Por Catón
Columna: De politica y cosas peores
Plaza de almas
2014-08-12 | 09:27:23
Se llama Teresita. Es vieja ya -todos los de aquel tiempo somos viejos ya-, pero le seguimos diciendo Teresita, igual que de pequeños. Era la niña pobre del barrio. Mientras los demás estábamos en colegio de paga ella iba a una escuela del Gobierno.

Eso quería decir que no rezaba en el salón de clases, como nosotros, ni sabía Historia Sagrada, ni iba en grupo a la misa de los primeros viernes en el templo de San Juan Nepomuceno de los padres jesuitas. Temíamos por ella: estaba en riesgo de irse al infierno si la atropellaba un automóvil, como el niño que murió sin confesión.

Por eso cuando en la calle jugábamos a la roña o a los encantados, y venía un coche, a ella era a la primera que le gritábamos: “¡Aguas, Teresita!”. Era humilde y callada. Sonreía, sonreía siempre. Su hermano mayor, de nombre Odón, le decía con enojo: “Pareces tonta”. Un día, sin embargo, Teresita llegó llorando a su casa.

Tenía compañeritas ricas, pues los hijos de los políticos iban a escuelas oficiales: eran los años de los gobiernos de la Revolución, etcétera, y no se veía bien que esos señores pusieran a sus hijos en colegios religiosos. A una de las compañeras de Teresita se le perdió su pluma fuente, una muy fina -Parker 51, por más señas- que ni siquiera la maestra hubiera podido comprar.

Hecha un mar de lágrimas, entre sollozos e hipos, la chiquilla dijo que había buscado en su mochila y su pupitre, y la pluma ya no estaba. Al punto las miradas se volvieron hacia Teresita. Era la niña pobre del salón, y su banco estaba al lado del de la dueña de la Parker.

La profesora hizo que Teresita vaciara su mochila; buscó en su pupitre, y cuando vio que la pluma no estaba ahí hizo que delante del grupo se quitara el vestido para ver si no había escondido lo robado en la ropa interior.

Todas rieron al ver la pobreza de sus prendas. Aunque no le halló la pluma la maestra zarandeó a Teresita y le preguntó con enojo una y otra vez: “¿Dónde la escondiste, eh? ¿Dónde la escondiste?”. Luego, cuando los ojos de la niña se llenaron de lágrimas, la castigó enviándola a un rincón. Por escandalosa, dijo.

El papá de Teresita oyó, ceñudo, el relato de su hija, y declaró que iría a la escuela a reclamarle a la profesora. Su esposa lo disuadió de la idea. “De nada va a servir -le dijo-, y se la vas a echar encima todavía más”. Tenía la señora la humildad de los humildes, y en la iglesia había oído aquello de la resignación cristiana.

Al día siguiente la dueña de la pluma, muy sonriente, le contó a la maestra que ya la había hallado: olvidó que el día anterior no la había llevado a la escuela, y la encontró en su casa. “Qué bueno que la hallaste -le dijo la maestra-. Estaba yo con la preocupación”.

A Teresita no le dijo nada. En fin, que pasó el tiempo, y la vida dio vueltas. ¡Qué vueltas da la vida! No se cansa uno de asombrarse. A Teresita le fue bien. Estudió una carrera; tuvo éxito en su profesión e hizo un buen matrimonio.

A la de la pluma Parker le fue mal. Su padre cayó en desgracia de los gobiernos de la Revolución, etcétera, y vino a menos. Con los días se fue la pluma junto con otras cosas de valor. Casó su antigua dueña y enviudó.

Vivía ahora de lo poco que sus hijos podían darle a espaldas de sus esposas. Hace unos días se reunieron las niñas de la escuela, que así gustan de llamarse las que formaron aquel grupo. Teresita le regaló a su compañera -la de la pluma Parker- una carísima pluma de las de hoy.

Ella la recibió, apenada (hay cosas que jamás se olvidan). Dijo con tristeza al recibirla: “¿Para qué me va a servir?”. “Véndela” -le respondió secamente Teresita. Cuando me contó eso me puse moralista y le dije que había hecho muy mal.

¿Por qué humilló así a su compañera? Ella me respondió: “Soy Teresita, acuérdate, no la Madre Teresa de Calcuta”.

Ahora soy yo el que está triste. Triste por la que fue dueña de la pluma Parker, y más triste aún por Teresita.

Recuerdo los días en que le gritábamos: “¡Aguas, Teresita!”, y ahora no sé qué otra cosa decirle. Y es que pasó el tiempo, y la vida dio vueltas. ¡Qué vueltas da la vida! No se cansa uno de asombrarse... FIN.







mirador

armando fuentes aguirre

Las isleñas de esa isla vestían sólo una faldita de tela colorida, como en los cuadros de Gauguin.

Ninguna otra prenda llevaban.

Lucían al aire las morenas tetas, emblema de la vida y la fertilidad. Eran su orgullo: jóvenes, con ellas iban a alimentar a su hijo; viejas, con ellas lo habían alimentado ya.

Sucedió que iba a llegar a la isla, en visita de cortesía, el príncipe heredero de la corona real. Los misioneros se preocuparon mucho: ¿qué diría el dignatario a ver aquella profusión de tetas? Hablaron con las mujeres y les pidieron que se las cubrieran cuando llegara el príncipe.

Así lo hicieron ellas. Formadas en valla, al paso del ilustre visitante se levantaban sonrientes las faldas para cubrirse el pecho, aunque al hacerlo dejaran al descubierto lo demás.

De ese relato, que me divierte mucho, saco una conclusión: la vida puede siempre más que los misioneros.

¡Hasta mañana!...



manganitas

por afa


“...Recibieron un bono los diputados que aprobaron las reformas...”.

Un crítico que eso supo

comentó en amargo tono;

“En mis tiempos, a ese ‘bono’

se le llamaba ‘cochupo’”.

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