Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Guerra perdida
2014-10-13 | 09:34:04
Unos jóvenes casados fueron a pasar el fin
de semana en su cabaña del bosque. Hacía
mucho frío, de modo que él salió a partir leña
para encender la chimenea. Al regresar le
dijo a su mujercita: “Traigo las manos heladas”.
Le sugirió ella, amorosa: “Ponlas entre
mis piernas; así se te calentarán”.
Poco después él salió de nuevo a traer
agua del pozo. Al volver le dijo a su dulcinea:
“Otra vez se me enfriaron las manos”. Ella
repitió la recomendación: “Si las pones entre
mis piernas se te calentarán”.
A poco él tuvo que salir por tercera vez,
ahora para quitar la nieve que obstruía la
puerta. Regresó y le dijo a su amada: “De
nuevo se me enfriaron las manos”. “¡Con
una!” -se impacientó ella-. ¿Qué nunca se
te enfrían las orejas?”. (No le entendí)...
En los últimos días han sido apresados
algunos cabecillas importantes del tráfico
de drogas. Pensar que tales detenciones
harán que disminuya ese ilegal comercio
es necedad. Ya se ha dicho que la guerra
contra el narcotráfico es imposible de ganar.
Y es que en verdad el problema no está en
quienes trafican la droga, sino en quienes
la consumen.
Mientras haya alguien que compre drogas
habrá alguien que las venda. En el pasado
los gobiernos de los países, con muy buen
sentido, se hacían de la vista gorda ante
eso. Reconocían la imposibilidad de luchar
contra el comercio de lo que se llamaba “sustancias
prohibidas”, y permitían entonces,
siquiera fuese disimuladamente, que quien
quisiera joderse a sí mismo consumiéndolas
ejercitara su libertad y se jodiera.
Pero de pronto los Estados Unidos advirtieron
que a su preciosa juventud se la
estaba llevando el carajo, y emprendieron
esa guerra tan inútil y costosa en vidas y en
dinero como la que en los años veinte hicieron
contra la venta del alcohol. De nada les
sirvió esa nefasta experiencia.
Los aliados del poderoso país, vale decir
sus subordinados -México entre ellos-,
hubieron de someterse a sus dictados, e
hicieron igualmente la guerra al narcotráfico.
Cuando el vecino cerró sus fronteras
al ingreso de la droga parte de ella se quedó
aquí, con lo que se creó un mercado interno
cuyas plazas empezaron a ser disputadas
ferozmente por los diversos carteles.
Antes esos grupos delincuenciales no se
metían con la población civil. Todo estaba
arreglado de tal modo que ni siquiera se
notara la producción y trasiego de la droga.
Cuando empezaron a ser combatidos,
y sus actividades se dificultaron, cuando
vieron disminuidas sus ganancias, los narcotraficantes
compensaron esas pérdidas
recurriendo a otras actividades que han
herido hasta lo hondo a la sociedad, especialmente
el secuestro y la extorsión, con su
secuela de espantosos crímenes.
Si se despenalizara el consumo de las
drogas, igual que en el pasado siglo se hizo
desaparecer en Estados Unidos la prohibición
de la venta y consumo de licores, si
se regulara el comercio de las drogas y se
permitiera que cada quien hiciera uso de su
libertad consumiéndolas o no, la violencia
generada por el narcotráfico descendería
considerablemente.
No digo que los otros delitos desaparecerían,
pero se les podría combatir más y
mejor al liberarse los recursos en dinero y
personal que ahora se emplean para tratar
-inútilmente- de poner freno al comercio
de las drogas...
Con lo dicho queda cumplido por hoy mi
deber de orientar a la República. Puedo entonces
narrar un chascarrillo final que alivie
la gravedumbre de la anterior peroración...
La joven penitente fue a confesarse con
el señor cura. “Me acuso, padre -díjole-, de
haber hecho cosas malas con mi novio”.
“Cuenta, cuenta” -le pidió el sacerdote
acomodándose bien en el asiento del confesonario.
La muchacha empezó a relatar: “Estábamos
en la sala de mi casa, solos, y él empezó
a besarme”. “¿Y luego?” -preguntó el confesor.
“Luego empezó a acariciarme donde
no debía”. “¿Y luego?”. “Luego yo empecé a
acariciarlo a él donde no debía”.
Inquirió el cura respirando con agitación:
“¿Y luego?”. “Luego me despojó de la pequeña
prenda que estorbaba la culminación de esas
caricias, y me tendió sobre el sofá.
Yo, arrebatada de pasión, me dispuse a recibirlo”.
Preguntó ansiosamente el confesor:
“¿Y luego? ¿Y luego?”. Dijo la muchacha: “En
ese momento oímos que llegaba mi mamá,
y ahí terminó todo”. Exclama exasperado el
sacerdote: “¡Ah, vieja inoportuna!”... FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Me habría gustado conocer a George
Peppard.
Artista de cine, no fue un extraordinario
actor de esos que dejan
imborrable huella. Sus actuaciones
fueron siempre de calidad mediana,
excepción hecha, quizá, de la vez que
participó al lado de Audrey Hepburn
en “Breakfast at Tiffany’s”, una película
que se recuerda.
Ciertas palabras suyas, sin embargo,
me hicieron sentir el deseo de haberlo
conocido. Dijo en una entrevista:
“Algunos hombres pueden vivir solos.
Yo no. Necesito siempre a mi lado una
mujer. Las mujeres me agradan, sean
bebitas o sean ancianas, con todos los
puntos intermedios. Pienso que sin la
mujer la vida es imposible”.
Me habría gustado conocer a George
Peppard.
Yo podría poner mi firma en sus palabras,
pues pienso igual y me sucede
lo mismo que le sucedía a él.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“...Ganó la Selección Nacional...”.
En futbol, según entiendo,
nuestro país es capaz.
Qué bien, porque en lo demás
hoy por hoy está perdiendo.

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