Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2016-11-13 | 09:17:51
Babalucas fue a una casa de mala nota y preguntó por la tarifa, tasa, coste, honorarios o arancel de las muchachas que ahí prestaban sus servicios. “Mil pesos” -le informó con laconismo la madama. “Sólo traigo 200” -manifestó apenado el badulaque. “Con ese dinero -replicó desdeñosa la mujer- apenas te alcanza para un trabajo manual”.

Babalucas salió de la mancebía sin decir palabra. Poco después llegó de nuevo y llamó a la puerta del establecimiento. Apareció la mamasanta: “¿Qué quieres ahora?” -preguntó impaciente. Babalucas le entregó dos billetes de 100 pesos y le dijo: “Vengo a pagar”. (No le entendí)...

El borrachín del pueblo agonizaba en el hospital de pobres. Víctima de sus excesos. Un sacerdote acudió a impartirle los últimos auxilios de la religión. “Dime, Beodio -le preguntó-. ¿Renuncias a Satanás?”. Contestó el borrachín: “Perdóneme, padrecito, pero no. En la situación en que me encuentro no creo conveniente indisponerme con nadie”...

Tres amigos expertos en amoríos hablaban de un tema interesante: la ropa íntima femenina. Dijo uno: “A mí esa ropa me gusta sencilla y sin adornos”. Opinó otro: “A mí me agrada que tenga encajes y otros detalles atrevidos”.

Manifestó el tercero: “Yo prefiero que la ropa íntima femenina sea como las series que veo. Le preguntaron, desconcertados: “¿Cómo?”. Respondió: “Con un gran contenido humano”...

Lord Grandrump les dijo a sus amigos en el club: “A mi hijo le ha dado por tener amoríos con la servidumbre”. “Vamos, old chap -acotó uno de los amigos-. Todos tuvimos alguna vez amores con las mucamas”. Replicó lord Grandrump: “Mi hijo los tiene con el chofer, con el jardinero, con el mayordomo”...

El atractivo pero tímido muchacho le dijo en su automóvil a la avispada chica: “Pirulina: tú sabes que soy muy corto”. La muchacha lo interrumpió. “No te preocupes, Simpliciano -le dijo para tranquilizarlo-. Realmente el tamaño no importa tanto”...

Empédocles Etílez y Astatrasio Garrajara, ebrios consuetudinarios, se estaban corriendo una de sus pa-rrandas habituales. Salieron de la enésima cantina, y en la calle propuso Garrajarra: “Vayamos a un congal”.

Empédocles, menos borracho que su amigo, simuló aceptar, pero como vio que Astatrasio ya ni siquiera se podía sostener en pie no se dirigió a aquel lugar pecaminoso sino a la casa de Astatrasio.

Llegó, lo recargó en la puerta, tocó el timbre y se alejó apresuradamente para no exponerse a las iras de la señora de la casa. Abrió la puerta la mujer. Con ojos vidriosos la miró Astatrasio y luego prorrumpe lleno de furia: “¡Ah, vulpeja inverencunda, infame meretriz! ¿Conque aquí trabajas?”...

La esposa del sheriff se estaba refocilando en el lecho conyugal con un cowboy. Le dijo de pronto al ardiente galán: “Siempre me has dicho que te gustaría morir con las botas puestas”. “Así es” -contestó el rudo vaquero. “Pues póntelas aprisa -le sugirió la mujer-. Ahí viene mi marido”...

Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, pasó a mejor vida. (Hasta los hombres que son como él pasan a mejor vida). Tiempo después uno de sus hijitos le preguntó a su madre: “Mami: ¿mi papi está en la gloria?”. “Está en el cielo, hijito -respondió la viuda-. La que está en la gloria soy yo”...

Don Languidio subió con su esposa a la Pirámide del Sol. Cuando estuvo arriba se quitó el sombrero. “¿Por qué te lo quitas?” -se extrañó su esposa. Explicó don Languidio: “Me descubro para servir de antena y recibir en la cabeza la energía solar”. Le pidió secamente la señora: “Entonces descúbrete la antenilla. Ahí es donde necesitas la energía”. FIN.

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