Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Así no se puede arar
2014-12-29 | 09:48:25
En las cocinas del Potrero de Ábrego se cuentan
en las noches de invierno historias peregrinas
junto al fogón donde borbotea la olla.
Los hombres las acompañan con una copa
-o dos o tres- del recio mezcal serrano que se
acostumbra allá, al tiempo que las mujeres beben
a tragos lentos su té de menta o yerbanís.
Don Abundio es dueño de un rico acervo
de esos relatos más antiguos aún que él, que
anda rondando ya las nueve décadas. (“Yo no
me quito los años -suele decir cuando habla de
su edad-. Son ellos los que me quitarán a mí”).
Hace su narración con voz grave y pausada, y
no cambia nunca la expresión del rostro, sea
la historia trágica o de risa.
Él afirma haber oído ese “ejemplo” de labios
de su abuelo, pero doña Rosa, su mujer,
sostiene que son inventos suyos. “¿Cómo voy
yo a inventar esas cosas? -se defiende él-. Ni
que fuera licenciado”. Se vuelve a mí y aclara
respetuoso: “No agraviando”. Uno de esos
cuentos se lo escuché hace días.
Según esto dos hombres de la ciudad se
cansaron de la existencia urbana y decidieron
ir a vivir en el campo. Adquirieron un pequeño
rancho con la intención de cultivarlo por sí
mismos. Como oyeron decir que necesitarían
una mula para arar la tierra fueron al pueblo
a comprar una.
Entraron en la única tienda del lugar y le
preguntaron al tendero si no tenía por casualidad
una mula que les pudiera vender. El de
la tienda, guiñando un ojo a los vecinos presentes,
quiso divertirse a costa de la evidente
ignorancia de los citadinos.
Les contestó que en ese momento no tenía
mulas “en persona”, pero que le acababan de
llegar unos huevos de acémila excelentes,
muy sanos y de mucha calidad, que en unos
cuantos días les darían unas mulas preciosas.
Los citadinos, después de una rápida consulta
entre sí, le dijeron, cautelosos, que comprarían
uno de esos huevos, para probar.
Fue el abarrotero a la trastienda, pintó de
negro una redonda calabaza y la entregó a
los compradores, que pagaron buen precio
por ella. Cuando iban de regreso a su rancho
la calabaza se les cayó, y rodando fue a dar a
una zanja. Fueron a recogerla, y en ese preciso
momento salió de la zanja una liebre a todo
correr.
Uno de los tipos intentó perseguirla, pero
bien pronto regresó exhausto y agotado. “Se
me hace que nos robaron -dijo a su compañero-.
Si así corre la mulilla ahora que está recién
nacida, cuando crezca correrá más aprisa, y
así no se puede arar”. Ríen los hombres con
la historia, y las mujeres sonríen, aunque ya
la han oído varias veces.
Yo, por mi parte, pienso que después de 12
años volvimos a tener un régimen priista que
todavía está, podría decirse, recién nacido.
Si aun así hemos visto lo que ya hemos visto,
es necesario que la administración corrija el
rumbo que ha tomado. No son los tiempos
de antes. Si no cambia el actual gobierno sus
procedimientos, así no podrá arar.
Babalucas conoció a un irlandés. Le preguntó:
“¿Cómo te llamas?”. Contestó el de
Eire: “Patrick O’Sullivan”. “Decídete” -le pidió
muy molesto Babalucas...
Minucio Gorgojo, el herrero del pueblo,
era muy bajito de estatura, a pesar de su
oficio. Apenas levantaba del suelo 7 palmos.
Tomando en cuenta que cada palmo mide
aproximadamente 20 centímetros -la cuarta
parte de una vara-, se entenderá por qué digo
que Minucio era muy chaparrito.
Sin embargo su corazón no era pequeño,
y lo tenía lleno de amor a Florilí, hermosa lugareña.
Un día la muchacha fue a la herrería
y le pidió a Minucio unos clavos de herradura.
Él los forjó ahí mismo, y cuando la muchacha
le preguntó cuánto le debía él respondió que
nada.
Entonces ocurrió el milagro: la doncella
le dijo al enamorado forjador que en premio
a su trabajo lo dejaría besar sus purpurinos
labios. La chica era muy alta, de modo que el
infeliz Minucio no pudo darle el beso ni aun
poniéndose de puntillas.
Pero se le ocurrió una idea que sólo el amor
puede inspirar: subió a su yunque, y entonces
sí alcanzó la gloria de aquel anhelado ósculo.
Luego le pidió permiso a Florilí de acompañarla
hasta su casa.
Ella accedió, pues la granja donde vivía
estaba a 5 kilómetros del pueblo, y temía que
en el camino le saliera un viejo. Llegados a la
casa de la chica el herrero le pidió otro beso.
Ella negó esta segunda gracia. Entonces le
dijo Minucio con enojo: “Me hubieras dicho
eso desde el principio; así no habría venido
cargando el desgraciado yunque”. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Hemos de preguntarnos, sí, cómo
vivimos el año que se va.
Yo hago la cuenta del mal que hice.
Hago también la cuenta del bien que
dejé de hacer, porque el bien que se
pudo hacer y no se hizo debe añadirse
al cómputo del mal.
No me detengo mucho, sin embargo,
en esas cuentas de lo pasado, porque
pasaron ya. Más que preguntarme cómo
viví el año que se va, me pregunto
cómo viviré el que viene. A veces los
hombres no damos a nuestro prójimo
una segunda oportunidad, pero cada
nuevo año -cada nuevo día- es otra
oportunidad que la vida, o Dios, nos da.
Quizá no la aprovecharemos cabalmente.
Tan humanos así somos. Pero
en esa nueva oportunidad hemos de ver
otra muestra del amor que no se acaba
nunca. A él hemos de corresponder con
pequeños actos de cotidiano amor a
los demás.
“Dando y dando”, decíamos de niños.
D
ebemos decir ahora: “Recibiendo
y dando”.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Subirán precios en enero, afirman
observadores...”.
Supongo que no me engaño
si digo a fuer de sincero
que ahora la cuesta de enero
nos va a durar todo el año.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018