Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2014-09-24 | 09:58:16
De pronto México se puso más hermoso:
había llegado Sofía Loren. Ella es La Mujer,
así, con mayúsculas mayúsculas. Todas
las mujeres son La Mujer, pues en todas
reside ese misterio que va con las dadoras
de la vida.
En Sofía, sin embargo, vive y mora el
más hondo prodigio de lo mujeril: la inasible
gracia; la belleza que con los ojos puede
verse, y aquélla que con los ojos no se ve;
la pasión que se oculta a todos y que sólo a
unos cuantos -quizá solamente a uno- se
revela; la sonrisa y el paso de tigresa que
sabe lo mismo rugir que ronronear.
En suma, la eternidad del eterno femenino.
¿Cuántos años no tiene Sofía Loren?
No tiene 80, ni 20 ni 50. Tiene todos los
años: es intemporal, y no tiene ninguno: es
Sofía. Yo nunca la he visto, y sin embargo la
amo desde que la vi. Amar a la mujer -a La
Mujer- es deber de todo hombre dueño de la
fuerza que se necesita para rendirse a ella.
Yo poseo esa fortaleza; sé entregarme a
una mujer atado de pies y manos, y atado
también de corazón. Entregarse con los
ojos cerrados a una mujer es la única forma
de adquirir el derecho a mirarla. En Sofía
Loren están todas las mujeres: las que han
sido, las que son, las que serán.
Transidos nos dejó con su hermosura.
Por un instante, tan sólo un solo instante,
disipó, simplemente con estar, todas las
fealdades, toda la fealdad. Se fue ya, pero
aquí estará por siempre.
Don Astasio llegó a su casa después de
cumplir su jornada de 8 horas de trabajo
como tenedor de libros. Colgó en la percha
su saco, su sombrero y la bufanda que usaba
aun en los días de calor canicular, y luego
se dirigió a su alcoba para tenderse en la
cama unos minutos y descansar así de sus
fatigas.
No pudo hacer tal cosa: el lecho estaba
ocupado por su consorte, doña Facilisa. Se
me dirá que don Astasio pudo acostarse
junto a ella, en el otro lado de la cama, pero
ahí se hallaba un individuo desconocido
para él. Para él, digo, pues la señora daba
trazas de conocerlo bien, a juzgar por las
expresiones con que lo designaba. Le decía
“papacito”, “negro santo” y “cochototas”.
(Ignoro el significado de este último vocablo,
que no encontré en el lexicón de la
Academia).
Al ver a su mujer en tan ilícito connubio
don Astasio fue hacia el chifonier donde
guardaba la libreta en la cual solía anotar
dicterios para enrostrar en esos casos a
la liviana pecatriz. Regresó a la alcoba y
le dijo: “¡Tamagás!”. Tal es el nombre de
una sierpe venenosa. “¡Tú lo serás!”, le
respondió al punto doña Facilisa usando
el consonante.
“¿Puedes decirme, mujer -preguntó
severamente el mitrado marido-, a qué se
debe la presencia aquí de este individuo con
el cual estás faltando a la fe de esposa que al
pie del ara me juraste?”. “Su presencia no se
debe -repuso ella-. El joven ya está pagado”.
Al oír esa respuesta don Astasio se inquietó.
Le preguntó a su cónyuge: “¿Y al
menos te dio un recibo de honorarios que
pueda yo presentar al fisco? Ya ves cómo se
ha puesto Hacienda últimamente”.
Intervino en ese momento el fornicario.
Le dijo a don Astasio: “La naturaleza de
mis servicios, señor mío, no admite contabilidades”.
“Sí las admite -lo contradijo
doña Facilisa-. Llevamos dos”. “Me refiero
a trámites fiscales -aclaró el sujeto-. En
ese contexto pertenezco a la economía
informal”.
“Repruebo su conducta -lo amonestó el
marido-. Por gente como usted el peso de la
recaudación cae sobre un escaso número de
contribuyentes cautivos, entre los cuales yo
me cuento. Debería usted inscribirse en el
SAT a fin de ser gravado en los términos de
la miscelánea fiscal vigente esta semana”.
“Lo haré -declaró el tipo- cuando sepa
que mis impuestos serán aplicados a obras
de beneficio colectivo, y no al sostenimiento
de una parasitaria casta de políticos que
nada aportan al bien de la comunidad, y
de partidos que reciben prerrogativas
multimillonarias en medio de la pobreza
nacional”.
“No había pensado en eso -dijo don Astasio-.
Tiene usted razón. Sus reflexiones, sin
embargo, con todo lo acertadas que puedan
ser, no lo eximen del cumplimiento de sus
deberes ciudadanos. Regularice usted su
situación fiscal, y después hablaremos”.
Así diciendo don Astasio salió de la
recámara. Lo que en ella sucedió después
no pertenece ya a este relato de naturaleza
meramente tributaria. FIN.
MIRADOR
››armando fuentes aguirre
El caserío del Potrero de Ábrego
está rodeado de montañas. Por donde
sale el sol se levantan los picos de Las
Ánimas. Por donde el sol se mete se
halla la sierra de La Viga. Al sur se
encuentra el alto monte llamado el
Coahuilón. Y en el lado del norte se
alza el peñón que nombran Colorado.
Eso nos pone al amparo de turbiones.
En las cumbres se estrella
todo viento; en ellas se deshace toda
tempestad. Los pinos, las encinas y
el madroño toman entre sus ramas la
borrasca y la hilan de tal manera que
nos llega convertida en mansa brisa.
Por estos días hay ciclón. En otra
parte lo hay; aquí tenemos sólo lluvia
fecundante. Ahora el otoño es invernizo;
la niebla ha hecho con las cosas
un cuadro impresionista.
Desde el camino por donde voy
vuelvo los ojos para ver mi casa y no la
miro. Tampoco, estoy seguro, alcanza
ella a verme a mí. Pero conmigo va mi
hogar, y yo estoy en él aunque no esté.
Ninguna bruma puede disipar la
visión de lo que se ama, pues el paisaje
de nuestra vida no es de cuerpo: es de
alma. Desde el camino por donde voy
vuelvo la vista para ver mi casa, y la
miro. Y ella me ve a mí.
¡Hasta mañana!...

MANGANITAS
››por afa
“...Saqueos en Los Cabos...”.
A decir verdad, me pasma
que “por hambre y sed”
la gente se robe bonitamente
un televisor de plasma.


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