Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Rincones de México
2015-01-08 | 09:49:46
Los condones mexicanos se están poniendo de
moda en todo el mundo. Quienes los usan dicen
que con ellos tardas por lo menos 20 minutos
en llegar...
Don Ultimiano estaba en su lecho de agonía.
Le dijo a su mujer: “Ahora que me vaya quiero
que te cases con Insidio. Es hombre bueno, amigo
fiel y leal. Creo que te hará feliz”. “Tienes razón
-respondió ella-. Desde hace varios años me ha
estado haciendo muy feliz”...
Babalucas se quejó: “Rosibel es una incumplida.
Le pedí que hiciéramos el amor y me dijo
que me fuera a freír espárragos. Fui, freí algunos,
y cuando regresé ya no estaba”...
Hay lugares donde uno está, y lugares donde
uno es. En mi casa, por ejemplo, no estoy: soy.
Lo mismo en mi ciudad, Saltillo, e igual en el
Potrero de Ábrego, el escondido paraíso a donde
voy cada vez que me pierdo, para hallarme.
El Centro Histórico de la Ciudad de México
es otro de esos sitios entrañables: he llegado a
pensar que ahí viví otra vida, quizá en tiempos
virreinales. No acabaría nunca de citar todos
los lugares a donde volveré cuando sea otro
fantasma distinto al que ahora soy.
Diré de algunos: el quiosco de Álamos, Sonora,
con su guardia de altísimas palmeras;
la empinada calleja de Tlaxcala a cuyo pie se
mira la recoleta plaza de toros del lugar; Santo
Domingo de Oaxaca, ciudad tanto más bella
cuanto más herida.
El jardín de Santa Lucía, en Mérida, donde los
jueves por la noche florecen la danza, el poema y
la canción; el Café de la Parroquia, en Veracruz,
de mis amigos los Fernández, santuario de los
jarochos y de lo jarocho, parte invaluable del
patrimonio nacional.
Uno de esos lugares tan amados quiero citar
hoy. Es la plazuela que está junto a Las Rosas,
en Morelia, frente al conservatorio que fue casa
de ese hombre bueno, artista extraordinario, el
maestro Miguel Bernal Jiménez, cuya memoria
guardo sin haberlo conocido nunca.
Conozco, sí -regalo de la vida-, a la dama gentil
que fue su esposa, doña Cristina Macouzet,
cuya bondad es igualada sólo por su finísimo
talento, autora de uno de los más bellos libros
que he leído, “Media vuelta al corazón”.
Voy a esa pequeña plaza que antes dije y bebo
a sorbos lentos un café. Me mira el busto de Cervantes,
alto señor que tantas cosas vio. Cuando
yo ya no vea él seguirá mirando a la gente y a las
cosas con ironía cargada de ternura.
Amo a Morelia. Quiero volver a su recia catedral,
a su mercado de colores, a sus artesanías
-en parte alguna del mundo las hay tan hermosas
y variadas-, a sus antiguas casas y sus calles, por
las que un día caminé de madrugada, a solas
con ellas y conmigo.
Por eso, porque siento amor por Michoacán y
por Morelia, me alegré mucho cuando supe que
Francisco, el Papa bueno, había dado el capelo
cardenalicio a monseñor Alberto Suárez Inda.
Con tal designación el pontífice bendice y consuela
a esa ciudad y a ese estado, tan lastimados
por la maldad del crimen.
Celebro de corazón el cardenalato de don
Alberto, fruto de la sabiduría y la sensibilidad del
Papa, nueva prez para Morelia y para Michoacán.
Un intelectual le comentó a su amigo: “Fui a
la Convención de Escritores Surrealistas”. “¿Ah
sí? -se interesó el amigo-. ¿Cuántos asistieron?”.
Responde el intelectual: “Octubre”...
En la cantina un tipo le preguntó a otro: “Si
fueras por un callejón y un hombre abusara de
ti ¿le contarías a alguien lo que te sucedió?”.
Contesta el otro sin dudar: “¡Claro que no!”. Le
propone el amigo: “¿Vamos al callejón?”...
Simpliciano, joven sin ciencia de la vida,
casó con Taisia. A los tres meses de casados
ella dio a luz un robusto bebé. “¿Por qué tan
pronto? -le preguntó con inquietud el cándido
muchacho a la mamá de su mujer-. Siempre he
sabido que los embarazos duran nueve meses”.
“¡Anda! -le respondió la suegra-. ¡Taisia es muy
inocente! ¡Qué va a saber ella lo que deben durar
los embarazos!”...
Pepito abrió la puerta de la recámara de sus
papás en el momento en que el señor y la señora
estaban en situación copulativa. El pequeñín le
preguntó a su padre: “¿Qué haces?”. Lleno de
turbación el señor respondió lo primero que se le
ocurrió: “Le estoy poniendo gasolina a tu mamá”.
Le dice Pepito: “Pues a ver si te consigues otro
modelo que no gaste tanta. Hoy en la mañana
ya le había puesto el lechero”. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Jean Cusset, ateo con excepción
de cuando recuerda sus navidades de
niño, dio un nuevo sorbo a su martini
-con dos aceitunas, como siempre- y
continuó:
-Si miramos bien la imagen de
Adán que pintó Miguel Ángel en la
Capilla Sixtina creeremos ver en una
de sus piernas la figura de Eva. La
intuición del artista le permitió pintar
una verdad: en sus orígenes el hombre
y la mujer fueron un solo ser. Millones
de años de evolución fueron necesarios
para separarlos, pero los hombres
tenemos todavía en el cuerpo restos
de nuestro ser femenino, y la mujer
conserva también rasgos de varón.
-El amor -siguió diciendo Jean
Cusset- es la perpetua búsqueda de
esa unidad que se perdió. Sin saberlo,
al buscarse mutuamente el hombre
y la mujer se están buscando a sí
mismos. Entonces cuando seamos
felices al lado de una mujer no debemos
decir: “Me hallo muy bien con
ella”, sino: “Me hallo muy bien en ella”.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el
último sorbo a su martini, con dos
aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Ya no subirá la gasolina...”.
Un lector bien informado
dijo con escepticismo:
“Si ya no sube es lo mismo.
Ya ha subido demasiado”.

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