Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Lección aprendida
2016-11-18 | 09:59:20
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, iba por la calle y oyó el pregón de un vendedor de fruta que decía: “Traigo naranjas y higos”. Lo llamó para amonestarlo: “Se ve que es usted un ignorante. No se dice: ‘Naranjas y higos’; se dice: ‘Naranjas e higos’”. Respondió el frutero: “Gracias, vieja méndiga e hija de la retiznada”... Todos estamos expuestos a cometer errores al hablar. En el suceso de la ingeniosa niña que corrigió al secretario de Educación (“No se dice ‘ler’; se dice ‘leer’”) nos vemos en uno de esos casos en que la ultracorrección puede llevar a la pedantería. Separar con excesivo énfasis las dos sílabas de la palabra “leer” se escucha artificial, declamatorio. Mi maestro de quinto año de primaria nos enseñaba que la pronunciación de la b labial es muy diferente del modo en que se enuncia la v labiodental. Así, al dictarnos la palabra “avena” lo hacía en tal manera que todos escribíamos “afena”. Lo sucedido con eso de “ler” y “leer” es más una curiosidad anecdótica que una falla fonética. A quienes hablan con excesivo atildamiento les puede suceder lo que a aquel actor de mi ciudad que salió en una obra con su esposa, a quien le faltaba un ojo. En cierta escena, por decir: “Está muerta” dijo: “Está muéreta”. “¡No!-le gritó un pelado desde la galería-. ¡Está tuéreta!”. En el habla de cada día la excesiva corrección deviene en afectación. Voy a narrar ahora el cuento intitulado “Usted no es de aquí, ¿verdad?”. Muy largo es el relato, pero en este caso lo bueno, si extenso, es dos veces bueno. Sacrifico, pues, la brevedad en aras de la gracia. Sir Mortimer Highrump, miembro de número de la British Society of World Travelers, llegó a un pequeño pueblo en Eurasia. Iba en busca de datos para escribir la biografía de Mock Dullard, el audaz explorador que descubrió las cataratas del rey Aiku, que lo hacían ver doble. Llegó al villorrio un domingo por la tarde, y a fin de entretener las horas -las tardes de los domingos son aburridas hasta en París, Nueva York o Saltillo- decidió ir al cine. Se formó en la fila de los que iban a comprar boleto en la taquilla. El taquillero lo llamó y le dijo: “Oiga: usted no es de aquí ¿verdad?”. Respondió el viajero: “No, ¿por qué?”. Le informó el de la taquilla: “Porque aquí los hombres blancos entran al cine sin pagar. Sólo los nativos deben sacar boleto”. Sir Mortimer se encogió de hombros, fue a la sala y ocupó una butaca. El hombre que estaba al lado le dijo: “Oiga: usted no es de aquí ¿verdad?”. Extrañado, contestó sir Highrump: “No, ¿por qué?”. Le indicó el sujeto: “Porque aquí los blancos van al segundo piso. La planta baja es para nosotros los nativos”. Agradeció el británico la indicación y fue arriba. A la mitad del espectáculo sintió ganas de desahogar una necesidad menor. Le preguntó al europeo que estaba al lado: “Perdone: ¿dónde está el baño?”. Respondió el hombre: “Usted no es de aquí ¿verdad?”. “No -manifestó sir Mortimer cada vez
más asombrado-. ¿Por qué?”. Explicó el otro: “Porque aquí los blancos no necesitamos tener baño. Simplemente nos acercamos al barandal y hacemos de las aguas sobre los nativos”. Inhumana le pareció a sir Highrump esa práctica, además de poco higiénica, pero el llamado de la naturaleza no admitía más dilación, de modo que hizo lo que el hombre le había dicho: fue al barandal y desde ahí empezó a hacer lo que tenía que hacer. Entonces un nativo le gritó desde abajo: “¡Oiga! Usted no es de aquí ¿verdad?”. “No -gritó a su vez sir Mortimer-. ¿Por qué?” Respondió el nativo hecho una furia: “¡Porque los que son de aquí se menean la pija para esparcir el chorro, y usted me lo está echando todo a mí, cabrón!”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la primera vez que viste el fuego? Eras un cachorrillo de unas cuantas semanas de nacido, y cuando encendimos la hoguera para asar los elotes te acercaste a la lumbre sin que nos diéramos cuenta, y fuiste a oliscar aquella cosa que tan brillante y bella se veía. El alarmado aullido que soltaste y el brinco que diste al sentir las llamas en la naricilla nos hicieron reír a todos. Aprendimos los dos entonces, Terry, que para no quemarte nunca necesitas haberte quemado por lo menos una vez. A eso los hombres lo llamamos “experiencia”. En tu caso quizá se llama “instinto”. Jamás volviste ya a acercarte al fuego. En cambio yo, que muchas veces me he quemado, vuelvo a quemarme una y otra vez. En tu caso la lumbre fue maestra; en el mío sigue siendo tentación. Si no temiera perjudicarte, Terry amigo, te cambiaría mis inútiles experiencias de hombre por la infalible sabiduría de tu instinto. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa
“Un asno hizo cosas con una cebra”. Dijo furiosa la dama en tono muy exaltado: “¡No me dejó el desgraciado ni quitarme la piyama!”.

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