Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2013-01-09 | 21:17:45
“Vamos a echarnos un rapidito” –le dijo Impericio a su mujer. Respondió ella con reconcomio: “¿Acaso te sabes otros?”… En una granja criadora de pavos dos de ellos estaban conversando al final de la temporada navideña. Le dice uno al otro, preocupado: “Creo que en el 2013 debemos comer menos, Pípilo. No sé si lo notaste, pero los más gordos fueron los que en estos días desaparecieron”… La atractiva rubia de bien torneadas piernas iba a comparecer en juicio. Inquieta, le preguntó a su abogado defensor: “¿Debo revelar todo ante el jurado?”. “No –le indicó el jurisperito-. Nada más levántese un poco más la falda”… En la cena de Año Nuevo el papá de Pepito comentó: “Dulcilí, mi secretaria, es una muñequita”. Preguntó el chiquillo desde su lugar: “¿Y cierra los ojos cuando la acuestas?”… Un gay de edad madura charlaba con un amigo suyo. Le contó: “Fui a Londres, y me llevé una tremenda decepción”. “¿Por qué?” –pregunta el otro. Responde, mohíno, el primero: “El Big Ben es un reloj”… Con gemebundo acento Dulcilí le informó a su papá: “Perdí mi virginidad”. El señor, profundamente concentrado en su iPad, le contesta: “¿Ya buscaste abajo de la cama?”… Guardo con afecto y gratitud el recuerdo de uno de mis más sabios y queridos maestros: don Luis Recasens Siches. Él me contó que en cierta ocasión, hablando con Hans Kelsen, le dijo con franqueza al célebre jurista: “Soy un crítico de su obra”. Respondió Kelsen sonriendo: “Yo también”. Hans Kelsen es el creador de la famosa Teoría Pura del Derecho, según la cual -hablo grosso modo- las leyes valen por sí mismas, independientemente de los factores reales que incidieron en su creación y de cualquier concepto relacionado con criterios éticos, como la justicia, por ejemplo. Kelsen mismo fue víctima de la teoría que propuso: judío, su tesis confería validez a las leyes antisemitas dictadas por el régimen de Hitler. Hubo de salir apresuradamente de Austria para sustraerse a ellas, y se exilió en los Estados Unidos. Kelsen hacía énfasis en la necesidad de una “ciencia del Derecho” que sustituyera a una “política del Derecho”. Digo todo esto porque en México los políticos se sustraen con frecuencia al imperio de la ley, pero la ley no puede nunca sustraerse al imperio de los políticos. Prueba de lo que digo es la torpe acción de los asambleístas  del Distrito Federal que reformaron la ley expresamente para favorecer a los culpables de actos vandálicos y de pandillerismo cometidos el pasado primero de diciembre. ¿Asamblea Legislativa? Quienes aprobaron esa sucia reforma, hecha para un caso especial y con dedicatoria, no merecen el nombre de legisladores: son politicastros que usaron burdamente su poder -en mala hora adquirido- y torcieron la ley con fines puramente partidistas, de política. Como castigo a su indigno proceder envío a los tales asambleístas una sonora trompetilla alejada de toda teoría pura. He aquí esa grandísona pedorreta, altitonante cuesco o fragorosa ventosidad bucal: “¡Ptrrrrrrrrrrrrr!”… Dijo el conferencista especializado en temas de sexualidad: “Hay cinco tipos de orgasmo en la mujer. Son el gozoso; el lamentoso, el que llamo ‘asertoso’; el religioso, y, finalmente, el mentiroso”. Levantó la mano uno de los asistentes: “¿Podría usted decirnos en qué consiste cada uno de ellos?”. “Desde luego –respondió el conferenciante-. El  orgasmo gozoso es cuando en el momento del éxtasis la mujer grita con fruición: ‘¡Ah! ¡Oh! ¡Qué rico! ¡Qué sabroso! ¡Tenías qué ser de Saltillo, papacito!’. El orgasmo lamentoso es cuando la mujer grita cerrando los ojos con gesto parecido al del dolor: ‘¡Ay! ¡Ay!’. El orgasmo que llamo ‘asertoso’ es cuando la mujer grita: ‘¡Sí! ¡Sí!’, o ‘¡Yes! ¡Yes!’ y ‘¡Yea, yea’, si ha estado sujeta a la poderosa influencia del país del norte. El religioso es cuando al llegar al culmen de la unión coital la mujer grita: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío!’, o también: “¡Valedme, ángeles y arcángeles; serafines y querubines; tronos, virtudes, principados, potestades y dominaciones! ¡Acudid en mi auxilio, apóstoles, vírgenes, mártires y confesores! ¡Interceded por mí, santas ánimas del Purgatorio!’.  Vuelve a preguntar el hombre del público: “¿Y cuál es el orgasmo mentiroso?”. Inquiere a su vez el conferenciante: “¿Cómo se llama usted, señor?”. Responde el tipo: “Mi nombre es Carmelino”. “Muy bien –le informa el disertador-. En su caso un orgasmo mentiroso será cuando su esposa grite: ‘¡Carmelino! ¡Oh, Carmelino!’”… FIN.

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