Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2015-07-14 | 09:56:09
El doctor Cadena era de Coahuila. No sé
cómo fue a dar a Sonora. Yo, que soy de
Saltillo, no sé cómo vine a dar a Saltillo.
La vida te da sorpresas aun antes de empezar.
Y supongo que la muerte también
da sorpresas, pero hasta ahora nadie ha
vivido para contarlas.
De ese viaje final ninguno ha regresado.
Lo dijo Shakespeare, y ese señor siempre
supo muy bien lo que decía. Sonora está
muy lejos. No tan lejos como Australia,
claro, pero tampoco tan cerca como, digamos,
Monterrey.
Eso de las distancias es muy relativo.
Vistas bien las cosas, en este mundo todo
está tras lomita. Quién sabe en el otro. Ya
veremos. Mi tía Lola dice: “Con el avión ya
no hay distancias”.
Igual decía mi tío Aurelio hace muchos
años: “Con el autobús ya no hay distancias”.
Y es que él viajaba en carreta de bueyes, y
tardaba días en llegar de cualquier lado a
cualquier parte. Eso nos enseña que todo es
relativo. Menos lo relativo, que es absoluto.
En fin.
El doctor Cadena, como dije, se avecindó
en Hermosillo, y ahí se hizo de fama.
Mereció la frase consagrada con la cual los
médicos de aquellos tiempos eran consagrados:
“Es una eminencia”. Y sí: el doctor
Cadena era en verdad una eminencia. Solía
dar a sus pacientes, a más de la adecuada
medicina, y sin costo extra, alguna sabia
admonición muy aleccionadora.
Se ha dicho siempre que los consejos
que se piden los da Dios, y los que se dan
sin que nadie los pida los da el diablo. El
doctor Cadena daba consejos muy útiles
y pertinentes, y quienes los recibían
le quedaban muy agradecidos, pues sus
recomendaciones, aunque no fueran estrictamente
de carácter médico, eran de
mucha utilidad para la vida.
En cierta ocasión acudió a su consultorio
un muchachillo adolescente que llegó
caminando con las patas abiertas. Quiero
decir que había adquirido una enfermedad
venérea. Fue al zumbido, o sea a la zona de
tolerancia, y tuvo trato de carnalidad con
una mujer poco salubre que le contagió
su mal.
Eso pasaba con frecuencia; era casi
como un bautizo de la juventud. Pido
disculpas por la comparación. A lo mejor
le falto al respeto al sacramento. Pero me
dejé llevar por la costumbre de la época: no
sé por qué los trances eróticos eran nombrados
siempre con términos sacados de
la religión.
Cuando un compañero tenía su primera
experiencia sexual, generalmente
en un burdel, decíamos para describir lo
sucedido: “Ya hizo la primera comunión”.
Irreverente la expresión, lo reconozco, pero
muy expresiva.
Volvamos a la historia. El pobre muchacho
traía lo que se llamaba una purgación.
Que ese nombre tan malsonante no asuste
a nadie. En aquellos días las enfermedades
venéreas no mataban, como antes y como
ahora. La sífilis ayer, el sida hoy. Mortales
ambos. ¡Qué feo! Yo pertenezco a una feliz
generación: cuando la sífilis, nosotros
todavía no; cuando el sida, nosotros ya no.
Pudimos entonces darle vuelo a la hilacha
sin temor a las consecuencias. Los
peores males se curaban con unos cuantos
millones de unidades de la penicilina descubierta
por el taumaturgo doctor Fleming.
Los hombres de mi camada debemos
añadir esa bienaventuranza, la de la penicilina,
a la canción que dice “Gracias a
la vida, que me ha dado tanto...”.
Se presentó, pues, con mucha vergüenza
el muchachillo con el doctor Cadena, pues
era el médico de su familia, y le dijo que
le dolía mucho “la pipí”. No estaba ya en
edad de decir “la pipí”, pero de momento no
encontró otro término. Examinó el doctor
Cadena la parte dolorida y le preguntó a
su apenado visitante si sabía por qué le
pasaba eso. El mozalbete se puso colorado
y respondió que no.
Dijo el facultativo: “A veces esto sucede
por tomar el chocolate demasiado caliente”.
“¡Es cierto, doctor! -exclamó el adolescente,
feliz porque el doctor no había adivinado la
verdadera causa de su problema-. ¡Ahora
que me acuerdo, hace unos días me tomé
una taza de chocolate casi hirviendo!”.
“Ahí estuvo el mal -dictaminó el doctor-.
Voy a ponerte una inyección, y te
daré también unas pastillas. Con eso te
vas a curar. Pero una cosa te aconsejo: la
próxima vez que tomes chocolate, tómatelo
con condón”. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Por la ventana de la casa del
Potrero entra el primer rayo de sol.
Dibuja primero en el suelo una
perfecta línea recta, sube luego
hasta llegar a la luna del ropero,
y por último pone su clara luz en
la pared.
Ha llegado un nuevo día. Yo doy
gracias por esa gracia. Es un regalo
que recibo, lo sé, sin merecerlo.
¿Por qué la vida, ese otro modo
de llamar a Dios, me da ese don?
¿O por qué me lo da Dios, ese otro
modo de llamar a la vida? No lo
sé. Pero amanece en el mundo, y
amanece al mismo tiempo en mí.
Este rayo de sol ha hecho que sienta
el alma amanecida.
Con él despiertan los seres y las
cosas. Se desperezan los muebles
de la casa y se disponen a comenzar
otra jornada. Afuera suena el son
del agua que pasa por la acequia;
se escucha a lo lejos una canción
en algún radio, y luego el grito de
una mujer que llama a un niño:
“¡Pedro!”.
La vida suena, y canta, y grita. Yo
la abrazo como a una bella amante,
y al abrazarla siento que aquel rayo
de sol -el del suelo, el de la pared,
el del ropero- se posa ahora en mí.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“Seguirá la onda cálida”.
Con humos en la cabeza
comentó cierto señor:
“No existe ningún calor
si se tiene una cerveza”.

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