Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Todos seremos uno
2016-11-02 | 09:17:48
Un joven y apuesto boy scout llamó a la puerta de Himenia Camafría, madura señorita soltera. Le pidió: “Cómpreme estas galletitas”. “Nada de galletitas, guapo -respondió la señorita Himenia al tiempo que jalaba al mocetón y lo metía en su casa-. Te voy a decir cuál va a ser hoy tu buena obra del día”... “Hermanos separados”. Esa expresión usábamos -¿usamos?- los católicos para referirnos a los protestantes. Nunca me gustó la frase por dos motivos: había en ella un cierto tufo de condescendencia y reproche solapado, y me hacía pensar que quizá los hermanos separados éramos más bien nosotros, los católicos. Soy del tiempo cuando en cada casa de mi ciudad había en la ventana un cartel con la estampa de la Virgen o el Sagrado Corazón y al lado una advertencia: “Este hogar es católico. No admitimos propaganda protestante”. A los niños se nos enseñaba a rechazar a quienes no profesaban la religión católica: estaban condenados ipso facto al infierno, pues fuera de la Iglesia no había salvación. Cuando pasábamos por un templo evangélico nos bajábamos al arroyo de la calle a fin de no pisar la acera de aquel vitando sitio, y escupíamos en las baldosas. Si veíamos a unos protestantes -se les reconocía por la Biblia que llevaban (a nosotros su lectura nos estaba prohibida) y por las oscuras ropas que vestían- decíamos una letrilla chocarrera: “¡Aleluya, aleluya; cada quién se va con la suya!”. En Saltillo los protestantes vivían en una especie de gueto a las afueras de la ciudad, porque nadie se atrevía a alquilarles una casa. Su colonia estaba junto al rastro; quienes vivían en ella debían soportar los hedores y desechos sanguinosos que salían del lugar. Aquel que tenía trato con algún protestante era mal visto. Mi madre fue muy criticada porque tenía una criadita protestante. Yo veía a Juanita -así se llamaba la muchacha- y la compadecía sinceramente: ¡tan buena que era y se iba a condenar! No se pintaba como las otras, ni usaba vestidos apretados, ni se daba achuchones con el novio en el poste de la esquina cuando caía la noche. Tampoco al lavar o planchar cantaba “Amor perdido” o “Conozco a los dos”: en voz bajita entonaba los himnos de su iglesia. Si tenía un rato libre leía aquel libro negro que a mí me inspiraba tanto miedo. Y sin embargo iba a arder por toda la eternidad. ¡Qué pena! Yo le decía que fuera a misa, que se confesara. Si quería yo la podía llevar con el padre Secondo, el de San Juan, que era muy bueno y de seguro le perdonaría que fuera protestante. Ella se sonreía suavemente y contestaba: “Gracias, Armandito, pero no”. A mí me daban ganas de llorar; no quería que se condenara. Ahora el Papa Francisco va a Suecia con motivo del quinto centenario de la Reforma protestante iniciada por Lutero. Su viaje está inspirado en el anhelo pastoral: “Ut unum sint”; para que todos sean uno. Difícil será que se realice tal aspiración, tan hondas raíces de historia y
teología tienen las diferencias entre los cristianos. Pero el viaje del pontífice es un hermoso gesto de buena voluntad que de seguro habrá de contribuir a la fraternidad entre los hombres. Que sea enhorabuena. Usurino Matatías, sujeto avaro, ruin, fue al Seguro y le dijo a su médico familiar que se sentía nervioso, desasosegado. Después de un breve examen y de un interrogatorio aún más breve el facultativo dictaminó que tal estado se debía a la falta de actividad sexual, y le aconsejó que tuviera trato con mujer. Usurino acudió a una casa de mala nota y se holgó con una de las señoras que ahí prestaban sus servicios. Al término de la coición ella le pidió que la pagara. “¡Ah no! -opuso con energía el cicatero-. Ve y cóbrale al Seguro. Ahí me dieron la receta”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
-Se nos va yendo el año, don Abundio. -Somos nosotros los que nos vamos yendo, licenciado. El viejo y yo estamos sentados a la orilla del camino, bajo el nogal grande. Por el camino pasan los niños que vuelven de la escuela. En dirección contraria van los hombres que llevan a los animales a beber en el estanque. Lejos se escucha música de radio. La tarde tiene ya color de invierno. El último sol de la tarde escapa entre los nubarrones y se esconde tras la gran sierra que llaman de La Viga. Un cuervo en vuelo grazna, y su graznido parece reproche por una culpa que no sé si es mía o del mundo. Salimos del huerto y encaminamos los pasos a la casa. La miro allá, a lo lejos, blancura en medio de la oscuridad que llega, y me parece ver a la mujer amada que me espera con ternura, su suavidad y su calor. -Don Abundio: la casa es como la mujer. -Sí, licenciado. Y la mujer es como la casa. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa
“Subirá más la luz”. Esa es una falta de ética que nos causa daño ya. ¿En eso consistirá la tal reforma energética?

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