Aquel 15 de abril del 2017 cuando las televisoras del país dieron a conocer la noticia a casi todo México de que el ex gobernador, -según sus propias palabras- “más famoso y más popular” como lo es el de un estado tan importante, Veracruz, había sido detenido en el hotel Riviera de Atitlán en Guatemala, quisieron mostrar una especie de cinismo, desparpajo y hasta un tinte de locura en la persona de Javier Duarte de Ochoa.
No faltaron de inmediato los analistas que buscaron descifrar las razones por las que el ex mandatario veracruzano había presentado, ante las cámaras de prensa y televisión, esa sonrisa aparentemente burlona tan cuestionada. De todo se dijo, que si estaba ocultando su miedo, que era por el pánico que sentía, que era porque lo regocijaban sus fechorías, pero pocos muy pocos dieron en el clavo.
Algunos ejemplos, son la articulista Yuriria Sierra con su espacio llamado Nudo Gordiano, publicado en Milenio, quien el 18 de abril de ese mismo año, relató:
“La risa es un placer mixto, decía Sócrates. Tal vez porque nos reímos cuando en verdad algo nos resulta gracioso o cuando algo nos resulta completamente estúpido. Pero de igual forma (aunque con otra intensidad), cuando algo nos resulta difícil de entender, cuando algo nos resulta señal de que se vienen tiempos complicados o como mera salida de emergencia para evitar romper en llanto”.
Y más adelante parecía que se acercaba pero muy subjetivamente sin embargo, a la razón:
“La risa es una expresión humana que todos utilizamos como mejor nos acomoda. Y es la risa, una de las características que más se asocia con la persona pública de Javier Duarte. Así se lo escuché decir a Alejandro Aguirre, periodista veracruzano que ha seguido con lupa los pasos y despropósitos del exgobernador, desde que aparecieron las primeras señales de abuso y corrupción”.
También puede ser “la risa y la burla como mecanismo de defensa, como medio falaz para desacreditar al interlocutor, como rayo láser para desviar la atención hacia otro lado. Y es que la pregunta que nos hemos estado haciendo todos desde que el sábado por la noche vimos las imágenes de la detención de Duarte en Guatemala: ¿de qué carajos se está riendo? Y es que no fue un momento, fueron varios en los que al veracruzano se le vio sonriendo y aparentando una tranquilidad que sorprende en alguien con tantas cuentas por pagar.
Luego enlista una serie de hechos o tropelías según la autora, cometidas durante su administración, y enumera cada una de ellas, para finalmente rematar:
“¿De qué carajos se ríe Javier Duarte de Ochoa? Ante tales atrocidades, ni Sócrates nos podría dar una respuesta que no pase obligadamente por el terreno de la vileza, la ruindad y la demencia. Y esos no son placeres mixtos.”
Otro más, Oscar Hernández, el 23 de abril, expresaba:
“En el cerebro se encuentra el Sistema Límbico, una estructura muy antigua donde se originan las reacciones más básicas e instintivas del ser humano: el pánico y dolor, el placer y la risa. Se puede reír de placer y sufrimiento, de desesperación y por locura.
En el terreno religioso tradicional, la risa no existe en el paraíso, los ángeles nunca sonríen. La risa no cabe en el Jardín del Edén. Se comete el pecado original, y aparece la risa, hija del mal y la corrupción; las criaturas se degradan, ya no corresponden con el modelo original.
Cuando el exgobernante Javier Duarte fue apresado ríe abiertamente; difícil saber con precisión de qué sonríe. Pero platica y ríe con policías, muy parecidos a los que él tanto tiempo tuvo bajo sus órdenes. La gran distinción la risa buena y risa mala; la de Duarte, por momentos, parece una risa mala; o quizá la risa del engaño; del pacto acordado.
Sin embargo, la risa también puede ser un remedio ante la caída y desgracia. Una risa de pánico.”
Y en agosto, un mes después, entre otras decenas y decenas de analistas que se quebraron la cabeza queriendo encontrar el origen inobjetable de su risa, Jorge Zepeda Patterson titulaba ¿De que se ríe Javier Duarte?
“Ahora ya entendemos de qué se ríe Javier Duarte en las foros que circularon hace dieciséis meses cuando era conducido por policías guatemaltecos a su celda…”
Y tras pretender adivinar, al final, nadie o casi nadie, dio en el clavo.
Mucho se dijo entonces, pero aquel 15 de abril del 2017, unos minutos después de –hoy sabemos- haberse entregado por voluntad, y bajo acuerdo, con el gobierno de México, o más bien, con algunos actores encabezados por el entonces secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong y el titular de la PGR en ese momento, Arturo Elías Beltrán, para “ayudar” al PRI a revivir, algo que jamás lograron, la risa de Duarte era a causa de una farsa, una simulación, un teatro ruin.
Y no obstante, en ese momento, no era la risa de Duarte, era apenas un esbozo de la verdadera. Su risa, como aquellas entruendosas carcajadas que solía soltar cada vez que algún tema se lo provocaba siendo goberandor, esa, apenas empieza. Y comenzó el fin de semana, y seguirá sonoramente, desde su celda en el Reclusorio Norte, conforme vaya, como cascada, desgranando el rosario para exhibir a quien se le antoje hacerlo.
A su manera, y a su ritmo, sin duda, así irá siendo en los próximos días. Y si judicialmente no hay material para que se proceda, Duarte jugará con la opinión pública, con la información que tiene, con los actores de los que se quiera vengar, a su manera. Y si lo hay y no proceden, él se dará por bien servido de haber sido entrevistado.
La inteligencia y brillantez mental de Duarte, detrás de todo lo maquiavélico y delictuoso que se le pueda señalar, es mayor a lo que se cree, y ahora, aún encerrado, las cartas están en sus manos, al menos para regocijo propio.
El cordobés pues, encendió el switch y comenzó la función. Le toca pues apagarlo, cuando le plazca. ¿Quizá, hasta que alguno de sus verdugos caiga?
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