Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2012-12-08 | 20:37:18
Don Poseidón, granjero acomodado, compró dos vacas Jersey. El doctor Toirreh, su veterinario, le aconsejó que las llevara con un toro para que las cubriera. “No está lloviendo” –acotó el viejo. “Mire usted –le informó con paciencia el docto albéitar-. En este caso la palabra ‘cubrir’ denota el acto mediante el cual el macho fecunda a la hembra. Otros vocablos hay equivalentes, referidos más bien al hombre y la mujer, pero que indican el mismo acto: desgastar el petate; percudir el colchón; desvencijar el catre; piravar; celebrar el H. Ayuntamiento; practicar el foqui-foqui o gozar de las artes culinarias. En tratándose de los animales, sin embargo, el término más adecuado es ‘cubrir’”. “Agradezco el breviario cultural –dijo don Poseidón tocándose el ala del sombrero a modo de urbana cortesía-, pero con tanta gramática olvidé ya el asunto que estábamos tratando”. “Hablábamos de sus vacas –le recordó el veterinario-, y de que es conveniente que las lleve con un toro para que las impregne”. “¿De qué?” –preguntó con recelo Poseidón. “Impregnar, señor mío –le explicó Toirreh alzando los ojos al cielo-, significa preñar el macho a la hembra”. Inquirió el granjero: “¿Y cómo sabré que las vacas están preñadas ya después de que las cubra el toro?”. “Se echarán en la sombra –respondió el médico-, y ahí estarán tranquilas”. Obedeció don Poseidón las instrucciones del facultativo. Al día siguiente subió a las dos vaquitas a su camioneta y las llevó a la granja del vecino, que era dueño de un toro semental. El cumplido animal hizo lo que debía hacer, y don Poseidón regresó con las vacas a su granja. Al día siguiente, sin embargo, se percató de que las vacas estaban en pie, y no echadas tranquilamente, como había dicho el veterinario. Eso significaba que no habían quedado preñadas. Las volvió a subir, pues, a la camioneta y las llevó de nueva cuenta con el toro. Repitió lo mismo durante cuatro o cinco días más, pues las vaquitas no daban trazas de estar ya fecundadas. Llegó el domingo. Desde la cama le dijo don Poseidón a su mujer: “Asómate a la ventana, Holofernes, y dime si las vacas están echadas con tranquilidad”. Lo hizo la señora, y le informó: “No están echadas. Una está subida en la camioneta, y la otra está en el asiento del chofer sonando el claxon”… Doña Trisagia, católica devota, enfermó de gravedad. Una madrugada se sintió morir. Llovía torrencialmente, y hacía un frío que congelaba. “Rápido –les pidió a sus hijos-. Llamen por teléfono al reverendo Rocko Fages, para que venga y me asista en mis últimos momentos”. “¿El reverendo Fages? –se asombró uno de los hijos-. Mamá: ese pastor es ministro protestante; nosotros profesamos el catolicismo. Querrá usted decir que llamemos al Padre Arsilio para que venga y la asista”. “¿En una noche como ésta? –exclamó con enojo la señora-. ¿Acaso quieren que al pobre padrecito le dé una pulmonía?”… Babalucas fue con un doctor, pues sufría de agotamiento. En el interrogatorio que le hizo el médico salió  a relucir que Babalucas hacía el amor todos los días con su esposa. “No lo haga diariamente –le aconsejó el doctor-. Hágalo un día, luego salte dos; vuelva a hacer el amor, y así sucesivamente”. Pasó una semana, y Babalucas regresó con el médico. Iba más extenuado aún. “Ya no he hecho el amor –le dijo con voz débil al galeno-. Pero me está matando eso de saltar dos días”… La colina X4 estaba ocupada por el enemigo, que la defendía empecinadamente con granadas, bazookas, obuses, morteros, lanzallamas, nidos de ametralladoras, cañones Howitzer y un perro muy bravo llamado Nerón. Tres acometidas del valeroso batallón de infantes habían sido rechazadas: los hombres tuvieron qué retroceder ante el nutrido fuego del ejército contrario. Entre las tropas atacantes había una compañía formada exclusivamente por mujeres que se habían mantenido al margen del combate. El general en jefe las reunió y les dijo algo. Al punto las mujeres se lanzaron furiosamente  contra el enemigo, y en menos que se persigna un cura loco tomaron la colina. Casi todos los defensores quedaron tendidos en el campo, y los pocos que pudieron salvar la vida huyeron espantados ante la rabiosa embestida de las féminas. Ernie Pyle, el célebre corresponsal de guerra, le preguntó al general qué les había dicho a las mujeres; cómo las arengó para hacer que atacaran con tal denuedo y furia. Relató el general: “Les dije: ‘Miren, señoras. Aquellos hombres que están allá son el enemigo, y andan diciendo que con esos uniformes ustedes se ven muy viejas y muy gordas”… FIN.

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