Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Único deseo
2015-02-22 | 12:26:16
Dulcilí, muchacha ingenua, se iba a casar. Su mamá, señora chapada a la antigua, le dio un consejo: “Nunca dejes que tu marido te vea completamente desnuda. Cuando vayas a la cama con él siempre ponte algo”. Pasaron tres meses de la boda. Una noche el ma¬ridito de Dulcilí le dijo: “Mi vida: hay algo extraño en ti que no comprendo, y me gustaría que me lo explicaras. ¿Por qué siempre que nos vamos a acostar te quitas todo y luego te pones ese som¬brerito?”.

¿Qué es negro-blanco, negro-blanco, negro-blanco? Una monjita rodando por la escalera del convento.
Doña Anfisbena, mujer de fea cata¬dura y áspero carácter, había oprimido siempre a su infeliz esposo don Sufricio. Enfermó la tremenda señora, y sintió llegado su último día. Con voz débil le dijo a su marido: “Sé que nunca has querido a mi mamá. Prométeme, sin embargo, que cuando me lleven al ce¬menterio irás en el mismo coche con ella”. “Está bien -refunfuñó don Sufri¬cio-. Pero eso me va a arruinar el día”.

La madre de Jack el Destripador le preguntó: “¿Por qué nunca sales dos veces con la misma chica?”.
Un individuo pidió trabajo en la farmacia de don Asclepio. Le dijo que tenía mucha experiencia en el ramo, y se jactó: “Con sólo ver al cliente pue¬do adivinar lo que va a pedir”. En ese momento iba entrando una señora. El farmacéutico retó al solicitante: “A ver: ¿qué va a pedir esa clienta?”. Respondió el tipo sin dudar: “Viene en busca de aspirinas”. Llegó la señora al mostrador y dijo: “Quiero un frasco de aspirinas”. Don Asclepio quedó asombrado.

Entró en seguida un maduro caba¬llero. “¿Qué va a pedir?” -le preguntó don Asclepio al vendedor. Contestó él: “Pedirá algo para evitar la disfunción eréctil”. En efecto: el añoso señor pidió Viagra. El asombro de don Asclepio creció también. En ese momento llegó a la farmacia una mujer joven. “¿Qué va a pedir ella? -le preguntó el dueño al solicitante-. Si acierta usted, el empleo será suyo”. Dijo el tipo: “Esa señorita viene a comprar toallas sanitarias”. En el mostrador dijo la mujer: “Me da un supositorio”. “¡Ja! -le dijo don Asclepio, burlón, al individuo-. ¡Se equivocó us¬ted!”. “Sí -admitió el sujeto-. Pero por muy poquito”.

Frase poco célebre: “Si quieres que tu esposa escuche con profunda atención lo que estás diciendo, habla dormido”.

La jefa de personal entrevistó a la linda chica que pedía el puesto de se¬cretaria. Le preguntó: “¿Tienes alguna habilidad especial en la que destaques particularmente?”. “Sí -respondió ella-. Soy buenísima para hacer el amor”. To¬sió la encargada de personal y aclaró luego: “Quiero decir, alguna habilidad especial en el trabajo”. “Precisamente -replicó la chica-. Siempre hago el amor en horas de trabajo”.

En la relación hombre-mujer la mujer espera que el hombre le satisfaga todos sus deseos. El hombre, en cambio, es¬pera que la mujer le satisfaga un único deseo.

Un tipo hacía fila para comprar los boletos del cine para él y su esposa. De pronto sintió que el hombre que venía atrás de él empezó a frotarle vi¬gorosamente la espalda. “¿Qué diablos hace usted?” -le preguntó, indignado. “Perdone -respondió el otro, confuso-. Soy masajista profesional, y me dio la impresión de que usted está algo ten¬so. No resistí la tentación de darle un masaje”. Dijo el otro: “Ésa es la disculpa más idiota que he oído en mi vida. Yo soy auditor de Hacienda, ¿y acaso me ve follándome al señor que va delante?”.

Babalucas comentó: “Estoy mal de la vista. Veo puras manchas”. Le preguntó alguien: “¿Has visto algún doctor?”. “No -replicó el badulaque-. Puras manchas”.

Tres hombres llegaron al mismo tiempo al Cielo. San Pedro, el portero ce¬lestial, le preguntó al primero: “¿Cómo te llamas?”. Contestó el recién llegado: “Etelvino”. “Lo siento -le dijo el apóstol de las llaves-. No puedo admitir en el Cielo a alguien cuyo nombre evoca la idea del vino”. Llamó al segundo y le hizo la misma pregunta: “¿Cómo te llamas?”. Respondió éste: “Eudoro”. “Tampoco puedes entrar -le informó San Pedro-. Alguien cuyo nombre evoca al oro no es digno de estar en la morada célica”. El tercer tipo se volvió a los que venían atrás de él en la fila y les dijo: “Estoy en problemas. Me llamo Próculo”. FIN.

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