Por Catón
Columna: De política y cosas peores
No quiero pensar mal
2017-04-17 | 09:49:14
Cierto marido regresó de un viaje después de varias semanas de ausencia. Volvió de noche, cuando su mujer se hallaba ya en la cama, y se acostó al lado de ella. Al hacerlo sintió que las sábanas y la almohada estaban tibias, como si otro cuerpo hubiese ocupado el lecho antes de llegar él.

Suspicaz, le preguntó a su esposa a qué se debía eso. Explicó ella: “Es el calor que dejó tu cuerpo cuando te fuiste de viaje”. Profirió él, irritado: “¡Pero si salí hace un mes!”. “Eso no importa, querido -repuso ella-. Eres tan ardiente que tu calor dura semanas”...

En semejante trance nos vemos los mexicanos. A fuerza de ser engañados una y otra vez por quienes nos gobiernan nos hemos vuelto matreros, desconfiados. Tomemos como ejemplo el caso de la aprehensión en Guatemala de Javier Duarte de Ochoa, el ex gobernador de Veracruz.

Medio año llevaba ya prófugo de la policía, y he aquí que ahora se le detiene, pese a que su paradero, al decir de algunas fuentes, era conocido desde hace tiempo.

Lejos de mí la temeraria idea de sembrar un adarme de sospecha en torno de tan sonadísima aprehensión, pero sucede que estos son días electorales en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y el propio Veracruz, y el oportuno arresto de Duarte viene a favorecer al PRI de cara a esas elecciones, preludio de la del 2018, y ante los señalamientos de corrupción e impunidad que se hacen al régimen actual.

Nadie ignora que en México la justicia obedece a la política. No quiero pensar mal, pero estas canas mías son maestras, y de ellas he aprendido que pensar mal es muchas veces la mejor manera de acertar.

Don Geroncio era señor de mucha edad. Los años, sin embargo, no le habían quitado el gusto por esa preciosa criatura, la mujer, imán poderosísimo que atrae irresistiblemente al hombre, pues a través de ella es la vida quien lo llama.

Quien por su voluntad desoye ese llamado se aparta de la gran corriente de la vida. No sólo atenta contra su naturaleza, sino también contra la Naturaleza, que es, para los creyentes, una de las tarjetas de presentación de Dios.

Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Conoció don Geroncio a una bella dama en flor de edad y bien dispuesta a complacerlo en todo. Al senescente caballero le gustó lo de la flor, pero le tuvo miedo al fruto, de modo que buscó protegerse contra cualquier riesgo que de aquel efímero consorcio pudiera derivar.

Recordó lo de “Boca con boca a más convoca”, y lo otro que dice que “De los abracijos salen hijos”. Así, fue a una farmacia a fin de comprarse una caja de condones.

Sucedió, no obstante, que su carácter y su condición social -era bien conocido por su calidad de presidente de la Cámara Industrial, Mercantil, Agrícola, Bancaria, Turística, Minera, de la Propiedad Inmobiliaria y de la Construcción- lo hicieron vacilar cuando el dependiente de la farmacia le preguntó qué deseaba.

El nerviosismo le impidió decir que quería unos condones. Respondió, vacilante: “Quiero un tinte para el pelo”. El encargado le entregó una botella; la pagó don Geroncio y se encaminó a la puerta. Pero su timidez lo avergonzó. ¿Cómo era posible, se dijo, que un hombre de su edad actuara así? Regresó, pues, al mostrador.

Otra vez el dependiente le preguntó: “¿Qué necesita?”. De nueva cuenta aquel inexplicable escrúpulo acometió a don Geroncio, y en vez de pedir condones pidió un paquete de navajas de afeitar.

Se lo dio el de la farmacia, y el aturrullado caballero pagó el importe. Pero en eso recordó a la mujer, y tal recordación lo hizo volver sobre sus pasos, ahora muy avalorado.

Le pidió al dependiente con voz firme: “Me da un paquete de condones”. “Decídase ya, señor -se impacientó el sujeto-. ¿Va a pintarlo, a afeitarlo o a follarlo?”. FIN.






mirador

armando fuentes aguirre


Frente a la inmensidad del mar pensó John Dee que de no ser por cada gota de agua el mar no podría ser el mar.

El océano, se dijo, no es otra cosa más que una acumulación de gotas de agua. Cada una es nada por sí sola, pero todas juntas son el mar.

-En cada gota, entonces -meditó-, está todo el océano.

Eso llevó al filósofo a considerar que, de la misma forma, en cada hombre están todos los hombres. Reflexionó:

-En mí están mi padre y mi abuelo, y el padre y el abuelo de mi abuelo, y los abuelos y los padres de ellos; pero en mí están también todos los demás hombres que han vivido sobre la faz del mundo, y todos los que en el futuro vivirán.

Al pensar eso John Dee sintió una especie de vértigo. Era el vértigo del ser. El vértigo de ser. Pocos hombres lo sienten, por fortuna. Para evitarlo lo único que se tiene que hacer es no pensar.

¡Hasta mañana!...


manganitas

por afa


“Detienen en Guatemala a Javier Duarte”.

Ese exgobernador,

por su conducta tan mala,

pasará, de Guatemala,

a conocer Guatepeor.

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