Por Catón
Columna: De política y cosas peores
'Sí, protesto'
2015-08-31 | 10:34:58
Don Languidio, caballero abundoso en
almanaques, le anunció a su esposa doña
Clorilia que iba a ver al médico. “¿Te sientes
mal?” -preguntó ella sin levantar la vista de la
tableta donde estaba jugando al Candy Crush.
“No -respondió el añoso señor-. Quiero que
me recete algún vigorizante que me permita
volver a hacer obra de varón”.
“Yo voy contigo” -dijo doña Clorilia al
tiempo que apagaba su artilugio y se ponía
prontamente en pie. Inquirió don Languidio
con sorpresa: “¿Por qué quieres ir? Ya te dije
que voy con el médico”. Replicó la señora:
“Yo también voy. Si vas a usar de nuevo
esa cosa oxidada que tienes yo le pediré al
doctor que me aplique una inyección contra
el tétanos”.
La mejor manera de recordar siempre el
cumpleaños de tu esposa es olvidarlo una vez.
Astatrasio Garrajarra, ebrio profesional,
iba por la playa cuando las olas arrojaron a
sus pies una lámpara de forma extraña. La levantó
y la frotó para limpiarla. De la lámpara
salió un genio del oriente. “Pídeme tres deseos
-le dijo a Garrajarra-. Te los concederé”.
Sin pensarlo pidió el temulento: “Quiero
una botella de licor que nunca se acabe”. El
genio hizo un movimiento de su mano y ¡zas!
apareció en las de Astatrasio una botella de
finísimo coñac francés.
El beodo la abrió inmediatamente; le dio
un largo trago, y otro, y otro más, y vio con
jubiloso asombro que el nivel del líquido no
había descendido en la botella.
Le dijo al genio: “¿Cuántos deseos me dijiste
que me ibas a conceder?”. Respondió el
oriental: “Tres”. Pidió con ansiedad el borrachón:
“¡Dame otras dos botellas como ésta!”.
La señorita Peripalda, catequista, les preguntó
a los niños cuál era en su opinión la
más grande manifestación de amor. Uno dijo
que el respeto. Otro opinó que la fidelidad.
Una niñita declaró que era el sacrificio por
la persona amada.
Pepito, ante la alarma de la piadosa señorita,
levantó la mano y respondió: “La mayor
manifestación de amor que puede haber es
follar”. Por poco le da a la catequista un soponcio,
telele o patatús.
Toda sofocada le ordenó al precoz niño:
“¡Sal inmediatamente del salón, y no regreses
si no traes una nota de tu padre!”. El siguiente
sábado Pepito se presentó de nuevo en la clase
muy orondo.
Le preguntó, severa, la señorita Peripalda:
“¿Traes la nota de tu papá?”. Respondió
el chiquillo: “No. También él piensa que la
manifestación más grande del amor es follar.
Me dijo que sostener lo contrario es una
gran pendejada, y que no le mandaba la nota
porque él no sostiene correspondencia con
gente pendeja”.
”Sí, protesto” -dijeron los nuevos diputados
al tomar posesión de su cargo. Muchos de
ellos, por no decir la mayoría, lo último que
en la Cámara dirán será ese “Sí, protesto”.
Electos o no electos, todos los diputados
son de partido, pues -me lo dijo una talentosa
diputada- aunque el idealismo los haga
concebir iniciativas tendientes al bien de la
comunidad, a final de cuentas se impone
siempre el pragmatismo de los arreglos cupulares
y de las transacciones -transas- de
los dirigentes.
Cada diputado de la mayoría priísta debe
ser obediente a His master´s voice -la voz de
su amo-, que es el coordinador de su bancada.
Éste a su vez tiene que acatar la consigna del
jefe de su partido.
Y el tal jefe está sujeto a la voluntad del
Presidente de la República, y más ahora que
el propio Beltrones anunció el fin de la sana
distancia, y con él la resurrección del prigobierno.
No cabe duda; en cuestión de política
estamos retrocediendo.
Y no sólo estamos retrocediendo: también
vamos para atrás. “Te lo juro, hijo, por la memoria
de tu madre”. “Pero si mi madre vive
todavía”. “Sí, pero nunca se lo olvida nada”.
Hago bajar ahora el telón de esta inane
columneja, para lo cual transcribo un cuentecillo
que en los anales de la sicalipsis nacional
aparece registrado con el extenso y expresivo
título de “El chiste más breve y más rojo de
los que aquí han aparecido en todo lo que
va del año”.
Su brevedad es evidente -consta de sólo
12 palabras-, pero confieso que no capté su
significación.
Estoy seguro, sin embargo, de que mis
cuatro lectores desentrañarán el oculto sentido,
que a mí se me escapó, de ese cortísimo
relato. He aquí el cuento. Dijo él: “Me sabe
a mar”. Contestó ella: “Sí; es muy cariñoso”.
(No le entendí). FIN.

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