Don Auduro era sordo como una tapia. Como una tapia sorda, hay que aclarar, pues las paredes oyen. Cierto día estaba con su hijo en la única fonda del pueblo cuando llegaron dos agentes viajeros, el uno joven, de edad madura el otro, y se sentaron en la mesa vecina.
Preguntó el viajante joven al mayor: “¿Ya había estado usted en este pueblo, don Mercuriano?”. “¿Que si había estado? -rió el otro-. Conozco este lugar como la palma de mi mano. Aquí empecé mi carrera de vendedor. ¡Qué tiempos aquéllos! Conocí a una muchacha llamada Calorina Pompisdá.
Hembra más ardiente no he vuelto a ver jamás. A diario me visitaba en la pensión donde vivía, y hacíamos el amor como locos. Aún recuerdo el lunar que tenía en el hombro derecho, y aquella manchita roja que tanto me gustaba en la rodilla izquierda”.
Don Auduro alcanzó a entender que el viajero estaba contando algo muy interesante, pues todos los presentes habían dejado sus conversaciones para seguir atentamente la narración. Preguntó con ansiedad a su hijo: “¿Qué dice? ¿Qué dice?”. Le gritó el muchacho en la oreja: “¡Dice que conoció a mamá!”...
Un curita recién ordenado fue enviado a una pequeña ciudad de Texas cuya población era mayormente de origen latino. En sus sermones el curita empezó a decir que el Señor tiene una marcada preferencia por los hispanos.
Lo decía sin tomar en cuenta que entre los feligreses había también muchos de ascendencia anglosajona. Éstos acudieron ante el obispo y se quejaron por aquella extraña forma de discriminación.
Su Excelencia llamó al padrecito y lo amonestó paternalmente: “Hijo mío, todos somos criaturas de Dios. No digas eso de que el Señor prefiere a los hispanos sobre los anglos”. El joven sacerdote le prometió al obispo que no volvería a caer en esa falta de caridad.
Al regresar a la casa parroquial puso en la puerta un letrero que decía: “Se darán clases gratuitas de español a los fieles de habla inglesa cuya edad sea de 80 años o más”. Fueron unos y le preguntaron por qué se les impartirían esas clases de español. Explicó el curita: “Muy pronto comparecerán ustedes ante el Señor. ¿No les gustaría hablar con él en su idioma?”...
La belleza de las playas de México, la grandeza de sus ruinas prehispánicas, el interés y fama de sus sitios históricos siguen atrayendo al turismo internacional.
Sin embargo la inseguridad derivada del crimen y la violencia puede alejar a los visitantes y hacer que se pierdan las divisas que del turismo obtiene nuestro país.
Desde luego el Gobierno federal y los locales deben esforzarse por implantar un ámbito de seguridad en todas partes, pero en los sitios de turismo es particularmente indispensable evitar la criminalidad. No pongamos en riesgo esa importante fuente de recursos.
Babalucas le comentó en el teléfono a un amigo: “Tengo un fuerte dolor de cabeza”. Le dijo el otro: “Cuando tengo jaqueca yo recurro a una bolsa de hielo. Con eso se me quita”.
Horas después el badulaque volvió a llamar a su amigo. Le dijo muy molesto: “Qué mala recomendación me hiciste. ¡No sólo no se me quitó el dolor de cabeza. Ahora estoy todo empapado y no puedo sacar la cabeza de la desgraciada bolsa”...
Por más esfuerzos que hizo el ardiente galán no pudo obtener nada de la chica. Cuando se despidieron le dijo él: “Cuídate”. Contestó la chica: “Siempre me cuido todo lo posible”. Repuso el galán, mohíno: “Cuídate también lo imposible”...
El marido sintió un impulso de romanticismo. Tomó el teléfono y llamó a su esposa: “¿Qué te parece, linda, si nos vamos este fin de semana a Las Vegas? Champaña. Juego. Diversiones. Sexo. ¿Te gusta la idea?”. “¡Claro que sí! -respondió la señora, entusiasmada-. ¡Estoy puestísima! ¿Quién habla?”... FIN.
mirador
armando fuentes aguirre
El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia. Le preguntó:
-¿Escuchaste mi sermón del domingo, Señor?
-Perdóname, Soárez -contestó Jesús-. Tú sabes que no me gustan los sermones. Tuve que decir uno cierta vez, en la montaña, pero compensé a quienes lo escucharon dándoles de comer panes y peces. Con eso te quiero decir que un sermón es inútil si no sirve para proclamar mi amor y mi misericordia.
-Pero yo hablé del pecado, y lo hice muy bien -se jactó el padre Soárez-. Algunas señoras me dijeron que estuve elocuentísimo.
-Y tu sermón -preguntó el Cristo-, ¿sirvió para poner en tu prójimo las semillas de la fe, de la esperanza y del amor?
-No lo sé -confesó el padre Soárez.
-Entonces -le dijo el Cristo de la iglesia-, el próximo domingo en vez de hablar haz que el sacristán toque las campanas en el momento de la homilía. Ellas hacen más ruido que tú, y mejor.
¡Hasta mañana!
manganitas
por afa
“...Se debe ayunar en la Cuaresma...”.
Un crítico inoportuno,
de comentarios salobres,
dice que para los pobres
todos los días son de ayuno.
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