Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-27 | 20:05:37
Se casó Simpliciano, joven sin mucha ciencia de la vida, con Liliflor, muchacha tan ingenua como él. Al empezar la noche de bodas el galán tomó en sus brazos a su flamante mujercita y le preguntó con insinuante voz: “Dime, Liliflor: ¿te gustaría que tuviéramos un bebito?’’. “Sí’’ -respondió ella ruborizándose al pensar en la amorosa insinuación que advertía en la pregunta. “¿De veras te gustaría que tuviéramos un bebito?’’ –volvió a preguntar Simpliciano con voz más sugestiva aún. “Sí, mi vida’’ -dijo de nuevo Liliflor, ahora con menos timidez, al tiempo que se acercaba mimosamente a él. Ya con esa seguridad que le daba su linda desposada, Simpliciano tomó su iPad y empezó a escribir en ella este mensaje: “Querida cigüeña...’’... Otros recién casados contrajeron nupcias, y fueron de luna de miel a San Francisco, California. Estaban en pleno deliquio erótico-sexual cuando de pronto se desató un tremendo terremoto. La tierra se agitaba; se movían los muebles; todo se estremecía alrededor. Cuando acabó el temblor el muchacho le dijo a su asustada novia: “Una cosa debo advertirte, Loretela: no siempre va a ser así’’... ¡Faltan solo unos días para que vean aquí la luz “Los tres chistes más pelados del año!”. Su autor debería ser llevado a un auto de fe, con vela verde, coroza y sambenito. Los tales chascarrillos –todos tres- son de tal manera impúdicos que su publicación, el día último de este mes, solo se puede explicar por la extremada permisión que priva en nuestros tiempos. O tempora, o mores! Lean mis cuatro lectores esos cuentos, y rueguen que su aparición no vaya a provocar –ahora sí- el fin del mundo… Uglicia, mujer muy fea, bastante entrada en años, y soltera, fue llevada a la cárcel por haber asesinado a un hombre. Conducida ante un juez, declaró con franqueza por qué había privado de la vida a aquel sujeto: “Me buscó en mi casa, señor juez, y me dijo que deseaba hablar conmigo. Es mi vecino; desde hace bastante tiempo lo conozco. Así, lo invité a pasar a la sala. Ahí me dijo: ‘Nunca te lo he manifestado, Uglicia, pero me gustas mucho. Ha nacido en mi corazón un gran amor por ti’. Yo no podía creer lo que escuchaban mis oídos. Me emocioné profundamente. Siguió él: ‘Nada me haría más feliz que unir mi vida a la tuya para siempre. ¿Te quieres casar conmigo?”. Llena de gozo y esperanza le contesté inmediatamente: “¡Sí!”. Y entonces él me dijo soltando una carcajada: ‘¡Inocente para siempre!’. Por eso lo maté”. ¡Bribón canalla! Si yo fuera el juez encargado de juzgar a Uglicia la absolvería inmediatamente de su delito, y aun la recomendaría para recibir el premio “La Mujer del Año”. Nadie se debe burlar así de una mujer… Hoy es el Día de los Inocentes. Quedan muy pocos, dicen unos, aparte de los niños. Y sin embargo, los partidos políticos nos tratan a los ciudadanos como inocentes a los que se puede expoliar perpetuamente. ¿Cuánto nos cuestan esos partidos? ¿Cuánto nos cuestan sus onerosas burocracias, sus senadores y diputados que ni siquiera deben ganar una elección para llegar a un escaño o una curul? Temo encontrarme en la calle con los dirigentes de esos partidos y partidejos, porque seguramente se reirán al verme y me dirán: “¡Inocente para siempre!”… Reflexión para la temporada de fiestas: “Has llegado a la edad madura cuando te levantas sintiendo los efectos de la noche anterior, y sucede que no hiciste nada la noche anterior”... Predicaba el padre Arsilio. Su tema eran los pecados de la carne. “La humanidad ha llegado en su degeneración a los peores extremos de lujuria –clamó vehementemente-. Antes oíamos nada más acerca de pecados de hombre con mujer. Ahora se ven con toda naturalidad los pecados de él con él, y de ella con ella”. Un adolescente le dijo al oído al otro: “Se le está pasando el de yo con yo”... Al día siguiente de la Navidad un señor bebía triste y solitario en un bar. “Cometí un error tremendo -le contó, afligido, al cantinero-. Días antes de la Navidad mi esposa me hizo prometerle que no gastaría nuestro dinero en un regalo caro para ella. ¡Y cumplí la promesa!”… Anticipadamente llegó el señor de un viaje, y su hijita lo recibió con una pregunta: “¿Verdad, papi, que aunque a Santa Claus no le hayan alcanzado los juguetes para darles a todos los niños del mundo no debe sentir vergüenza, ni esconderse?’’. “Claro que no, hijita’’ -le contestó el señor. “¿Lo ves, mami? –exclamó entonces la niña alegremente dirigiéndose a su nerviosa mamá-. ¡Anda, ve a decirle a Santa que ya puede salir del clóset de tu recámara!’’... FIN.
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