Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Voltear los ojos a América
2017-01-30 | 10:29:13
Una amiga le comentó a Doña Macalota: “Me gustan los hombres que llevan cabellos largos. La cara se les ve muy inteligente”. Respondió la esposa de don Chinguetas: “Pues el otro día mi marido llevaba un cabello largo en la solapa, y cuando se lo dije puso cara de pendejo”...

Varios amigos estaban platicando. Contó uno: “Mi suegra fue de visita a mi casa y pasó dos meses con nosotros. Por fin ayer la llevé al aeropuerto”. Dijo uno de los amigos: “Después de una visita tan larga debes estar feliz de que ya se fue”. “Todavía no se va -contestó el tipo-. Su avión sale hasta dentro de una semana”...

Un hombre se casó con una chica que se vestía muy bien y se maquillaba mucho. Alguien le preguntó cómo se sentía en su nueva vida. “No muy bien -respondió mohíno-. Con mi mujer me sucedió lo que con un suéter que compré: se veía mejor en el aparador”...

El enfrentamiento que el provocador Trump ha provocado entre México y Estados Unidos ha de servirnos a los mexicanos para fijarnos dos propósitos. El primero, estrechar nuestras ligas con las naciones de América Latina, de las que en cierta forma nos separamos cuando nos unimos al vecino del norte y a Canadá en el TLCAN.

El segundo, volver los ojos a países de Asia y Europa con los que tenemos tratos comerciales que ahora debemos estrechar y hacer crecer. Desde luego ni siquiera Trump -fenómeno pasajero- podrá romper los vínculos que la geografía y la historia han creado entre nuestro país y el suyo.

Pero mientras ese mal hombre tenga el poder debemos buscar otros horizontes. Otros países existen en el mundo a más del que ahora tiene en sus manos Trump.

La nueva secretaria le preguntó al jefe de recursos humanos: “¿Cuántos días tendré de vacaciones?”. “30 días al año -le contestó el jefe-. 15 cuando salgas tú y 15 cuando salga el jefe”...

El forastero les comentó a los lugareños: “La ciudad donde vivo tiene un clima muy uniforme. Jamás cambia”. Masculló un viejo: “¿Y entonces de qué chingaos hablan?”...

Dos cantantes folklóricos se presentaron con el empresario. Dijo uno: “Somos el Dueto Vernáculo”. Preguntó el empresario: “¿Cuál de los dos es Verna?”...

Dulciflor, muchacha adolescente, les salió a sus papás con la novedad de que su novio la había embarazado. “¡Mano Poderosa! -exclamó consternada su mamá-. ¿Cómo sucedió eso?”. Explicó ella, llorosa: “Fue aquí en la casa, la noche que ustedes fueron al cine”.

Masculló el señor, molesto: “Mejor habría sido que hubieras ido con nosotros”. “¡Cómo puedes decir eso, papá! -se ofendió la muchacha-. ¡La película era sólo para adultos!”...

El señor trataba de convencer a su esposa de que entraran en un club nudista. Ella se resistía a la invitación una y otra vez. “Anda -insistió él-. Te aseguro que será una experiencia interesante”. “Ya te dije que no -reiteró ella-. Jamás me vas a convencer de ir a un lugar donde todas las mujeres llevan lo mismo”...

Dos marido fueron al zoológico acompañados por sus respectivas esposas. Llegaron a la jaula de los mandriles, esos monos que tienen grandes callosidades de color rojo en la parte posterior. “Son mandriles del Kalahari -les explica el cuidador-. Esos callos les brotan en la época de celo”. “¡Mira! -le dijo uno de los hombres a su mujer- ¡Yo pensé que los tenían porque juegan todos los días a las cartas, como tú!”...

Pirulina era mujer ardiente. Miltonio, su acompañante de esa noche, era cegato. Fueron en automóvil al romántico paraje llamado El Ensalivadero; descendieron del vehículo y se tendieron en el pasto.

Comenzaron las acciones, y Pirulina le dijo a su vehemente amigo: “Quítate los lentes. Me estás rasguñando con ellos”. El cegarra obedeció, y prosiguió el urente trance. Poco después le pidió Pirulina: “Ponte los lentes otra vez, Miltonio. Estás besando el pasto”... FIN.






mirador

armando fuentes aguirre


San Virila iba por el camino cuando vio a un pordiosero que temblaba de frío, pues no tenía capa.

En dirección contraria venía tres caminantes: un noble, un militar y un monje. Los tres vestían ropas invernizas y se cubrían con muy buenas capas. “Seguramente -pensó el frailecito- uno de ellos le dará su capa a ese pobre”.

Ninguno lo hizo: los tres pasaron junto al hombre sin mirarlo. Entonces San Virila hizo un movimiento con su mano. Las plomizas nubes se abrieron y un rayo de sol cayó sobre el mendigo y le dio su luz y su calor.

-¡Milagro! -gritaron al unísono el monje, el noble y el militar.

-Éste es un simple truco -les dijo San Virila-. Milagro habría sido que cualquiera de ustedes le hubiese dado su capa al pordiosero.

¡Hasta mañana!...


manganitas

por afa


“...Calentamiento global...”.

A su esposa cierto día

un hombre con sentimiento

le dijo: “Hay calentamiento,

y tú siempre fría, fría”.

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