Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-22 | 20:44:33
Quizá recordarán ustedes a Pete y Miní, pareja de bailarines acrobáticos. Fueron ellos quienes dieron popularidad a la Danza de la Culebrita, que bailaban tendidos en el suelo y estrechamente abrazados en sinuosos movimientos. En una de las presentaciones de esa danza fue concebido Vaslavito, el hijo mayor de la pareja, hazaña de la cual nadie en el público se percató. Pues bien: una noche Pete y Miní sufrieron en el curso de su actuación un extraño accidente que demostró la inexorabilidad de las leyes de la física. En esa ocasión a Miní se le ocurrió bailar sin ropa interior, pues hacía mucho calor, y además su participación tenía lugar en Hot Springs, Texas. Al hacer un split, figura consistente en dejarse caer al suelo con las piernas abiertas en toda su extensión, se produjo un extraño efecto de succión que hizo que Miní quedara pegada al suelo como una ventosa. Trató de ponerse en pie, y no lo consiguió. La estiró Pete al tiempo que sonreía forzadamente para no dar a entender a la concurrencia que algo estaba sucediendo, y también sus esfuerzos resultaron infructuosos. Hubo que bajar apresuradamente el telón, pues Miní ya no se pudo levantar. El maestro de ceremonias preguntó por el sistema de sonido si en la sala había algún médico. Había uno, pero era veterinario, y tras de ver a Miní manifestó con la mayor franqueza que las vacas –su especialidad- jamás hacían splits, motivo por el cual no conocía ningún procedimiento para sacar a la señorita de la aflictiva situación en que se hallaba. Hasta esta fecha estaría la desdichada bailarina pegada al suelo de no haber sido por un ingenioso granjero que propuso deslizarla hasta el exterior del teatro. Ahí el piso estaba corrugado, con lo que el efecto de ventosa desapareció inmediatamente, y Miní se pudo levantar. Fue entonces cuando la danzarina recordó –demasiado tarde- el consejo que de su madre había recibido. La señora le dijo que no se dedicara al baile acrobático, sino al de cuadrillas o al minué, que son bastante más seguros. De este verdadero sucedido derivo yo dos moralejas; la primera de orden científico, la segunda de índole moral: no desafiar nunca las leyes de la física, y hacer caso siempre de los consejos de una madre… Doña Facilisa le contó a una amiga: "Durante años y años no supe dónde pasaba las noches mi marido Astasio. Ya iba yo a contratar a un investigador privado para que lo averiguara, pero una noche llegué temprano a casa, y ahí estaba mi esposo, en pijama y viendo la tele. Al parecer así era como pasaba todas las noches''... El papá de Pepito se quedó profundamente dormido a la mitad del sermón. El cura interrumpió la homilía, pues además de dormir plácidamente el señor roncaba con sonoros ronquidos wagnerianos. “Niño –le dijo el sacerdote a Pepito-, despierta a tu papá”. “Venga usted mismo a despertarlo –respondió el chiquillo-. Después de todo usted fue el que lo durmió''... Un cliente acudió al policía encargado de la seguridad en la tienda de departamentos. Le dijo: “Debería usted meter al orden a aquella mujer, guardia. Está haciendo víctima a su marido de un intolerable bullying. Le grita; le exige dinero; lo amenaza…”. “Trataré de evitar eso, señor -respondió el policía-. ¿Quién es esa mujer?''. Contestó el tipo, mohíno: "Es mi esposa''... Con motivo de la Navidad aquel muchacho fue a comer en restorán con la familia de su padre. Cuando regresó a su casa le contó a su joven esposa: “Al final de la comida el tío Cicaterio dijo unas palabras que no esperábamos de él. Tanto nos sorprendieron sus palabras que le aplaudimos ruidosamente ante el asombro de todos los que estaba en el restaurante. “¿Ah sí? -se interesó la señora-. ¿Qué palabras fueron ésas?''. Responde el muchacho: “Le ordenó al mesero: ‘La cuenta me la trae a mí’”... Don Poseidón, granjero acomodado, fue con el Padre Arsilio, el párroco del pueblo, y le dijo: "Estoy muy preocupado por mi esposa, señor cura. Se la pasa rezando todo el tiempo''. "No veo nada de malo en eso -replicó el sacerdote-. Yo mismo me la paso rezando todo el tiempo. "Sí –concedió, hosco, don Poseidón-. Pero ella lo hace gratis''... Don Geroncio, señor ya muy entrado en años, les informó a sus hijos que se iba a casar con la señorita Bustolia Granderriére, mujer en flor de edad cuyos atributos corporales, anteriores y posteriores, resisten todo intento de descripción. Los hijos temieron por la salud de su progenitor, y le dijeron: “Ese matrimonio es peligroso, padre. ¿No ha pensado usted que una excitación excesiva puede significar la muerte?''. "Ya he considerado esa posibilidad –respondió, meditativo, don Geroncio-. Pero, total, si Bustolia se muere por la excitación me buscaré otra mujer''... FIN.
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