Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Merecida presea
2016-11-17 | 09:47:11
“Mi virginidad es tu regalo”. Así le dijo el joven Goreto, virtuoso doncel portaestandarte de la Cofradía de la Reverberación, a su novia Pirulina al empezar la noche de sus nupcias. Añadió emocionado: “Vencí todo impuro deseo de la carne y toda insana tentación, y me conservé íntegro hasta hoy para ofrendarte como precioso obsequio la impoluta gala de mi virginidad. Ese es mi regalo de bodas para ti”. “Gracias, mi amor -contestó Pirulina-. Al regresar de la luna de miel yo te compraré una corbata”... Frente a la librería “Inter folia fructus” (Entre las hojas está el fruto) se había formado una larga fila de hombres y mujeres que ansiosamente esperaban su turno para comprar un libro de nueva aparición llamado “Mil diferentes posiciones”. El dueño de la librería, desconcertado, le comentó a su asistente: “Nunca había visto que interesara tanto un libro de ajedrez”... El árbitro de futbol llegó a su casa después del partido que había pitado y encontró a su mujer en claro fuera de lugar con un sujeto en quien el silbante reconoció a un futbolista retirado del juego, pero muy acercado a la señora. Sacó una tarjeta y le advirtió, severo, al conchabado: “Ahora es amarilla. La próxima será roja ¿eh?”... Doña Uglicia, mujer poco agraciada, le preguntó a su esposo: “¿Qué harías si supieras que yo te engañaba con otro hombre?”. Replicó al punto el marido: “Le rompería el bastón al invidente y le daría una patada a su perro lazarillo”... Manida es la comparación, pero mutatis mutandis -cambiando lo que haya que cambiar-, Luis González de Alba sigue ganando batallas después de muerto, como el Cid. En vida enfrentó muchas veces a la vaquería sagrada de la intelectualidad, y ahora que no vive ya ve consagrado su tesonero pedimento de que la medalla Belisario Domínguez le fuese otorgada post mortem a Gonzalo Rivas, el héroe civil que pereció al apagar el fuego que en una gasolinera encendieron criminalmente los intocables dueños de la tragedia de Ayotzinapa. Aplaudo -con ambas manos, para mayor efecto- la decisión del Senado de entregar esa presea a quien a costa de su vida evitó muchas muertes, y espero que el premio redunde en consuelo y en bien para sus familiares. La mujer de don Atenodoro pasó a mejor vida, y el atribulado viudo fue a una marmolería a ordenar una lápida en su memoria. Le pidió al encargado: “Quiero que la lápida diga por los dos lados: ‘Descansa en paz, esposa mía’. Cuando le entregaron la piedra funeral decía la inscripción: “Por los dos lados descansa en paz, esposa mía”... Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, llegó a su casa luciendo un finísimo abrigo de piel. Le informó a su marido que lo había sacado a crédito en la tienda. “¡Pero, mujer! -clamó desesperado don Sinople-. ¿Cómo voy a hacer para pagarlo?”. “Ay, mi amor -replicó doña Panoplia con voz dulce-. ¿Quién
soy yo para darte asesoría financiera?”... Aquella casa de mala nota, mancebía, manflota o lupanar, tenía un rimbombante nombre: se llamaba “La marquesa y el marqués”. Un recién llegado al pueblo le preguntó al maniblaj del sitio (en jerga de ganforros el maniblaj es el criado de un burdel): “¿Por qué se llama así este lugar?”. Respondió el interrogado: “Porque aquí trabajan un marqués y una marquesa. La marquesa te da el mejor sexo que imaginar se pueda”. Inquirió el visitante: “¿Y el marqués?”. Contestó el otro: “Te da lo mismo, pero al revés”... Baraelito, niño de 3 años, de familia protestante, y la pequeña Lupita, de padres católicos y 4 añitos de edad, se quitaron toda la ropa a fin refrescarse en la alberquita del jardín. Vio la niña a su vecinito y exclamó llena de asombro: “¡Caramba! ¡No sabía yo que hubiera tantas diferencias entre católicos y protestantes!”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
El rey Cleto era hombre joven, garrido y bien plantado. Su lozanía y apostura lo hacían el deseado de todas las mujeres. Sin embargo tenía torcida de alma: saqueaba a sus vasallos para llenar sus arcas; sus intrigas por conservar el poder lo llevaban a la perversidad. Tenía el rey Cleto un amigo de la infancia que era estevado, o sea patizambo. Por eso los cortesanos se reían de él. Pero era amable y bondadoso; conmovían su mansedumbre y gentileza. El rey Cleto hizo llamar a San Virila y le pidió un milagro. Quería que le enderezara las piernas a su amigo, de modo que ya nadie riera de él. El frailecito hizo un movimiento de su mano, y el defecto de aquel hombre tan bueno desapareció. -¡Milagro! -exclamaron los cortesanos, admirados. Y dijo San Virila para sí: -Ojalá el rey no me pida que obre un milagro en él. Enderezar un cuerpo es cosa fácil; enderezar un alma es muy difícil. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa
“En 2050 México tendrá más de 200 millones de habitantes”. Ante esa visión de horror creo que un proyecto sano es que a cada mexicano le den un televisor.

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