Por Catón
Columna: De política y cosas peores
'Mitología mexicana'
2014-10-01 | 09:39:45
Cuarto de hotel. Noche de bodas. La
f lamante desposada salió del baño
duchada, maquillada y vestida para la
ocasión. Grande fue su sorpresa al ver
a su maridito en la cama, sin ropas ya,
entregado concienzudamente a cierta
actividad manual.
Antes de que ella, estupefacta, pudiera
articular palabra, el recién casado se
adelantó a explicar su insólita conducta:
“Como tardabas en salir tuve que empezar
yo solo”...
La novia de Babalucas le dijo: “Estoy
viendo a otro hombre”. Respondió el
badulaque: “Necesitas lentes. Soy yo”...
La acusada era joven y hermosa, de
enhiesto tetamen, abundoso tafanario
y bien torneadas piernas. El jurado lo
formaban solamente hombres. El juez
le preguntó a la indiciada: “¿Tiene usted
algo qué decir a los señores del jurado?”.
“No tengo nada qué decirles -respondió
ella-, pero si me absuelven tendré muchas
cosas qué hacerles”...
Doña Holofernes, la esposa de don
Poseidón, recibió en su casa a las socias
del club de costura. Estaba sirviéndoles
la merienda cuando se apareció de
pronto el rudo granjero y les dijo a las
invitadas: “Señoras: si alguna de ustedes
quiere orinar o defecar, el baño está al
fondo a la derecha”.
Todas se quedaron frías (algunas ya
de por sí lo eran). “Caramba -se dirigió
una a doña Holofernes-. Tu marido no
debería decir eso en presencia de damas”.
“¡Anda! -replicó ella-. ¡Y no sabes lo que
batallé para conseguir que dijera ‘orinar’
y ‘defecar’!”...
Decía don Frustracio: “Yo podría
tener una vida sexual normal, pero mi
esposa me lo impide”. La señora, consternada,
le reprochó a la linda criadita:
“¿Cómo que te vas, Famulina? ¡Siempre
te he tratado como si fueras mi hermana!”.
“Es cierto -reconoció la mucama
-. Pero el señor me trata como si fuera
usted su cuñada”...
Hay cosas mejores que el sexo. Hay
cosas peores que el sexo. Pero no hay
nada como el sexo...
“Por 1935 contraje en el Brasil una
tremebunda urticaria. El padecimiento
fue a dar a donde menos debía, o para
decirlo con el romance viejo del rey Don
Rodrigo, el que perdió a España por su
desordenado amor a la Cava, yo también
hubiera podido exclamar: ‘Ya me comen,
ya me comen / por do más pecado había’.
El miembro se me hinchó y creció
como una trompa de elefante, y el picor,
ardiente e insoportable, me causaba durante
las noches un verdadero frenesí.
Puse tristemente mi aparato en manos
del facultativo. ‘Doctor -le dije-, quítele
la comezón y déjele la dimensión”...
¿Por qué puse entre comillas ese relato
picaresco? Porque no es mío. Es de
un escritor que lo fechó el séptimo día
del séptimo mes de 1957. Lo encontré en
un raro libro llamado “Mitología del año
que acaba. Memoria, fábula, ficción”,
perteneciente a la Colección Popular de
la Ciudad de México, serie editada por
el entonces Departamento del Distrito
Federal.
El contenido de la obra, aparecida en
1990, fue seleccionado por Adolfo Castañón,
quien hizo también el prólogo del libro.
Ahora bien: ¿quién escribió aquella
picosa narración? Su autor es nada menos
que don Alfonso Reyes. No estamos
aquí ante el caso que se explica con el
sabido aforismo horaciano: “Quandoque
bonus dormitat Homerus”, “También el
buen Homero dormita algunas veces”,
frase que se usa para justificar los errores
o debilidades en que caen los grandes.
El cuento del ilustrísimo regiomontano,
junto a otros de la misma laya, aún
más sicalípticos, que escribió él mismo,
ilustra la veta de humor pícaro que tenemos
los mexicanos, y que constituye
uno de nuestros mayores talentos, uno de
nuestros goces más sabrosos. En efecto,
sabemos reír.
Los solemnes y pedantes, esos que
creen que ser sabio consiste en ponerse
más serios que un puerco meando, pretenden
descalificar la risa, y tildan al
humor de frívolo y ligero.
Y sin embargo no hay nada más inteligente
que el humor, esa actitud profundamente
humana que no consiste en
evadir la realidad, sino en plantarle cara
con elegancia y gallardía, y que es además
una amable forma de comunicación
-de comunión- con nuestro prójimo.
No dejemos que nada ni nadie nos
arrebate la alegría, el gozo de vivir, de
estar aquí y de ejercer jubilosamente,
por encima de todos los sufrimientos y
penalidades, ese don que entre todas las
criaturas sólo el hombre posee: el don
precioso de la risa. FIN.

MIRADOR
››armando fuentes aguirre
Ulises regresó a Itaca.
Largo tiempo había estado ausente,
tan largo que a veces no podía recordar
el rostro de la mujer amada ni la
sabiduría de sus caricias.
Lo esperaba Penélope. Al encontrarse
los dos se unieron en un estrecho
abrazo, y esa noche gozaron el amor.
Por unos días Ulises disfrutó los
tranquilos placeres de su casa, los
solícitos cuidados de su esposa, el
entrañable afecto de su hijo, el trato
cordial de sus amigos, el cariño que le
profesaba la gente de la isla.
Un día, sin embargo, llamó a sus
marineros y se volvió a embarcar. A
su afligida mujer y a sus atribulados
familiares les dijo:
-Es muy grato el retorno. Por eso
emprendo otra vez el viaje: para otra
vez gozar la vuelta.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Tardará en bajar el precio de la
gasolina...”.
Quedará la idea trunca
si dejo de hablar de un hecho:
la verdad, yo me sospecho,
que ya no va a bajar nunca.

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