Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Cosas del amor
2014-01-05 | 09:04:35
Don Ubriaco, señor ya senescente, cortejaba a Solicia Sinpitier, madura señorita soltera. A Solicia le había llegado un chisme: don Ubriaco gustaba de empinar el codo, y en estado temulento solía escandalizar en sitios públicos.
Cierto día, el añoso galán invitó a cenar a la señorita Sinpitier. Ya en el restorán lo primero que don Ubriaco le pidió al mesero fue un whisky doble. Temerosa de los efectos que podría acarrear tal libación, a la que de seguro sucederían otras, Solicia le dijo a su invitador, solemne: “Perdóneme, don Ubriaco, pero labios que tocan el licor jamás tocarán los míos”.
Contestó de inmediato el caballero: “Usted es la que tendrá que perdonarme, amable señorita. No es difícil decidir entre un whisky de 18 años y unos labios de 50”…
La noche de bodas estuvo muy movida. La joven desposada quedó extática con el primer deliquio del amor sensual. Pidió un bis; después solicitó un encore; demandó luego otro performance, y con ansia no contenida reclamó una nueva actuación extraordinaria.
El pobre recién casado tenía ya anublada la visión, seca la boca, extraviado el pensamiento, lasos los miembros, pálido el semblante y los pies fríos. A eso de las 10 de la mañana el infeliz pidió una tregua.
“Amor mío -le dijo con feble voz a su flamante mujercita-. ¿No quieres ir a desayunar?”. “¡Ah, no! -protestó ella-. En el menú dice que el desayuno se sirve entre 7 y 12, y nosotros apenas llevamos 5”…
Los trabajadores llevaron a su líder al fondo de la sala y ahí le presentaron diversas peticiones. “¿Por qué me trajeron acá?” -preguntó extrañado el líder. Respondió uno: “Es que nos dijeron que usted es un hijo de tal, pero que en el fondo es bueno”...
El agente vendedor de seguros entrevistó al señor en la sala de su casa. Quería venderle un seguro de vida. El hombre, sin embargo, resistía todos los argumentos de venta.
Finalmente el vendedor recurrió al resorte sentimental “¿No se ha preguntado usted -le dijo- qué hará su esposa el día que usted emprenda el viaje que no tiene retorno?”.
Contestó, impertérrito, el señor: “Supongo que simplemente ya no se esconderá para hacer lo que hace ahora, cuando emprendo viajes que sí tienen retorno”…
Un par de meses después de las celebraciones de Navidad y Año Nuevo la secretaria dijo en la oficina que sentía antojo de pepinillos agrios con fresas. Al oír aquello el jefe y tres empleados se desmayaron....
El mecánico le dijo al cliente: “Su coche ha quedado afinado, señor. Son 10 mil pesos”. ¡10 mil pesos! -se escandaliza él-. ¿Quién lo afinó? ¿Plácido Domingo?”…
Hubo un juego de futbol para muchachas. Al terminar el partido las jugadoras estaban en las regaderas cuando entró el árbitro. Todas empezaron a gritar y a taparse lo que podían con lo que podían.
Les dice el árbitro con una gran sonrisa: “¿Qué les pasa, muchachas? ¿Por qué se tapan? ¿No decían en el juego que el árbitro estaba ciego?”…
Pirulina era dueña de mucha ciencia de la vida. Más bien de mucho arte, pues eso de saber vivir es arte, no ciencia. Cansada ya de sus devaneos decidió sentar cabeza a cambio de todo lo que antes había sentado, y aceptó la proposición matrimonial de don Geroncio, caballero senescente que le doblaba, o más, la edad.
Se casaron los novios por los días de Navidad. Al regresar de la luna de miel las amigas de Pirulina le preguntaron cómo le había ido. “Fue una luna de miel muy navideña” -respondió ella. “¿Por qué?” -se extrañaron las amigas. Explicó Pirulina: “Todas las noches fueron Noche de Paz”...
La trabajadora social les dijo a los lugareños: “El agua que surte al pueblo está sumamente contaminada. ¿Qué hacen ustedes al respecto?”. Contestó uno: “Primero la filtramos. Luego la hervimos. Seguidamente le añadimos cloro. Y por último bebemos vino o cerveza”…
Llegaron del cine el señor y la señora, y oyeron ruidos raros en la recámara de su hija. Entraron y ¿qué vieron? Vieron a su hija y a su novio en la cama, entregados al antiguo rito natural del in and out. “¿Qué es esto?” –preguntó el genitor hecho una furia. “Ay, señor” –respondió con tono de impaciencia el mozalbete-. No me diga que ya se le olvidó qué es”… FIN.

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