Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-12 | 21:29:33
Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, tenía un cotorro, a fuer de cotorrona. En el corral de su casa había una docena de gallinas señoreadas por un altivo gallo cuyo sonoro quiquiriquí se oía cada vez que el plumífero sultán ejercía su genésica labor en una de sus odaliscas. Cierto día el imprudente loro entró en el gallinero, y el libidinoso gallo dio buena cuenta de él sin considerar que el perico no pertenecía a la especie gallinácea. Mohíno y atufado quedó el pobre cotorro, tanto que se encerró en un cuartucho del corral para rumiar ahí su corajina. Al día siguiente el gallo, que había añadido a su tema aquella interesante variación, llamó a la puerta del cuartucho. Irreflexivamente la abrió el loro, y otra vez el gallo sació en él sus heterodoxos ímpetus. Otra vez el perico se encendió en ira, pero eso no evitó que al día siguiente, y dos o tres días más después, el gallo tocara la puerta, y él la abriera, imprudente, con el resultado ya descrito. Al quinto día el gallo volvió a tocar la puerta. En esta ocasión el loro escuchó los toquidos y preguntó con meliflua y delicada voz: “¿Eres tú, Quiquí?”… Don Añilio, amable viejecito, le dio un trago a su vaso de leche tibia y le dijo a su anciana esposa, doña Pasita: “Esta leche no está buena”. “Y mañana Navidad” -completó ella, que era algo dura de oído… La bien formada nieta de don Poseidón, labriego acomodado, llegó a la casa de sus abuelos luciendo una brevísima minifalda. “Tiene el criterio muy amplio” –dijo doña Holofernes, su abuela, para justificarla. En eso la muchacha resbaló y cayó de pompas en el suelo. Comentó con inquietud don Poseidón: “Ojalá no se haya lastimado el criterio”… Llegando y haciendo lumbre, decían nuestros abuelos para significar prontitud al hacer algo que se debía hacer. Todo indica que una de las prioridades del nuevo gobierno es rescatar la tarea educativa de las manos –ávidas manos- de Elba Esther Gordillo, a quien la educación le fue entregada por los dos presidentes panistas para que fuera su propiedad particular. Con ese regalito le pagaron favores políticos que no podían desestimar. Cosa buena es el sindicalismo cuando cumple su fin, que es la protección del legítimo interés de los sindicalizados. En cosa muy mala se convierte, en cambio, cuando hace de ellos carne de politiquería para la formación de cotos personales de poder. Tal es el caso de la señora Gordillo. Habrá que proceder, empero, con prudencia en relación con ella, por el riesgo de que el control que tiene vaya a dar a esa lacra nacional que es la coordinadora Nacional del Magisterio, la cual, en estados como Oaxaca, ha conseguido el supremo ideal del comunismo: el de una sociedad sin clases, pues nunca hay clases ahí donde domina la tal coordinadora. Por fortuna, un hábil político, Emilio Chuayffet, está ahora al frente de la SEP, y sabe bien algo que también decían nuestros abuelos: más vale maña que fuerza. Aquí no cabe un albazo –un elbazo-. Cabe más una tarea de convencimiento que haga ver a la maestra –es un decir- que su hora ya pasó; que soplan vientos nuevos, y que siquiera sea por elemental instinto de conservación no debe oponerse a ellos, sino antes bien dejar que la educación vuelva a los cauces institucionales en bien de los niños mexicanos. Vale decir en bien de México… Con las anteriores palabras he cumplido mi deber de orientar a la República. Voy a narrar ahora algunos cuentecillos que, si bien inanes, fútiles, triviales y anodinos podrán servir para aligerar el ánimo de la nación después de la profunda reflexión que hice sobre las tareas educativas del país… Hubo un naufragio, y un lacertoso marino y tres hermosas chicas fueron a dar a una isla desierta. Cuando se vio a solas con aquellas bellezas, el nauta fue hacia ellas con expresión erótica. “¡Oh no!” –exclamaron ellas. Pasaron tres meses. Una tarde el marinero estaba en la playa, y las tres chicas fueron hacia él con erótica expresión. Entonces fue el marino quien exclamó asustado: “¡Oh no!... Babalucas, mesero del restaurante “La gloria de Díaz Mirón” tardaba en llevarle al cliente los tacos de pollo que pidió. El hombre le dijo con enojo: “¿Va a tenerme usted sin cenar toda la noche?”. “No, señor –replicó Babalucas-. Cerramos a las 11”… El doctor Ken Hosanna le dijo a su linda paciente después de examinarla: “Le tengo dos noticias, señorita Rosibel, una mala y una buena. La mala es que en la última consulta me equivoqué, y en vez de darle sus pastillas anticonceptivas le di aspirinas. La buena es que durante el embarazo no le dolerá la cabeza”… FIN.

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