Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2015-10-30 | 11:09:16
Son muy conocidos “Los monólogos de la
vagina”. Pero ¿por qué no hay “Los monólogos
del pene”? La respuesta viene al final
de esta columnejilla... La señora de la casa
le dijo al encargado del censo: “Tengo estos
tres hijos que ve usted, y otro que viene
en camino”. Repuso el empleado: “No se
le nota, señora”. Contestó ella: “Es que lo
mandé a traer el pan”...
La hija del farmacéutico del pueblo fue
secuestrada por maleantes. Días después
el atribulado padre recibió una llamada
telefónica de los secuestradores. Le dijo
una voz ronca: “Somos dos. Mándenos 10
millones a cada uno”.
Respondió el señor lleno de angustia:
“¡No tengo ese dinero!”. “Nadie habla de dinero
-aclaró el que llamaba-. Mándenos 10
millones de unidades de penicilina. Su hija
nos contagió una enfermedad venérea”...
Terminó el trance de amor, y Dulcilí,
muchacha ingenua, le preguntó a su seductor:
“Afrodisio: ¿tú crees que seremos
felices cuando nos casemos?”. Quién sabe
-respondió el torpe galán-. Depende de
quién nos toque”.
Empezó la noche de bodas, y la f lamante
novia dejó caer el vaporoso negligé que la
cubría. El anheloso galán se sorprendió al
ver sendos carteles en el busto, las pompis
y el bajo vientre de su mujercita.
El primer cartel decía: “Mil pesos”. El
segundo: “2 mil”. El tercero: “5 mil”. Dijo el
muchacho desolado: “Ahora ya no me cabe
ninguna duda, Avidia. Te casaste conmigo
por dinero”...
De los males de la naturaleza nos hemos
librado muchas veces los mexicanos, como
sucedió -gracias a nuestra fe- con el huracán
Patricia. Sin embargo no nos dejan en
paz los males causados por los hombres.
Otra vez algunos de los mal llamados
maestros de la CNTE buscan en Oaxaca
recuperar por medio de presiones y violencias
los privilegios que perdieron. Quieren
volver a ser dueños de la educación, de las
escuelas, de los niños y jóvenes, y así mantener
en el atraso a esa entidad.
Ante esa nueva intentona las autoridades
tanto del estado como de la federación han
de mostrar mano firme y aplicar rectamente
la ley cuando los pugnaces líderes y sus
incondicionales se aparten de ella.
No se debe dar marcha atrás en la recuperación
de los planteles ni en la supresión
de los indebidos gajes, prebendas y canonjías
de todo desorden -que no orden- que
disfrutaron durante tantos años. El bien
de Oaxaca, de su niñez y su juventud, no
pasa por la CNTE.
Don Astasio se encaminó a su domicilio
tras de cumplir su jornada de 8 horas de
trabajo como tenedor de libros. Llegó a
su casa y colgó en una percha el saco, el
sombrero y la bufanda que usaba aun en
días de calor canicular, y luego se dirigió a
su alcoba a fin de recostarse un rato antes
de la cena.
Lo que vio en la recámara lo dejó sin habla:
su esposa, doña Facilisa, se encontraba
en el lecho conyugal empiltrada con su compadre
Venerino. No dijo nada el lacerado esposo.
Salió de la habitación y fue al chifonier
donde solía guardar una libreta en la cual
anotaba dicterios para enrostrar a su mujer
cuando la sorprendía en ocasión adulterina.
Volvió a la recámara y le dijo a la pecatriz:
“¡Pendanga!”. Al oír eso el tal Venerino
le dijo muy serio a don Astasio: “Compadre:
le suplico que en mi presencia no
le diga palabras feas a la comadre”. “También a
usted le debería decirle alguna, compadre
-respondió el infeliz mitrado tratando de contener
su justo enojo-, mas desgraciadamente
no tengo de momento ninguna que pueda
aplicarse al género masculino”.
“Varias debe haber -repuso el mal compadre-,
todo es cuestión de buscar. Pero
dígame, con la confianza que nos une: ¿por
qué lo veo tan enojado?”. ¿Cómo por qué?
-rebufó el ofendido-. ¿Le parece poca cosa
refocilarse con mi mujer?”.
“Usted tiene la culpa, compadre
-replicó Venerino-. Es de muy mala educación
irrumpir en una habitación sin llamar antes,
o al menos toser di scretamente.
Estoy seguro de que interpreto la voluntad
de mi comadre si le pido que en el futuro
se anuncie usted antes de entrar”.
La severidad con que el compadre lo
amonestó hizo que don Astasio se dijera:
“¡Qué pena con el compadre!”. Y así diciendo
salió del aposento...
“Los monólogos de la vagina” son
bien conocidos. Pero ¿por qué no hay
“Los monólogos del pene?”. Porque el pene
tiene voz de pito. FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018