Un individuo llegó a la consulta del doctor Ken Hosanna. Lo revisó el facultativo e hizo una anotación en su expediente. La enfermera vio el registro y exclamó llena de alarma: “¿El paciente presenta fiebre carbonosa?”. “Leyó usted mal -le indicó el médico-. No dice ‘fiebre carbonosa’. Dice ‘fuerte cabronazo’”. Tras hacer la curación correspondiente, y luego de vendarle la cabeza al hombre, el galeno le preguntó por qué mostraba esa tremenda descalabradura. Con voz doliente relató el herido: “Fui a pedirle una taza de azúcar a mi vecina, mujer muy bella, de atractivas formas. Me recibió con sonrisa acogedora, y me invitó a pasar. Estaba vestida sólo con un vaporoso negligé que dejaba a la vista todos sus encantos, aun los más recónditos y ocultos. Me dio la taza de azúcar, y luego me preguntó: “¿No quiere alguna otra cosita?”. Le respondí que no. Ella se me acercó, sinuosa, y volvió a preguntarme si no quería yo algo más. Traté de recordar si me hacía falta algo, pero recordé que acababa de surtir la despensa, de modo que le contesté que no necesitaba nada. Otra vez me repitió: “¿Está seguro de que no quiere otra cosa?”. Me pareció rara su insistencia. Nuevamente le dije que no. Al despedirme noté en ella una expresión de enojo, tanto que cuando salí me dio un portazo. Llegué a mi departamento, y ahí me cayó el veinte. Fue entonces cuando me di el cabezazo contra la pared”. (A mis lectores en el extranjero les diré que eso de caerle a alguien el veinte proviene del tiempo en que los teléfonos públicos en México operaban con una moneda de 20 centavos, que caía en la caja recolectora cuando se establecía la comunicación). “Cada día, asegurada, / harás una pendejada. / El día que no hagas dos / debes dar gracias a Dios”. El sabio dicho dicho puede aplicarse a todos los mortales, pero hay algunos a quienes el proloquio cuadra con mayor verdad. Tal es el caso del verraco Trump, a quien las denuncias por acoso sexual, ahora tan de moda, no han tocado ni con el pétalo de una risa, por más que convicto y confeso está de ellas. No pasa día del Señor sin que ese gran bribón haga o diga algo que pone en riesgo el delicadísimo equilibrio de alguna región del planeta, o aumente el peligro de las acciones terroristas en su propio país. Yo he cumplido al pie de la letra el juramento que hice de no pisar suelo americano mientras Trump sea presidente de los Estados Unidos. Tal es mi modo, ingenuo y quijotesco si se quiere, de protestar por los agravios que el estólido magnate ha inferido a México y a los mexicanos. Lamento que la nación del norte, por otros conceptos admirable, haya puesto en su más alta magistratura a ese hombre que bien puede ser calificado de patán sin hacer ofensa ni a la verdad ni a la justicia. Sus decisiones atentan contra la paz del mundo, y habrán de provocar violencia y muertes. Lo peor de todo es que sus electores aprueban el comportamiento errático del prepotente e imprudente mandatario, y aún lo aplauden. Pidamos a toda la corte celestial que alguna de las pendejadas de Trump no vaya a provocar un cataclismo. Por mi parte yo seguiré extrañando mis visitas a la librería Barnes & Noble, de McAllen, Texas, y mis sabrosos desayunos en el Denny’s de Port Isabel. La muchacha y su galán eran ardientes, y el cochecito de él era compacto. Así, cuando llegaron al soledoso paraje llamado El Ensalivadero ella bajó con prontitud del automovilito y se tendió sobre el de grama césped no desnudo. (La frase pertenece a Góngora). Le dijo a su novio, que tardaba en descender del automóvil: “Si no bajas del coche se me van a pasar las ganas”. Respondió él, apurado: “Y si a mí no se me pasan las ganas no voy a poder bajar del coche”. (No le entendí).
(NOTA a los editores. Dice: “El sabio dicho dicho”. Gracias).
MIRADOR
No me lo vas a creer, pero en el Potrero de Ábrego la nieve se convierte en lumbre.
Te diré cómo sucede ese milagro.
Cae la intensa nevada, y la nieve cubre los árboles del bosque. Su peso hace que se rompan las ramas secas de los pinos, de los encinos, de los oyameles. Pasado el temporal los hombres las recogen y las llevan a que ardan en los fogones y las chimeneas. La nieve, pues, se vuelve el fuego que calienta los cuerpos y pone tibiezas en las almas.
Una oculta sabiduría ordena las cosas de este mundo. Nosotros las desordenamos, pero nada podemos contra los misteriosos ritos de la naturaleza. Arde la leña en el hogar, y hace que la olla donde hierve el agua diga su monótona canción, la misma que se oye ahora en todas las cocinas, la misma que siempre se ha oído.
Amorosas manos de mujer -todas las manos de mujer son amorosas- vierten el agua y hacen el té de yerbanís. Lo bebo lentamente para gozar despacio su aroma y su sabor.
Huele a bosque.
Sabe a amor.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
“. Paralizan en el Congreso iniciativas importantes.”.
Eso a mí no me ha extrañado,
y lo explicaré en un tris.
La verdad, todo el país
está ya paralizado.