Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Inequidad en la Conago
2018-04-09 | 08:34:44

La trabajadora social se sorprendió cuando doña Fecundina le dijo que era madre de 10 hijos. Le preguntó: “¿Cómo se llaman?”. Respondió la prolífica señora: “Se llaman Juan, Juan, Juan, Juan, Juan, Juan, Juan, Juan, Juan y Juan”. La visitante se asombró aún más: “¿Por qué les puso a todos el mismo nombre?”. Explicó la mujer: “Porque así no batallo para llamarlos. Grito: ‘¡Juan!’, y vienen todos”.


 


Inquirió la trabajadora: “¿Y cuando quiere llamar a alguno en particular?”. “Lo llamo por el apellido -contestó doña Fecundina-. Todos tienen apellido diferente”. “La y los gobernadores de las 31 entidades federativas.”


 


Así principia el texto que los integrantes de la CONAGO, Conferencia Nacional de Gobernadores, hicieron publicar en apoyo al Presidente Peña Nieto después de su enérgico mensaje a Trump.


 


Si bien algo reñida con el buen decir la frase me sirve para destacar la inequidad que asoma en ella.


 


He aquí que entre esos 31 gobernantes solamente hay una mujer, Claudia Pavlovich, Gobernadora -excelente, por cierto- de Sonora.


 


Más claramente no puede evidenciarse el retraso que existe en México en lo que atañe a la igualdad  que debe haber entre la mujer y el hombre.


 


Desde luego en otros países se observa igual desproporción, pero en el nuestro es claro que las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres, y deben esforzarse mucho más para alternar y competir con ellos tanto en el ámbito laboral privado como en el servicio público.


 


He de decir que no soy partidario de las cuotas de género en política. Pienso que los cargos de autoridad y representación deben ganarse por méritos personales, sin importar que quien aspira a ellos tenga pene o vagina.


 


Pero un dato como el que salta a la vista en el texto que he citado nos debe llevar a hacer una concienzuda revisión de la situación de la mujer en nuestra sociedad. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, acudió a la consulta de un médico especializado en traumatología y le contó su caso.


 


“Doctor: todas las noches sueño a tres bellas mujeres. Una es rubia, otra morena y la tercera pelirroja. Las tres son dueñas de opimas exuberancias anatómicas tanto en la parte anterior como en la posterior. Vienen a mí, desnudas; bailan con sinuosos movimientos de odalisca o hurí, y luego se me ofrecen, voluptuosas y lascivas, para hacer un pompino entre los cuatro”. “Disculpe usted -lo interrumpió el facultativo-. ¿Qué es eso de ‘pompino’?”.


 


Respondió Afrodisio: “Se llama ‘pompino’ al acto sexual en el que participan varias mujeres y un hombre. El término, perteneciente a la jerga del bajo mundo de la Ciudad de México, lo registró a mediados del pasado siglo el coahuilense Armando Jiménez en su ‘Tumbaburros de la picardía mexicana”, travieso libro que sacó a la luz la insigne y benemérita Editorial Diana”. “Estimo en mucho su información -agradeció el galeno-.


 


Para corresponder a ella le haré un descuento del 2 por ciento en mis honorarios. Pero continúe su relato, por favor”. Siguió Pitongo: “Lejos de aceptar la invitación de las tres hermosas féminas yo las rechazo.


 


Las detengo y empujo con los brazos. Ellas se van, burladas y burlonas. Entonces yo despierto, irritado y mohíno por no haber gozado, siquiera en sueños, esos cuerpos de lujuria y tentación”.


 


“Perdone que lo interrumpa otra vez -indicó el médico-. Creo que lo que usted necesita es un psiquiatra. Yo soy traumatólogo”.


 


“Precisamente, doctor -replicó Afrodisio, ansioso-. Quiero que me enyese y entablille los brazos para que no pueda yo rechazar a esas mujeres”.


 


FIN.


 


 


 


MIRADOR


 


 


Iba la lechera con su cántaro


 


En el camino soñaba que con el dinero que obtendría por la venta de la leche compraría huevos que le darían pollos. Al paso del tiempo vendería los pollos y se compraría una vaca que le daría terneras. Las vendería; se compraría una casa, y ya dueña de una casa no le costaría trabajo hallar marido.


 


En eso la lechera vio a un fabulista. Pensó: “Seguramente espera que el cántaro se me caiga y se derrame la leche, con lo cual se acabarían mis sueños. Yo lo que quiero es encontrar marido, de modo que tomaré un atajo”.


 


El atajo consistió en que la lechera enamoró al fabulista y se casó con él.


 


Esta historia tiene final feliz: a la lechera nunca se le quitó lo soñadora, pero al fabulista sí se le quitó lo moralista.


 


¡Hasta mañana!...


 


 


MANGANITAS


 


 


Por AFA


 


 


“Un señor de edad madura se hizo inyectar glándulas de mono antes de casarse”


 


Después de incidentes mil


 


la señora, desde cuándo,


 


todavía está esperando


 


que se baje del candil.


 


 


 


 

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