy uniforme: jamás cambia”. Masculló un viejo: “¿Y entonces de qué chingaos platican?”...
Dos cantantes folklóricos se presentaron con el empresario. Dijo uno: “Somos el Dueto Vernáculo”. Preguntó el hombre muy interesado: “¿Cuál de los dos es Verna?”...
La joven madre había dado a luz con muchos trabajos a su bebé. Poco tiempo después lo dejó encargado con su mamá para viajar por motivos de trabajo a una ciudad cercana. Ahí se topó casualmente con un señor que la conocía. “¿Cómo te va, Florilita? -la saludó afectuosamente el caballero-. Oí que tuviste un bebé”. “¡Dios mío! -se consternó ella-. ¿Hasta acá se oyó?”...
Don Chinguetas le comentó a su esposa, doña Macalota: “Estoy pensando en comprarme un condominio”. “Cómpratelo si quieres -replicó ella-. Yo seguiré usando la píldora”...
Una joven pareja hacía un viaje largo en autobús. El asiento de atrás estaba libre, de modo que lo ocuparon. Cerca iba una señora, lo cual no obstó para que de inmediato el muchacho y la chica se entregaran en su asiento a las más ardientes demostraciones de su amor, hasta consumarlo ante la estupefacción de la mujer, que no daba crédito a lo que estaba viendo.
Terminado el súbito y apasionado trance el joven y su compañera se compusieron las revueltas ropas, y cada uno encendió un cigarrillo. La mujer clavó en ellos una mirada asesina. Le pregunta con naturalidad la chica: “¿Le molesta el humo?”…
Un señor que quería averiguar cierta dirección se dirigió en la calle a una guapa chica: “Perdone, señorita -le dice-. ¿Me permite un segundo?”. “Con todo gusto -responde la muchacha-. Pero dígame: ¿cuándo le permití el primero?”... FIN.

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