Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-10 | 21:01:10
Lord Feebledick oyó decir en su club que uno de los socios, lord Cockhound, se jactaba de haber tenido cópula con más de mil mujeres, entre ellas las esposas de numerosos miembros de la antigua nobleza británica. Ese salaz sujeto llevaba siempre consigo un libro de contabilidad en el cual tenía anotados, en orden alfabético, los nombres de las féminas con las cuales se había refocilado, así como las fechas y lugares donde con ellas tuvo cohabitación, más toda suerte de datos relativos al suceso. Como lord Feebledick pertenecía a la nobleza –descendía de Pipino el Breve, circunstancia que con mala intención le recordaba frecuentemente su mujer- sintió el temor de que Cockhound hubiera tenido tratos con su esposa. Lo buscó, pues, en su habitual sillón del salón fumador, y sin más ni más le preguntó: “Dígame, caballero: ¿conoce usted a lady Loosebloomers?”. El hombre echó mano a su gran libro y empezó a buscar en las páginas correspondientes a la L: “Loosebloomers… Loosebloomers… Sí, la conozco”. “Y dígame: ¿tuvo con ella relación carnal?”. Ahora el individuo buscó en la letra R: “Relación carnal… Relación carnal… Sí, tuve con ella relación carnal. Fue en 1935, el 23 de abril, día de San Jorge, patrono de Inglaterra, y el acto tuvo lugar en el invernadero donde el marido de esa dama cultiva rosas de la variedad Victoria”. “Yo soy el marido –dijo entonces con acrimonia lord Feebledick-, y debo decirle que estoy muy desilusionado”. Ahora Cockhound buscó en la letra D: “Desilusionado… Desilusionado… Sí, leo aquí que yo también quedé bastante desilusionado”… Últimamente las escaleras eléctricas la han tomado conmigo. Mi primer enfrentamiento con ellas fue en el aeropuerto de Guadalajara. Empecé a bajar por una, y a poco me di cuenta de que me había equivocado: la escalera no conducía a la sala que me correspondía. El tramo de descenso era muy largo, y no había escalera eléctrica para subir. Intenté, pues, regresar por la misma escalera que bajaba, y empecé a trepar sus peldaños, pese a la advertencia que a gritos me hizo una mujer policía, en el sentido de que bajara y luego volviera a subir por la escalera fija. No hice caso, y seguí subiendo, ahora ante la mirada de algunos pasajeros que se detuvieron al oír las fuertes voces que daba la mujer. Reconozco que a mis años lo que hice fue una imprudencia temeraria, sin contar con que a más de los años cargaba yo una gran bolsa con libros –venía de la FIL- que debe haber pesado 20 kilos. Sin embargo logré llegar hasta arriba, y di un gran salto que dejó al de Pedro de Alvarado en calidad de brinquito infantil. Llegué a tierra firme, entre las miradas de desaprobación de la mujer policía y los aplausos entusiastas de quienes me vieron consumar la hazaña. El segundo encuentro fue menos heroico, y se llevó a cabo en otro aeropuerto, el de Monterrey. Había dos escaleras juntas. La que bajaba estaba funcionando; la que subía se hallaba detenida. Pensé que era una de esas escaleras automáticas que se mueven cuando uno sube a ellas. Trepé, pues, tres o cuatro peldaños, y sentí en efecto que la escalera estaba subiendo. Asido del barandal esperé a llegar arriba. No me extrañó ver que otras personas subían los peldaños, porque hay quienes llevan prisa, y aunque la escalera esté funcionando suben así para llegar más pronto. Seguí, pues, quieto en mi peldaño. Así estuve dos o tres minutos. Entonces pasó otro pasajero y me dijo con tono de cómo es usté indejo: “La escalera no está funcionando, señor”. Me había engañado la vibración de la otra escalera, la que bajaba, cuyo movimiento descendente me dio la engañosa sensación de que aquella en la cual estaba yo iba subiendo. En estos dos sucesos desastrados encuentro un símbolo de lo que pasa en México. Tenemos la sensación de que vamos subiendo, pero en verdad nos hallamos detenidos. Debemos avanzar, aunque sea contra corriente, y dar un salto grande que nos lleve a donde deberíamos estar, en vez de permanecer -por negarnos al cambio- en esta inmovilidad que nos sigue manteniendo en el atraso. Reflexión adicional. “La bamba” dice que para subir al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita. Ojalá no sean eléctricas… El Hombre Bala le anunció a la dueña del circo, señora con la que además tenía amores ocultos, que iba a dejar el espectáculo para ir a establecerse en otra ciudad. “¡Por favor no me dejes! –gimió ella-. ¿Dónde voy a encontrar otro hombre de tu calibre?”… FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018