Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Entrada al cielo
2014-09-27 | 21:51:53
Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, llegó a una farmacia y le dijo al encargado: “Hoy en la noche recibiré en mi departamento la visita de dos hermosas féminas.

“Ambas son lúbricas, ardientes, lascivas, voluptuosas, sensuales y diestras en toda suerte de artes de erotismo. Necesito algo que fortalezca mi libido y dé vigor a mis arrestos de varón, pues hemos acordado llevar a cabo lo que en francés se llama un ménage à trois y en inglés un threesome, y debo estar a la altura de las circunstancias.

“Con eso del ménage à trois mis amigas y yo no estamos descubriendo el agua tibia. Personajes famosos han realizado dicha práctica, entre ellos el poeta Ezra Pound con su esposa Dorothy y su amante Olga, así como el pintor Max Ernst y el literato Paul Éluard con la mujer de éste, Gala, que luego sería pareja de Dalí.

“Al hacer esta referencia no pretendo justificar mi acción, sino meramente recordar la enseñanza del Eclesiastés: ‘Nihil sub sole novum’. No hay nada nuevo bajo el sol”.

Respondió el farmacéutico: “El mejor roborativo de la libídine que existe son las miríficas aguas de Saltillo. Quien bebe un centilitro de esas linfas taumatúrgicas puede dar buena cuenta en una noche de 10 huríes, ninfas, náyades, sílfides, musas u odaliscas, y repetir la hazaña airosamente a temprana hora del siguiente día.

“Pero esas aguas prodigiosas las reservo para mí, pues me veo ya en la edad que lamentó el poeta cuando dijo: ‘¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado de mí te burlas?’. No obstante eso figuran en mi vademécum ciertas pastillas azulinas que pueden surtir también un buen efecto.

“Tres horas antes de su cita con aquellas lujuriosas damas tómese una de las pastillas que le digo, y estoy cierto de que hará usted frente al compromiso con gallardía de brioso semental”.

Afrodisio adquirió las potenciadoras pastillas que el farmacéutico le aconsejaba. Temeroso, sin embargo, de no poder librar cumplidamente el sensual combate con sus dos bellas enemigas, no se tomó solamente una pastilla, sino tres, para mayor efecto y certidumbre. Pasó la noche, y al siguiente día Pitongo acudió de nueva cuenta a la farmacia, y le pidió al farmacéutico un linimento para aliviar los dolores musculares.

Le preguntó el hombre, curioso: “¿Le duele el cuerpo a consecuencia del threesome o ménage à trois que anoche llevó a cabo?”. “No -respondió Afrodisio, mohíno-. Las mujeres no se presentaron, y ahora me duele mucho el brazo”. (No le entendí).

Un tipo le dijo a otro: “Mi tía Emerenciana pasó a mejor vida”. “¿Cómo es posible? -se consternó el otro-. ¿Qué le sucedió?”. “Cataratas” -respondió sombríamente el primero. “Nadie muere de cataratas -se extrañó el amigo-. ¿La operaron?”. “No -precisó el sobrino-. La empujaron”.

La mamá de Pepito estaba próxima a dar a luz. Le dijo a su pequeña hija: “Vas a tener otro hermanito”. “Qué bueno -se alegró la niña-. Pepito ya me tenía hasta la madre”.

Viene a continuación un chascarrillo de subido color que las personas de subida pudicicia no deberían leer. Quienes sufran de tiquismiquis de conciencia o padezcan escrúpulos de moralina harán bien en suspender aquí mismo la lectura.

Recordemos el germánico aforismo: “Das Auge ist der Seele Spiegel”. Equivale a: “Los ojos son el espejo del alma”. Nadie empañe los suyos con la lectura del vitando cuento que ahora sigue.

Tres monjitas, sor Bette, sor Dina y sor Teo llegaron al mismo tiempo al Cielo. San Pedro, custodio de las llaves del Reino, les dijo que solo podrían entrar si cada una de ellas respondía con acierto a una pregunta. Se dirigió a sor Bette: “¿Quién fue el primer hombre”.

“Ésa está muy fácil -sonrió la reverenda-. Fue Adán”. “Correcto” -aprobó San Pedro. Y le abrió a sor Bette la puerta de la mansión celeste.

En seguida le preguntó a sor Dina: “¿Quién fue la primera mujer?”. “Ésa también está muy fácil -declaró la sor sonriendo-. Fue Eva”. “Correcto” -aceptó el apóstol. Y admitió a sor Dina en la morada de la eterna bienaventuranza.

Le tocó el turno a sor Teo. San Pedro la interrogó: “Cuando Adán vio por primera vez a Eva desnuda en el Paraíso, ¿qué le dijo ella?”. Al oír tal pregunta manifestó sor Bette, vacilante: “Ésa está muy dura”. Y exclamó San Pedro: “¡Correcto!”. FIN.

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