Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
2013-01-01 | 18:18:40
Le dijo una leona a otra: "¡Caramba, qué ganas tengo de saber cómo lo hacen los rotarios!"... “¡Cuán ingrata es la gente! –se quejó la cigüeña con lamentoso acento-. Me llama ‘el pájaro de los sustos’, y yo lo único que hago es terminar lo que empezó un pajarito''... Alebardo y Esoíla se habían amado tiernamente en los días del esplendor de la hierba, quiero decir en su juventud. Su amor no cristalizó, y luego la vida los separó por esas cosas extrañas que la vida tiene. Pasaron muchos años –pasar es lo mejor que los años saben hacer, aparte de sanar las heridas del alma-, y he aquí que aquellos antiguos enamorados murieron el mismo día, como si el destino finalmente los hubiera unido. Se encontraron en el Cielo. Exultantes de felicidad por verse reunidos, decidieron hacer lo que en la Tierra no pudieron: juntar sus vidas para siempre mediante el sacramento que muchas veces le quita al mundo una virgen, y con frecuencia le da un mártir: el matrimonio. Fueron con San Pedro y le comunicaron su intención. Después de rascarse la cabeza meditativamente el celestial portero les dijo: "Si quieren casarse deberán esperar mil años". Se volvió hacia el hombre y le preguntó: “¿Podrás aguantar la espera?”. Respondió él: “Se me va a hacer larga”. Exclamó con entusiasmo la mujer: “¡Mejor pa’ mí! ¡Esperemos entonces!”. Pasaron los mil años, y los enamorados regresaron ante el apóstol de las llaves. "Deberán esperar mil años más" –dictaminó Simón. Transcurrió ese milenio, y otra vez los enamorados volvieron con San Pedro. "Ahora sí pueden casarse" –decretó Cefas. Llamó a un sacerdote, y éste ofició el matrimonio. Al terminar la ceremonia nupcial preguntó el novio: "San Pedro: si algún día decidimos divorciarnos ¿podremos hacerlo aquí en el Cielo?". Al oír eso el apóstol se enojó. Mesándose los escasos cabellos que le quedaban exclamó al mismo tiempo con desesperación: "¡Carajo! ¡Tuve que esperar dos mil años a que llegara un cura al Cielo para poder casarlos! ¿Cuánto tendré que esperar a que llegue un abogado para que los divorcie?"… Era invierno, y Babalucas decidió ir a pescar en el hielo. Llevó consigo caña, anzuelo, carnada, su silla portátil y un taladro para abrir un agujero en la helada superficie. Se sentó, pues, en la silla y se dispuso a taladrar. En eso oyó una resonante voz venida de lo alto: "¡No agujeres el hielo!". Volvió la vista a todas partes, pero no vio a nadie. Tomó el taladro otra vez. "¡No agujeres el hielo!" -se oyó de nuevo la poderosa voz. Intrigado, Babalucas paseó la mirada a su alrededor, pero tampoco en esta ocasión vio a persona alguna. De nueva cuenta hizo el intento de taladrar. Y otra vez se escuchó la voz, ahora más imperativa y fuerte: "¡No agujeres el hielo!". Clamó el tonto roque con angustia: "¿Quién eres tú, que así me gritas con voz que viene de la altura? ¿Acaso me quieres advertir de algún peligro? ¿Eres el Señor? ¿Eres mi ángel de la guarda? ¿Quién eres, di, que me manda no agujerar el hielo?". Responde la resonante voz: "Soy el encargado de la pista de patinaje"... La mamá de Susiflor le dijo, preocupada: “Doña Chalina me contó que te estás acostando con tu novio”. “¡Qué chismosa es la gente! –se enojó la muchacha-. ¡No puede una acostarse con cualquiera, porque luego luego empiezan a decir que es tu novio!”… Capronio, hombre ruin, desconsiderado y majadero, estaba en una esquina, y pasaron junto a él dos muchachas bastante rellenitas, por no decir un poco gordas. “¡Bomboncitos! –les dijo el tal Capronio-. ¡Bizcochos! ¡Caramelos! ¡Pastelitos!”. Una de ellas le sonrió: “Gracias por sus piropos, caballero”. “No son piropos –replicó el canalla-. Estaba haciéndoles la lista de lo que no deben comer”… Un grupo de psicólogos hacía una investigación acerca de las costumbres amorosas de la comunidad. En el curso de la encuesta uno de ellos entrevistó a una señora. "Dígame -le preguntó-: ¿acostumbra usted hacer el amor por la mañana?". "Sí -respondió ella-. Dos o tres veces por semana. A veces más". Inquirió el encuestador: "Y en los momentos de intimidad ¿habla con su esposo?". "No –respondió la mujer-. Pero podría hacerlo. Tengo el teléfono de su oficina, y tengo también su celular"...
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