Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2013-11-26 | 10:29:20
En la entrega anterior hablé de una artista. De un artista hablaré hoy. He de confesar que afronté un problema grande al escribir sobre él. Debía yo por fuerza usar la expresión: “pitos caídos”, o si no: “paro de pitos”, lo cual le restaba seriedad a la historia. Ningún relato que lleve cualquiera de esas frases puede ser serio. Y sin embargo en aras de la claridad –mínima cortesía que debe tener el escritor, pensaba Ortega- terminé por usar las dos. Ofrezco una disculpa adelantada.
Y va la historia…Todas las mujeres en edad de merecer –y también muchas en edad de ya no merecer- han ido a la estación del ferrocarril de Caracas, Venezuela. Va a llegar Jorge Negrete, el apuesto charro mexicano que está en el apogeo de su fama. El ídolo desciende del lujoso vagón que lo llevaba y se instaura el caos: la turbamulta mujeril traba combate con la gendarmería para tratar de acercarse al guapísimo galán.
Muchas féminas lloran por la emoción de verlo aun de lejos; algunas se desmayan; todas gritan y se retuercen como bacantes poseídas por un súbito ataque de erotomanía. En los días siguientes las mujeres no hablan de otro tema que no sea Jorge Negrete. Bien pronto los hombres se hartan de oír mentar al cacareado gallo mexicano.
Cuando hacen el amor con sus mujeres creen escuchar que ellas no dicen: “¡Olegario!”, “¡Faustino!” o ¡Bardomiano!”, según el caso, sino “¡Jorge!”, “¡Jorge!”, “Jorge!”. Y he aquí que de repente surge un súbito y espontáneo movimiento de liberación masculina, el único quizá que ha habido en el continente americano, y a lo mejor en el mundo.
Como protesta por la exagerada admiración de sus mujeres al Charro Cantor los esposos y novios caraqueños acuerdan llevar a cabo un paro –aquí el apuro- de pitos. Así como hay huelgas de brazos caídos, ellos inician una de pitos caídos.
Cunde el acuerdo como voraz incendio: durante el tiempo que dure la presencia en Caracas de Negrete los hombres no les harán el amor a sus mujeres. Aquello debe haber sido algo muy de verse. Llegaban los señores a su casa y se encerraban en su cuarto sin siquiera mirar a su consorte.
Los novios no acudían a la cita cotidiana, y si iban estaban en calidad de estatua del Comendador, mudos y fríos. Al principio aquello divirtió a las mujeres, que rieron la ocurrencia de sus hombres. Pero la presencia de Jorge -así le dicen ellas- iba a durar una semana, y siete días son demasiados para no oír voz ni sentir caricia de varón, sean los hombres lo que sean.
Al cuarto día las damas solicitaron una tregua. Inútil: los másculos, engallados por comentarios de apoyo hechos en la radio y los periódicos, persistieron en esa huelga singular. Finalmente transcurrió la semana, y el Charro Cantor dejó la capital de Venezuela para ir a otras ciudades del país.
Después de una despedida lacrimógena a su ídolo las esposas y novias volvieron a su hogar. Atrás quedaban los sueños, las fantasías, la ilusión; frente a ellas estaba la cotidiana, grisácea realidad. Pidieron perdón a sus hombres por aquel efímero desvío a que las arrastró su débil condición de mujer (así dijeron).
Olegario, Faustino y Bardomiano, y con ellos todos los demás, se dejaron convencer: ¿quién no se ha rendido alguna vez a la argumentación de una mujer, aun sabiendo que está equivocada? Las banderas de aquella masculina rebelión fueron arriadas, y en todas las alcobas y balcones hubo dulzuras de reconcilación…
Yo supe de esa extrañísima huelga por una escritora mexicana, Luz María Durand, que allá en los años cuarentas del pasado siglo recorrió todas las naciones del continente americano, desde el Canadá hasta la Argentina, a fin de estrechar lazos entre los autores mexicanos y los de esos países.
A su paso por Caracas la viajera supo de esa insólita huelga masculina causada por el gran artista y guapísimo señor Jorge Negrete. Cosas son éstas muy sabrosas que nos hablan de un tiempo perteneciente a la nostalgia. Muy pronto el nuestro también le pertenecerá… FIN.

mirador
armando fuentes aguirre
Pusimos un nacimiento navideño en el patio de la casa que fue de mi señor abuelo don Mariano, que luego perteneció a mi padre, y en donde ahora está nuestra estación de radio cultural, Radio Concierto.
El piso de ladrillo saltillero lo cubrimos con paja que trajimos del Potrero de Ábrego. Vinieron después días de lluvia. Y sucedió un milagro: de la paja brotaron verdes briznas de un nuevo trigo que nació, como quien dice, de la nada.
La verdad es que nada nace de la nada. Todos nacemos del Todo. Ahí donde las cosas parecían sin vida –la paja seca, el barro centenario-nació otra vez la vida. El nacimiento nos dio un nuevo nacimiento.
Hay demasiada vida en este mundo para que haya muerte. Demasiada vida hay en nosotros para que debamos resignarnos a morir. Lo que termina es solo para recomenzar. Toda vida es vida eterna. Somos un instante que dura una eternidad.
¡Hasta mañana!...
manganitas
por afa
“…Habrá lluvia de estrellas…”.
Como un destello de luz
me vino esta idea aquí:
a ver si me cae a mí
la gran Penélope Cruz.

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