Por Catón
Columna: De politica y cosas peores
Plaza de almas
2014-08-05 | 09:39:48
Supongo que Mister Joe tuvo una buena
muerte, pues vivió vida muy plena. Estuvo
en la Segunda Guerra. Solía decir a ese
propósito: “Nada de lo inhumano me es
ajeno”. Ni ajeno le fue tampoco nada de lo
humano. Supo del amor y la amistad.
Declaraba: “Cuento mis amigos con
los dedos de una mano, y me faltan dedos
para contar a mis mujeres”. Alguna vez nos
habló de la cita erótica que tuvo con una
hermosa chica. Habían acordado verse en
un cuarto de hotel. “Llegué con una hora
de anticipación -nos relató-, y a fin de disponerme
para el encuentro me puse a leer
la Biblia”.
Uno de los presentes se sorprendió, y aun
se escandalizó un poco -era evangélico- al
escuchar aquello de prepararse para un
acto carnal pecaminoso leyendo el libro
sagrado. Explicó él: “Leí el Apocalipsis.
Nada te invita a gozar tanto de la vida como
leer un libro en el que tanto se habla de la
muerte”.
Aparte de los amigos y de las mujeres,
dos cosas le gustaban a Mister Joe:
los libros y la naturaleza. Era muy viejo
ya -pasaba de los 90- cuando lo visité en
su rancho, unas 50 millas al noroeste de
Brownsville, Texas.
En esa ocasión hablamos largamente.
Había él conocido a gente que conoció
a Emerson y a Thoreau; vio los últimos
ejemplares del lobo negro mexicano, y en
su niñez miró pasar los rebaños interminables
de los búfalos. Sabías palabras en
lengua de comanches, que aprendió de
niño, y afirmaba haber sido él quien avistó
al último oso grizzly registrado en Texas.
Los jóvenes periodistas con quienes
compartió el oficio no lo entendían, claro.
A ellos los deslumbraba Hemingway; él les
decía que antes de ese escritor había existido
otro también muy bueno que se llamaba
Homero. Les recomendaba su lectura si es
que querían aprender a escribir “más con
el corazón que con la máquina”.
En materia de religión tenía ideas heterodoxas,
lo cual hacía de él un hombre
verdaderamente religioso, pues el que no
duda no cree.
Cierto día un predicador le preguntó
cómo estaba su relación con Dios. Caminaban
los dos en aquel momento por un
prado cubierto de verde grama y de esa
bella flor, emblemática de Texas, llamada
bluebonnet. Le contestó Mister Joe al reverendo:
“Estoy en buenos términos con
Dios, pastor. Vea usted: en este momento
lo estoy pisando,y no me lo reprocha”.
Usaba extrañas metáforas o símiles. Me
dijo aquella vez: “Pensemos en una cadena
formada por millones de eslabones, unos
pequeños y delgados, los otros grandes y
robustos. Unos no saben de la existencia
de los otros, pero todos son importantes,
pues si uno, cualquiera, se rompe, la cadena
ya no es una cadena. Del mismo modo la
hormiga y la estrella parecen muy lejanas
y distintas, pero ambas son eslabones de
esa cadena. Y nosotros también”.
Mister Joe era gran bebedor de whisky.
Bebía la primera copa con el café de la mañana,
y la última poco antes de apagar la
luz para dormir. Fumaba en pipa, aunque
siempre pensé que usaba eso como pretexto
para callar.
Cantaba canciones de Stephen Foster
acompañándose con una guitarra vieja que
solo él podía afinar. Nunca se casó, pero
amó a muchas mujeres -quiero decir que
amó a la mujer-, y por ellas sufrió penas
que evocaba con una leve sonrisa.
Si alguien le preguntaba por qué no se
había casado respondía: “Hay que aprender
a disfrutar la rosa sin separarla de su tallo”.
Nunca logré descifrar el sentido cabal de
esa frase al estilo de Ronsard.
No supe si era una declaración estética,
un manifiesto contra la propiedad privada
o un himno a la libertad individual. Mister
Joe murió a los 102 años de edad. Pocos días
antes de su muerte escribió en una bolsa
de papel lo que parece el principio de un
poema que se proponía continuar.
He aquí la imperfecta traducción que
hice de aquellas palabras, encontradas por
la mujer que iba tres veces por semana a
hacerle la limpieza. Escribió Mister Joe:
“Fui mi propia casa, mi propio palacio, mi
propio templo. Cuna, llegué a ser ataúd.
Ataúd, mañana seré cuna”. Eso tiene tono
de epitafio, pero es más bien una biografía.
O varias. O quizá todas... FIN.

mirador
››armando
fuentes aguirre
Jean Cusset, ateo con excepción de la
primera vez que estuvo frente a la Catedral
de Chartres, dio un nuevo sorbo
a su martini -con dos aceitunas, como
siempre- y continuó:
-Yo suelo arrepentirme más de lo
que he dejado de hacer que de lo que
he hecho. A cada pregunta que la vida
me hace yo contesto: “Sí”. Cada camino
que me enseña lo recorro. Remonto cada
río, y trato de ver qué hay del otro
lado de todas las montañas. A veces,
claro, me topo con el dolor o la tristeza.
Pero también la tristeza y el dolor me
sirven para sentir que estoy vivo.
-Debe ser cosa triste -siguió diciendo
Jean Cusset- llegar a la vejez
sin nada de qué acordarse, aparte de
un largo vacío. Por eso yo nunca le digo
“no” a la vida. Me doy todo a ella, y todo
le pido que me dé. Vivo intensamente:
estoy haciendo recuerdos para cuando
no pueda hacer nada más que recordar.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último
sorbo a su martini. Con dos aceitunas,
como siempre.
¡Hasta mañana!...
man ganitas
››por afa
“... Seguirá el calor...”.
Me alegra esa información.
Del invierno desconfío,
porque en época de frío
crece más la población.

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